
Retrato del artista. Foto: Museo de Bellas Artes de Bilbao
Juan Luis Goenaga, el ermitaño que encontró el espíritu vasco entre el expresionismo y el 'land art'
El Museo de Bellas Artes de Bilbao acoge la exposición que el artista nunca pudo terminar debido a su inesperado fallecimiento el pasado verano.
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Este enero Juan Luis Goenaga habría cumplido la cifra redonda de 75 años. Desafortunadamente, el pintor falleció el pasado agosto, en medio de los preparativos de esta exposición. Goenaga (San Sebastián, 1950 - Madrid, 2024) es un artista ampliamente conocido en el País Vasco y solo, relativamente, más allá. No tanto por falta de exposiciones (expuso internacionalmente y de forma regular en Madrid), sino por su desinterés por cualquier asunto que no fuera su labor creativa.
Practicó una pintura expresionista, alternativa y periódicamente abstracta y figurativa y, a veces, de forma indiscernible, las dos cosas. En todo caso, utilizaba la pintura no como color sino como materia, otorgando a sus cuadros una marcada dimensión veloz y táctil, de mundo acabado de modelar.
Fue autodidacta, aunque su temprano interés por el arte le llevó jovencísimo a París, Roma y Barcelona, para conocer de primera mano las obras maestras. También entró en contacto con las iniciativas renovadoras de la plástica vasca de los sesenta, como fueron los grupos Ur y Gaur. Tras una época de retiro en Alkiza y una decisiva incursión en la abstracción, en un viaje a Alemania a comienzos de los ochenta conoció el neoexpresionismo y la transvanguardia, lo que le llevó a interesarse por la figura humana.
Tras atravesar las sucesivas etapas mencionadas, a veces oscuras y tortuosas, con el cambio de siglo desembocó en una pintura figurativa especialmente luminosa, diferente a toda su obra anterior. A lo largo de su trayectoria pintó sobre todo paisajes y mujeres, más apacibles los primeros que las segundas. La serie de retratos femeninos de comienzos de los noventa, algunos explícitamente sexuales, recuerdan a la serie Women de De Kooning, aunque las de Goenaga no sean monstruos.
La muestra actual está dedicada a ese periodo de experimentación que entre 1971 y 1976 desarrolló en el remoto caserío de Alkiza. Con apenas veintiún años se convirtió en un ermitaño cuyo propósito, como declaró en una entrevista, era “conocer todo lo realizado por nuestros antepasados, en las cuevas, en los cantos y en los bailes”.

Juan Luis Goenaga: 'Sin título', 1974. Foto: Museo de Bellas Artes de Bilbao
Esa búsqueda de los orígenes culturales y espirituales de lo vasco, que por entonces ocupaba a sus artistas, estaba alimentada por referentes como el padre Barandiarán y Pío Baroja, pero también por otros más personales, como Edgar Allan Poe y Lovecraft. Sin embargo, el interés por lo ancestral le condujo, paradójicamente, a la estricta contemporaneidad. Es decir, sus vagabundeos por los caminos, colocando hileras de piedras como pequeños crómlech, los haces de leña atravesando las estancias del caserío, los cuadrados trazados en el prado, evocan las marcas en el camino de Richard Long, las operaciones site/non site de Robert Smithson y las geometrías corregidas de Jan Dibbets.
Goenaga se perfila así como un pionero del land art en nuestro país, como hemos acabado descubriendo que lo fueron también Fina Miralles o Àngels Ribé. Nombres todos ellos periféricos de un esquema tópico del arte español, cuya revisión exige a su vez desmentir otro tópico: el de la desconexión con las corrientes internacionales.
Las intervenciones en el paisaje de Goenaga se complementaban con fotografías. Unas, de parajes simbólicos y otras, realmente bellas, que son solarizaciones de elementos de la naturaleza. Y también con sus cajas. Organizaba conjuntos de objetos naturales y etnológicos como vitrinas de museo de una ciencia tan desconocida como reveladora.
Finalmente, como resultado de esta inmersión en el medio natural surgieron series de cuadros, a cada cual más imponente: Itzalak (Sombras), Belerrak (Hierbas), Larruak (Pieles), Hari-matazak (Madejas), Sustraiak (Raíces), Marroiak (Marrones) y Kataratak (Cataratas). Imponentes por su arrebatado cromatismo y por esa armonía desordenada que detenta lo orgánico.

Juan Luis Goenaga: 'Sin título', 1973. Foto: Colección particular
Una relación entre el territorio y la creación artística que recuerda al universo de César Manrique. Y como sucede en este caso, veremos como la consideración por Juan Luis Goenaga irá creciendo con el tiempo.