Francesca Woodman y Julia Margaret Cameron: fotografías en el reino íntimo de la libertad
Una exquisita exposición en el IVAM compara la trayectoria de ambas artistas desgranando su similar modo de entender la fotografía.
4 agosto, 2024 02:03A cualquiera que conozca las imágenes carismáticas de estas dos fotógrafas de culto, Julia Margaret Cameron (1815-1879) y Francesca Woodman (1958-1981), le parecerá una asociación tan sugerente como para, si puede, salir corriendo a ver esta exposición.
De algún modo, la corporeidad redonda de Cameron y los cuerpos
en fuga de Woodman forman la cara y el envés de una manera similar de entender la fotografía: no como reflejo de la realidad, sino como invenciones fantasmales. Ensoñaciones que remiten a búsquedas y encuentros en un reino íntimo de ilimitada libertad. A pesar del siglo que las separa.
A menudo el comisariado realizado por historiadores del arte es demasiado académico, clasificatorio y, por tanto, aburrido. Pero vislumbrado este hallazgo que, una vez planteado, resulta evidente, a Magdelene Keaney, conservadora en la National Portrait Gallery de Londres, de donde procede la muestra, le fue muy sencillo establecer diferencias y similitudes entre las fotógrafas y organizar un repertorio temático que funciona a la perfección.
Las diferencias derivan del salto técnico de la propia fotografía desde los inicios hasta su madurez última, ya rayando con el vídeo, que condicionan desde el tipo de cámara utilizada, el formato y el procedimiento de revelado, hasta el posado: prolongado para Cameron e instantáneo en el caso de Woodman.
Mientras Woodman comienza a fotografiar de adolescente, Cameron se iniciará cumplidos los cuarenta, aunque ninguna superará en su práctica el período de quince de años.
En cuanto al proceso, es interesante notar que ambas detectaron y proclamaron cuál había sido su primera fotografía. También, ambas se encargaban del revelado, a menudo, indiferentes a la calidad técnica, defectos o imperfecciones de las copias.
Preparaban y anotaban impresiones y citas referenciales de sus imágenes. Y también escribían a amigos y familiares contando sus avances. De hecho, sus modelos eran personas cercanas, familiares y amigos.
Reclamaban su aceptación profesional en el mercado y las instituciones, pero también regalaban fotografías entre sus allegados. Ambas, además, experimentaron con el fotolibro.
Aún más pregnantes son las sintonías de fondo: con abundantes referentes literarios e iconográficos, compartieron la fascinación por la antigüedad clásica y sus mitos y por la iconografía angélica.
Los imaginarios de Cameron y Woodman hunden sus raíces en la feminidad y la llevan hasta el éxtasis
Woodman, además de heredera del surrealismo de Nadja, de André Breton, se consideraba victoriana. Las dos meditaban, elegían y construían sus escenarios hasta el mínimo detalle, usando a veces objetos encontrados y eran especialmente sensibles a las texturas de elementos naturales y manufacturados en el atrezo, como las flores y los pliegues del vestuario. Y a la luz, en sobre y subexposición, respectivamente.
Con un centenar de imágenes de Woodman, algunas nunca vistas, junto a la novedad de presentar dos cuadernos y varias hojas de contactos, y cuatro decenas de Cameron, salvo excepción, todas vintage y que abarcan sus trayectorias completas, esta exposición, Retratos para soñar, presidida por las cariátides en gran formato de Woodman, colgadas en la escalera que une las dos plantas de este espacio, propone un recorrido para contemplar en paralelo sus creaciones, a través de los temas: ángeles, mitologías, desdoblamiento, naturaleza y feminidad, modelos y musas, y hombres.
Este último motivo es bien conocido en el caso de Cameron, que retrata a intelectuales relevantes de su época, pero un asunto apenas mostrado por Woodman, que retrata a su novio Benjamin Moore en diversas actitudes y a otros amigos artistas disfrazados, planteando una ambigüedad de género muy actual.
Los imaginarios de Cameron y Woodman hunden sus raíces en, y llevan hasta el éxtasis, la feminidad. A pesar de que la relación entre las nociones de mujer y naturaleza pueda parecer un tópico, no lo son sus enfoques erotizados y libertarios.
Tampoco el juego de dobles, entre los que se esconden y, al tiempo, emergen las búsquedas identitarias de estas autoras únicas, inconfundibles, y tan afines en su afirmación rotunda de una dimensión espiritual felizmente accesible a través de sus inquietantes fotografías, esquivas a cualquier interpretación concluyente.