Tres artistas que viajan en el tiempo en tres espacios de Madrid
- La distopía ecológica de Miren Doiz, el presente diseccionado de Ángela Jiménez Durán y las delirantes ucronías de Ignacio García Sanchez, en la máquina del tiempo.
- Más información: Antonio López: “El tiempo no es un tema, sino una carga emocional para algunos artistas”
Viajemos en el tiempo. Movámonos por las grietas temporales del arte, las que son capaces de imaginar tiempos contingentes –probables (o no)– que pudieran estar sucediendo sin que nos diéramos apenas cuenta. La ucronía y la sincronía, también el fantasma desolador de lo distópico, son tres ficciones especulativas que se anclan con fuerza al presente. Miren Doiz (Pamplona, 1980) ocupa el Project room de la galería cubana El Apartamento para desplegar un paisaje emocional de culpabilidad y ansiedad por el deterioro del medio ambiente.
Un paisaje postnatural creado a partir de sus propios objetos inútiles que recicla y traduce en piezas ensambladas entre lo pictórico y lo escultural. Arcadia, el título de su instalación, crece entre cacharros inservibles, herramientas obsoletas, adornos, regalos, catálogos, libros y dispositivos tecnológicos desfasados como una metáfora del paisaje futuro. Un ecosistema que emerge de la vorágine consumista y la acumulación desmedida, y que provoca lo que el filósofo australiano Glenn Albrecht ha denominado “solastalgia”, un estado de ansiedad y nostalgia al ver cómo el entorno natural se deteriora o desaparece. Doiz convierte lo inútil en bosque y árbol, en matorral y piedra.
Ángela Jiménez Durán (Madrid, 1996), sin embargo, trabaja el proceso inverso, el de convertir lo intangible de una corriente de aire en objeto, capturando el presente con precisión quirúrgica. La exposición titulada Entre dos luces en la galería PICNIC sorprende por la acertada resolución del espacio que Jiménez Durán articula en torno a un vórtice central que se alza del suelo al cielo y que se erige como una Victoria de Samotracia contemporánea.
La monumentalidad de esta pieza dialoga con las cuatro Valvas, esculturas más pequeñas que parecen danzar a su alrededor. El uso de materiales cotidianos como el papel, el yeso y la cera –sensibles al calor y a la luz– aluden a su vulnerabilidad, modelada en los espacios negativos, entre los huecos y vacíos para relatar la historia de estas piezas orgánicas en danza perpetua.
Un pasado más impredecible que el futuro es la descabellada y fascinante ucronía que propone Ignacio García Sánchez (Madrid, 1987) en Nadie Nunca Nada No. El pasado, y en concreto la Edad Media, es revisitada por este artista que declina su potencia especulativa. Los dibujos realizados a la manera de códices medievales se convierten en escenas de catástrofe, producción fabril y delirios históricos que enmarca en dispositivos escultóricos de gran originalidad. Sus dibujos, plagados de detalles inesperados como robots, animales mitológicos inéditos, armaduras y batallas, se conectan en el flujo de los marcos, invitándonos a reimaginar episodios históricos fundacionales de la cultura occidental. Todo sucediendo simultáneamente en un feliz futuro pasado que amenaza con venir.