Arquitectura

Caja de vistas en el monte Abantos

El estudio Picado-de Blas firma el nuevo teatro de El Escorial

8 junio, 2006 02:00

María José de Blas y Rubén Picado, forman el estudio Picado-de Blas Arquitectos. Desde 1991, son profesores de proyectos en el CEU y la U. Europea respectivamente y ahora están desarrollando una intervención paisajística en la Playa de la Espasa (Asturias), un edificio de Educación Especial en Arganda del Rey (Madrid) y el nuevo edificio de la Polícia de Villanueva de la Cañada (Madrid).

El Teatro de San Lorenzo del Escorial se acomoda en la ladera del monte Abantos para poder relacionarse con el paisaje de fondo, conectarse con la trama de la ciudad y volcarse al magnífico horizonte que se divisa desde el lugar elegido para el asiento del edificio. Esta elección, al igual que en los teatros clásicos, fue fundamental para entender la disposición, orientación, accesos y pendientes de la intervención, algo que ha generado no pocas dificultades en el diseño del edificio.

Han sido más de 5 años de intenso trabajo de obra, en el que las diluidas condiciones que la promotora Comunidad de Madrid ha exigido a los arquitectos autores del proyecto, no ha hecho más que dificultar el proceso en menoscabo de algunos detalles de calidad. El proyecto de María José de Blas, Rubén Picado y Enrique Delgado, quien trabajara con ellos en las fases iniciales, fue dirigido por los dos primeros con la colaboración de Vicente Mestre y José Luís Tamayo en la ciencia acústica y en las técnicas escénicas. El equipamiento completo del edificio ha consumido más de la mitad de los 65 millones de euros que ha costado el edificio. El programa se articula en dos salas de 1200 y 300 butacas y otras de usos múltiples y de ensayos, que reproducen las dimensiones del escenario de la sala mayor. Las salas responden a una tipología de teatro a la americana, con una gran platea y un inclinadísimo anfiteatro que vuelca la visión del aforo sobre un escenario suficientemente grande, que llega a tener 25 metros de altura de caja. Este espacio se reviste de una cuidada madera de nogal oscura que confía en el diseño de los paramentos un gran número de inteligentes soluciones para la optimización acústica y el acomodo del equipamiento. "El edificio no puede entenderse sin recorrerse", defienden los arquitectos. Y es cierto, ya que son estos espacios vacíos entre las masas de granito los más interesantes. Generan una secuencia enlazada que desde la plaza de acceso, primera terraza de esta secuencia, van abrazando los espacios escénicos del edificio. En este caso se invierte la definición de espacios servidores y servidos, siendo este circuito de recorridos serpenteante el gran argumento del edificio. En el tránsito nos encontramos interesantes proyectos espaciales, como un magnífico mirador que hace desaparecer su fachada invitando, casi exigiendo, al visitante a salir al exterior a contemplar el horizonte. A partir de este nivel de encuentro, comienza una inmersión en el interior de la ladera para acceder a los distintos niveles de la sala, que pone excesivamente de manifiesto la complicada situación topográfica que sufre el edificio.

Simplicidad formal, y un uso masivo de granito tratado como mero revestimiento dan un aire de decidida austeridad, que se adereza con la pintura verde de alguno de sus techos y con un basamento de costeros. Ha sido constante la voluntad de integración sin demasiado sometimiento a la fuerte presencia del monasterio y muy grande el esfuerzo de los arquitectos para construir el que será, junto con el Teatro del Canal, uno de los recintos escénicos más importantes de la Comunidad de Madrid.