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De todas las facetas artísticas de Miquel Barceló (Felanitx, Mallorca, 1957), la escritura es la que más pudor le causa. No precisamente el testimonio confesional. El pintor, escultor y ceramista ha desvelado en no pocas ocasiones algunos retales biográficos: su escapada a Mali para huir de la "fama perturbadora", la permanente inseguridad creativa que lo circunda, su pasión por determinados poetas canónicos, la admiración que profesa a la obra de Picasso... De hecho, acaba de publicar sus memorias, De la vida mía (título que corresponde a la segunda parte de un verso de Góngora) en Galaxia Gutenberg.

La editorial dirigida por Joan Tarrida, que ha conducido este jueves la rueda de prensa de presentación en la sede madrileña de la Fundación Ortega-Marañón, se había ocupado ya de algunos lanzamientos del artista. Por un lado, los libros en los que Barceló ilustraba, a su personalísima manera, La Divina Comedia de Dante (2016), el Fausto de Goethe (2018) y La Transformación de Kafka (2020); por otro, los Cuadernos de África (2004) y los Cuadernos del Himalaya (2012). Pero este es "el primer libro que escribe sabiendo que es un libro", ha señalado el editor.

El problema no ha sido, decíamos, abrirse personalmente, sino la propia exigencia de escribir. Aunque lector avezado, Barceló escribe solo "a veces", tal como anuncia al inicio de este espléndido volumen híbrido en el que, sin solución de continuidad, se cuelan textos relativos a su vida y a su obra, manuscritos de sus cuadernos personales, apuntes ensayísticos, dibujos, comentarios de imágenes... Escribe "lo menos posible, pero siempre demasiado", y esta vez ha decidido hacerlo en francés. "En catalán o en castellano sería una mierda", mientras que "en francés me da una impunidad absoluta, me lo perdono", asegura.

De la vida mía arranca con un pie de foto y acaba materializado en un cuadro. Cuando decide aceptar, después de más de veinte años, la propuesta de su editora francesa, Colette Fellous, le pareció que marcharse a Japón le ofrecería "una buena perspectiva". Introduce en su maleta fotografías familiares, de su infancia, y comienza a escribir a propósito. No se trataba de contar que conoció a Warhol y otras tantas personalidades en los iniciáticos viajes a Portugal, Palermo, París, Ginebra, Nueva York... "Ese no era el criterio", desliza el artista. Además, "los poetas han cambiado más mi vida que la gente famosa", asevera.

El libro, que pretende emular "el ritmo cinematográfico" desde la edición —"el montaje"—, "tiene muchas capas de vida", relata Barceló. Por eso parece un cuadro. Más bien, un autorretrato. Están los perros con los que convive, los peces que es capaz de recordar solo si los dibuja y los talleres en los que trabaja, a menudo a caballo entre Mallorca y París. Un libro que, como su propia peripecia vital, se construye entre "idas y venidas". En África, por ejemplo, escribió mucho, pues "a partir de los 50 grados no se puede pintar". Con esas temperaturas solo se podía escribir. Lo bueno es que "dentro de poco podré hacerlo en Europa", ha bromeado.

"Admiro a gente políticamente incorrecta: Céline, Picasso... No hace falta que citemos a todas estas malas bestias"

Como la vida, el libro está cuajado de tachaduras y trazos inconclusos. "Pintar es equivocarse. Nadie pinta lo que quiere, sino lo que puede y se trata de ir aceptando lo que sale", explica el artista, sabedor de que la excelencia está subordinada a elementos tan externos como el azar. De la vida mía es, por tanto, la autobiografía de Miquel Barceló, pero también su cuaderno de campo. Nadie hubiera imaginado que en sus memorias no hubiese pintura, pero no todos esperaban un caleidoscopio tan panorámico.

Incluso huele. "Hay olores que son más fuertes que las imágenes. Proust pensaba en la pintura cuando describía los olores", dice. La naturaleza es presencia ineludible en este libro. Tanto que los animales de su entorno "son personajes tan importantes como la gente". Barceló ha recordado que, desde los años 70, estuvo adscrito a grupos ecologistas. La destrucción medioambiental es "un problema que no ha hecho más que empeorar, una hecatombe visible", ha lamentado.

Lo que no cabe en este libro es la polémica, los ajustes de cuentas relativas al mundo del arte, ni la cuestión sentimental. Sin embargo, no le duelen prendas reconocer que admira a "gente políticamente incorrecta: Céline, Picasso... No hace falta que citemos a todas estas malas bestias", determina. Pero "no hay que cancelar; al contrario: hay que abrir las ventanas".

El artista ha desvelado, además, que se encuentra realizando tres tapices que formarán parte de la decoración interior de la catedral Notre Dame de París. Se colgarán en las capillas laterales de la catedral, serán elaborados con "sedas y algún material sintético moderno..." y aparecerán Moisés y Noé, entre otros motivos bíblicos. El artista ha calculado que esta labor le llevará dos o tres años.