Arquitectura

Sor juana y lo barroco

7 febrero, 1999 01:00

No sé si las formas rectilíneas que preponderan en la arquitectura "de consumo" en estos finales del siglo XX han acabado con el adjetivo de "barroco", pero en todo caso lo usamos muy poco y a menudo con aviesas intenciones. Creo que los "modistos" (o diseñadores de modas vestimentarias femeninas) son los únicos que alternan lo revestido con lo desnudado, a juzgar por las fotografías de los desfiles modisteriles, de que nos informan inexorablemente los noticieros televisivos y las revistas ilustradas; mientras la T.V. se empecina en resucitar los faralaes y farandolas de hace medio siglo, los diseñadores de modistería parecen empeñados en ahorrar "géneros" (sea confundiendo lo feminoide con lo machista) revestidos con la desnudez, paradójica manera de vestir desde los lejanos tiempos en que nuestra abuela Eva decidió vestirse de manzana. En todo caso, parece que lo que "se lleva más" es llevar menos y dejar al aire libre lo que antaño se cubría (por coquetería más que modestia), de tisús transparentes, dejando la abundancia a los cabellos y sus filigranas. Pezón más o menos, no deja de ser un detalle insignificante, salvo para los niños de alimentación mamaria (sospecho que la transformación de la palabra "madre", que posee una robustez masculina en el "pa" del padre o "papy" o "papito", es una cuestión de restaurante) y es seudo-tapar las nalgas femeninas (cuando ya el "modista" casi las ha disminuido al máximo) con galas traslúcidas, anuncia una réplica de los varones, dispuestos a aceptar los calzoncillos deportivos y las telas opacas, con tal de que nadie sospeche de su sexo. Los griegos de la época clásica no se andaban con gazmoñerías, dejaban a sus compañeras las faldas y peplos, tan útiles para disimular lo que no sea perfecto y prestaban las alas y tacones del calzado para aumentar o disminuir la talla. Pero tantas fuerzas modisteriles no dejaban de ser inútiles ante una decidida fealdad paralela, que imponía urgente restauración y hasta demolición. Las Musas, que no eran tontas, sabían jugar a taparse con telas plisadas, con lo cual hasta Urania (que era la más astronómica) podía quedar bien. Por eso se quedaron como mujeres elegantes y coquetonas sus nietas, las Tanagras y aprendieron la lección de las transparencias, mientras los genios y hasta los dioses mayores se tenían que contentar con la hoja de parra: se dejaban de mantos traslúcidos y se contentaban con la hoja que era lo único que sus compañeras dejaban, tras comerse las uvas.
De estas confusiones nació la horrible palabra "barroco". Desde la manía de la ornamentación, para dar a entender que lo esencial está debajo, se cayó en lo barroco, que (según leo en Camón Aznar, a través de Luis Morales) es un estilo de ornamentación caracterizado por la profusión de volutas y otros adornos en que predomina la curva, que se desarrolló principalmente en los siglos XVII y XVIII. "Baroque" es palabra francesa y académica, derivada del español "barrueco" y se aplicaba a una perla no esférica, sino irregular y apelmazada, que se buscaba precisamente por su fealdad y que quedó en francés como equivalente de "etrange" (bizarro y chocante). Para los franceses del siglo XVIII y XIX tiene el encanto de lo irregular y de lo desacostumbrado. A Nietszche le parecía monstruoso como gusto de pedantes en todas las esferas de la decoración, edificios (muebles, trajes, coloquios amorosos y hasta poemas contrarios al clasicismo galo) y ese aire de paradoja les ofrece un canto caprichoso, con lo que se ponen de moda. Parece ser que para Benedetto Croce, lo Barroco sólo es una modalidad de lo feo; pero ¿qué es lo feo? Una perla torcida puede ser equivalente a otra perfectamente esférica; y nada más aburrido que un collar de perlas, sobre todo si son pocas y pequeñas. Si la hilada de cuentas esféricas se repite tres o cuatro vueltas, no por eso será más hermosa; y cuantas más vueltas se den, más aburrida resulta, como las vueltas del tio-vivo.
Para Nietzsche era una monstruosidad monótona, que sólo puede gustar a los pedantes y a los geómetras (o a ambos dos). Para Benedetto Croce un collar de perlas es sólo una modalidad de lo feo. Para Weisbach linda con lo patológico y le aplica un aspecto cruel, como fruto del trabajo insensato de las ostras con pretensiones heroicas, falto de ingenuidad, salvoconducto entre lo humano y hasta divino, entre macabro y erótico sublimado, con dejes de enanez. Persner es más respetuoso y encuentra una cooperación de las partes en el todo, más decorativa que estructural, unos trucos de baja estofa bajo la arquitectura de guiñol y el soso encanto de la repetición. Es una creación humana de un reptil falso, que trata de infundir una vida que no tiene, con pretensiones pintorescas y hasta sublimadas, suerte de teorema elemental para producir en el espectador tensión inmediata, elementos naturalistas jugando a arquitectura, prestando al portador una adhesión emotiva y al cuello que lo sujeta una sospecha de eternidad foránea.

Tiene un aspecto reiterativo que indica mediocridad mental y aprisiona el cuello femenino de pretensiones de nobleza. La belleza de la repetición es siempre facilona y bastarda. se trata de una eternidad de bajo voltaje, de un formalismo retórico que se muerde el rabo por falta de ingenio, una tentativa torpe de infundir aparente dinamismo a aburridos elementos reiterativos, una repetición de formas y tamaños hacia necios fines de convicción. La rareza de esa retahila de esferas llega a convencer de su hermosura; no más verídica que una docena de huevos, contagia esa ilusión al cuello que rodea, cuyos defectos y pecas disimula. Se trata de una belleza formalista, basada en la repetición, y una vida ficticia con la tozudez del reptil que se aburre, y trata de animar un cuello (y hasta un cuerpo) insensible y hasta insensato, una ficción de vida que no engaña a nadie, ni a quien lo porta como emblema de esclavitud. Nada más opuesto al estilo "barroco", con la vida como visión, que este juego a cuentas que no engaña ni a quien lo porta, más emblema de esclavitud que de eternidad, enano sistema solar en un firmamento de falsas estrellas, mitología que cuenta por cuentas del mérito de quien la ostenta como un diploma de nobleza. La repetición en la variedad, que es la obsesión del barroco arquitectónico, al encerrar el espacio infinito por un movimiento ilusorio, organiza "mundillos" de muñecas, pequeñas y gordinflonas, para lograr una convicción de eternidad; pero no cabe negar a los monótonos productos de ese estilo el saber seducir a los incautos por su falsa grandeza enana y su aparatosa geometría.
La reverenda poetisa mexicana Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), parapetada tras el óvalo de su escapulario, escribe sonetos que son como collares de perlas, bellas si artificiales, como ese "Soneto" que sitúa la "Fantasía con amor decente", que se inicia con énfasis para concluir en desengaño, y cuyo segundo cuarteto dice así: "Aunque dejes burlado el lazo estrecho/que tu forma fantástica cedía/poco importa burlar brazos y pecho/si te labra prisión mi fantasía..."
El collar de perlas es, a fin de cuentas, una falsa ilusión y un desengaño. Sólo el amor decente, el Divino, puede contentarse con la realidad ilusoria de la fantasía.