"Asesinatos e incendios, mis dos grandes éxitos, mi sustento", reconoció el célebre fotógrafo Weegee (Ucrania, 1899-Nueva York, 1968) en su autobiografía Weegee by Weegee. Solía describirse a sí mismo como una suerte de "médium", capaz de presentir dónde estaban ocurriendo en todo momento los sucesos más escabrosos de la gran Manzana. La realidad es que la radio de su Chevrolet, sintonizada con la frecuencia de la polícia, hacía que siempre fuese el primero en llegar a la escena del crimen.
Arthur H. Fellig, que adoptó el seudónimo de Weegee al introducirse en el mundo del fotoperiodismo, se conocía bien los bajos fondos de la ciudad. Era vecino del Lower East Side desde que aterrizó en la isla Ellis a los 14 años, y poco a poco se labró una fama como cronista nocturno del Nueva York más sórdido de los años 30 y 40: reyertas del hampa, incendios, asesinatos, accidentes de tráfico.
Callejero, intuitivo, mirón; durante una década su trabajo ilustró muchos de los periódicos de la época, que vivían un momento dorado gracias al gran protagonismo que la fotografía empezó a tener en la prensa escrita. Weegee utilizó el morbo para captar la atención de una ciudadanía sedienta de sensacionalismo y tragedia, ansiosa por ver de cerca la crudeza de la vida urbana.
Al mismo tiempo, no desaprovechó la oportunidad de devolverles su propio reflejo, mostrando satíricamente cómo la sociedad estadounidense convertía cada suceso en un espectáculo, adelantándose casi una década a la teoría de La sociedad del espectáculo de Guy Debord. "Me aparté lo suficiente para captar todo lo que sucedía: los detectives examinando perplejos el cadáver, la gente mirando desde la escalera de incendios... Parecía una escena de teatro", señala el fotógrafo en su autobiografía.
Su objetivo inquisidor, con el que casi siempre "destapaba" a los delincuentes, dejó de considerar los cadáveres y los coches espachurrados como protagonistas de la imagen y se centró en los testigos de las tragedias, que se movían por el morbo o por la desgracia propia. "Los curiosos, siempre con prisas, pero siempre encontrando tiempo para pararse a mirar".
Aunque se le atribuyó una personalidad narcisista y carroñera —Weegee "El famoso", se hacía llamar— el fotógrafo fue fiel a sus orígenes humildes, intentando dar también dar voz a los marginados y convertir sus imágenes en auténticos documentos sociales. Su mejor foto, al menos así lo consideraba él, era una que hizo en el estreno de Metropolitan Opera House. En La crítica, dos señoras aristocráticas que se disponen a entrar en la ópera se enfrentan a los ojos oscuros y penetrantes de una mujer pobre. El capitalismo y la oposición de clases en una sola mirada.
Paradójicamente, esa foto no surgió de forma espontánea, Weegee reconoció que había sido preparada, como si de una puesta en escena cinematográfica se tratase. Sobre estos "pequeños ajustes de lo real", que modifican la percepción del espectador, Clément Chéroux, comisario de la exposición Weegee. Autopsia del espectáculo, asegura que el fotógrafo "no organizaba la escena para mentir, sino para representar la gran brecha de la sociedad americana y mostrar un suceso real".
"Weegee llega en un momento de explosión de la prensa escrita, en el que se experimenta más, hay una nueva forma de difusión de la fotografía. Vemos en la prensa de los años 30 cosas que ya no se ven ahora en la prensa ilustrada. Hay una desaparición de la muerte, de las imágenes más trágicas. Eso no quiere decir que esas imágenes hayan desaparecido de nuestro mundo, porque son imágenes que vemos en otros lugares, en medios más cerca de las redes sociales que de la prensa", ha explicado Chéroux durante la presentación de la exposición.
La muestra, que se podrá ver en la Fundación Mapfre hasta el 5 de enero de 2025, no solo recorre su conocida trayectoria como fotoreportero, sino también una faceta más desconocida y enigmática, en la que Weegee decidió caricaturizar al star system de Hollywood.
Cansado de gánsteres muertos en la cuneta y de mujeres llorando en incendios de casas de vecinos, Weegee se fue a Los Ángeles a trabajar como asesor técnico y actor en la industria hollywoodense—llegó a participar en el rodaje de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú de Stanley Kubrick. Marilyn Monroe, Jackie Kennedy, Elizabeth Taylor, Charles Chaplin fueron víctimas de su "lente elástica" que los deformó, recurriendo a un caleidoscopio, hasta ridiculizarlos. No solo actores y celebridades, también políticos como John F. Kennedy, Ronald Reagan o Mao Tse Tung, así como todas esas multitudes que se agolpaban para adorar a unos falsos ídolos.
Estas instantáneas de su etapa californiana (1948-1951), inéditas en Europa hasta ahora, siempre han contrastado con su etapa anterior, mucho más cruda y en la que simplemente utilizó la técnica de la fotografía directa. En su momento, la crítica encumbró la primera y detestó la segunda. A pesar de todo, las caricaturas, que se empezaron a publicar en prensa en 1947 y a las que se dedicó plenamente hasta su muerte, "eran tan originales que se vendían como churros", aseguró el propio Weegee.
"Durante su primera etapa neoyorquina, mostró que los tabloides vendían la crónica de sucesos como un espectáculo. A partir de 1945 puso en evidencia que el sistema mediático espectacularizaba a ultranza a los famosos", señala Chéroux. De ahí que la exposición aspire a reconciliar estas dos facetas de Weegee, a priori tan distintas entre sí, pero en las que "más allá de las diferencias formales, su planteamiento tiene un coherencia crítica innegable".