Cielo y Líquido
Arquitectura Bancaria española
31 enero, 1999 01:00Carmen Giménez Serrano, autora de la tesis y comisaria de la exposición, ha centrado esta muestra en la idea de que los ricos edificios de la banca simbolizan los cambios de la sociedad española, materializando en el espacio urbano la importancia del poder económico, al tiempo que reflejan la idiosincrasia de la banca, caracterizada por la concentración del poder financiero en un grupo reducido de bancos importantes, en la concentración geográfica de estas entidades en pocas ciudades (Madrid, Bilbao y Barcelona), y en una actitud bastante conservadora respecto al discurso de los estilos.
Al hilo de esa estructura, la exposición se articula en dos ciclos, comprendidos entre el tercio final del XIX y nuestros días. El primer ciclo arranca en Vizcaya, en 1868, fecha en que Eugéne Lavalle y Soriano Achúcarro construyen el Banco de Bilbao, primer edificio concebido para funciones bancarias, diseñado como palacio clasicista, en la línea barroca francesa, como decoran sus mansardas o buhardillas. Le sigue, en 1875, la construcción del Banco de Santander, obra de Atilano Rodríguez, en el santanderino Paseo Pereda, en el que se adopta una manera romanista, evidente en el arco triunfal que lo centra. La culminación de aquel prototipo de palacio bancario se produjo en el "plateresco" Banco de España, en Madrid, proyecto de Adaro y Sáinz de la Lastra. Son arquitecturas fuertemente académicas, que se significan por la gravidez y fortaleza de lo neoclásico y por la opulencia ornamental. Fija ya aquella tipología, la iban a continuar en nuestro primer tercio de siglo arquitectos de tanta valía como Antonio Palacios, que tiene su obra principal en el Banco Central de la calle de Alcalá en Madrid, donde empleó órdenes gigantes y brillante voluntad de ornamentación, y también Ricardo Bastida, que en 1923 concluyó el bellísimo Banco de Bilbao en la misma madrileña calle de Alcalá, coronado de majestuosa estatuaria. De aquella manera, en las décadas de 1920 y 1930, cuando otros tipos de arquitectura española comenzaban a entronear con las corrientes extranjeras innovadas, se significaron nuestros edificios bancarios por su timidez en aceptar novedades. Así se comprueba en el Banco Pastor de La Coruña, de Antonio Tenceiro, con curioso influjo de la "escuela de rascacielos" de Chicago, y en el Banco de Vizcaya en la calle de Alcalá, donde Galíndez avanzó hacia una limpia arquitectura, descargada de formas clásicas.
Como resultado de la guerra civil y de la autarquía, hasta los años sesenta no se produjo la incorporación de la arquitectura bancaria a los lenguajes internacionales, asumiendo los principios racionalistas de eliminación de los muros de sustentación, convirtiendo las paredes exteriores en cortina o "piel de vidrio", y eliminando toda decoración superpuesta, para hacer triunfar el refinamiento de las formas puras, las básicas del estilo internacional. Dentro de esa poética, Ortiz Echagöe construyó en Madrid el Banco Popular de la calle Cedaceros, y J. Mª Fargas diseñó la Banca Catalana del barcelonés Paseo de Gracia.
Pero la arteria donde culminaría el estilo de este seguido ciclo de la arquitectura bancaria iba a ser el eje madrileño de la Castellana, con los edificios estelares de Bankinter, Bankunión y Banco de Bilbao, obras respectivas de Rafael Moneo (autor de grandes cubos herméticos), y de los "luminosos" Corrales y Molezún, y Sáenz de Oiza.
Cierra la exposición un breve e inquietante colofón: la sucursal del Central Hispano que Enrique Colomés diseñó para la Expo del 92 en Sevilla, trasladada ahora como pabellón a la Ciudad Universitaria de Madrid. ¿Un indicador más de que comienza la época de negar la tipología arquitectónica bancaria, adaptándola a usos diferentes, dejando de ser la imagen que los financieros han deseado hasta ahora hacerse sobre sí mismos?