Arquitectura

Construir utopías

Tipologías arquitectónicas

28 marzo, 1999 01:00

"Tipologías Arquitectónicas. Siglos XVIII y XIX". Academia de Bellas Artes de San Fernando. Alcalá, 13. Madrid. Hasta el 23 de mayo

Una de las etapas más apasionantes y menos conocidas de la historia de la arquitectura en España la constituye el conjunto de proyectos promovidos desde la Academia de Bellas Artes de San Fernando a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, entre el eclipse del Siglo de las Luces y los revolucionarios años iniciales de la Edad Contemporánea. Los programas de la Ilustración, con su decidida vocación por un arte civil y urbano, provocaron que los modelos de la arquitectura cortesana y de representación -palacios, puertas triunfales, templos- cedieran el protagonismo a tipologías innovadoras -hospitales, bibliotecas, archivos, plazas de toros, teatros, gimnasios, cárceles, jardines, cementerios-, al tiempo que se alteraban profundamente los lenguajes barrocos y clasicistas. A analizar aquellos "tipos" de construcción, estilos edificatorios y conceptos del nuevo programa edilicio se dedica esta exposición selecta y académica a más no poder, "Tipologías arquitectónicas, Siglos XVIII y XIX", producida por la Academia de San Fernando en colaboración con la Comunidad de Madrid (no en vano los estudiosos han llamado a Madrid "el laboratorio de la arquitectura de la Ilustración").
Se trata, como decimos, de una exposición académica "a más no poder", no sólo porque los setenta y cuatro dibujos (plantas, secciones, alzados) que se exhiben -la gran mayoría, por primera vez- pertenecen al Gabinete de Dibujos del Museo de la Academia (integrado por unas quince mil piezas, de las que seis mil constituyen el "planero" o conjunto de diseños arquitectónicos de los siglos XVIII, XIX y primera mitad del XX), sino sobre todo porque una de las ocupaciones sustanciales de la Academia de San Fernando ha sido el ejercicio de la arquitectura. No hay que olvidar que uno de los motivos fundacionales de la Academia de Bellas Artes de Madrid (1744) fue el de disponer de un centro prestigioso en que nuestros tradicionales maestros de obras se formaran profesionalmente como arquitectos, desarrollando la Institución aquella función docente durante cien años, hasta la creación de la Escuela Superior de Arquitectura (1844). También fueron actividades fundamentales de la Academia la de control oficial de los proyectos y la de velar por la conservación del patrimonio arquitectónico.
Prosiguiendo en su línea investigadora, la Academia celebra esta exposición, que viene a complementar a la que también organizó en 1992 con el título bien expresivo de "Hacia una nueva idea de la Arquitectura", revisando entonces los resultados obtenidos en los concursos de los Premios Generales de Arquitectura, que la propia Academia convocó entre los años 1753 y 1831.
Ahora se muestran otros muy curiosos e interesantes proyectos ideales, realizados como pruebas para obtener títulos y galardones, en su mayoría no pensados para ser construidos, presentando algunos de ellos una fuerte carga imaginativa.
Una de las sopresas reveladoras que se desprende del conjunto de esta exposición es la evidencia de que, en lo relativo a los modelos y a los estilos, en España no se produjo un paso progresivo ni una evolución clara desde el barroco al neoclasicismo.
Siendo cierto que nuestra arquitectura de la Razón a finales del siglo XVIII impuso -como observó certeramente Delfín Rodríguez Ruiz- "un código abstracto y ahistórico, normativo y estable" de neoclasicismo, también es notoria la confluencia que entonces se produjo de modelos renacentistas y barrocos (estudio de la fachada de la antigua "Cárcel de Baeza", por Tomás Hermoso; "Puente de Toledo sobre el río Manzanares", por Hermenegildo V. Ugarte), imágenes rotundas de arqueología (la "Pirámide del anónimo "Monu- mento a la memoria de Cervantes"; los cubos, esferas y obeliscos de los cementerios proyectados por Pedro Nolasco Ventura, Ramón Molner y Francisco Enríquez), junto a citas inequívocas del barroco clasicista de Roma ("Plaza de toros", por F. Domínguez y Romay; el pórtico no construido que Juan de Villanueva proyectó para su "Gabinete de Historia Natural", luego Museo del Prado; la coronación del fastuoso e imaginativo proyecto del "Templo del Honor y lnmortalidad", por Antonio López de Losada). Se produjo, pues, un fuerte eclecticismo de lenguajes dentro del general nuevo gusto clasicista, cortesano y cosmopolita, lo que tampoco pudo estorbar la presencia de algún que otro trallazo de barroco castizo de raigambre popular.
En cuanto a las calidades del dibujo, el conjunto expuesto constituye una lección y un goce inolvidables. La pericia, la minucia y la precisión irreprochables del delineado en tinta china negra se combinan con exquisitos coloreados y sombreados realizados a la aguada. Todo ello, resaltado por el concepto más noble de monumentalidad, la eficacia del carácter descriptivo, el dominio de la topología y de la representación cartográfica, así como la inclusión del gusto por lo caligráfico. Evidente-mente, la Academia no se equivocaba al considerar al dibujo como la matriz de todo arte. Resultan deliciosas piezas tan diversas como la curiosa panorámica del "Modelo de telescopio Herchal que se instaló en el Observatorio del Buen Retiro", por G. Dupont, o la planta de "Jardín de recreo público" -mitad rigor geométrico francés, mitad sinuosidad inglesa-, de Vicente Miranda Bayón, o la arcádica escenografía para el "Monumento que eternice la heroica defensa de la Inmortal Zaragoza", de Laviña y Blasco, o la sorpresa -una especie de máquina de precisión- de la planta baja de la "Cárcel y presidio correccional de forma panóptica", de MIguel Jerinel y Gelma...
Todo un conjunto de maravillas, sobre la complejidad tipológica de la arquitectura neoclásica, cumpliendo con los principios tradicionales de la utilidad, la solidez y la belleza, en un tiempo oscilante entre el arte de la Razón y las imágenes del deseo.