Casa Museo del cieasta Manuel de Oliveira (Oporto, 1998-2002)
Eduardo Souto de Moura es considerado como el tercer miembro de la llamada Escuela de Oporto, junto a Fernando Távora (1923-2005) y Álvaro Siza, premio Pritzker 1992. Parece inevitable que su nombre haya aparecido ligado al de estos dos arquitectos durante toda su trayectoria, que suma ya treinta y un años desde que obtuvo su título.No es la primera vez que los arquitectos o artistas se agrupan en escuelas o conjuntos que arrastran ya toda la vida, a pesar de que los intereses y aptitudes cambian con el tiempo. Así pasó por ejemplo con los Five Architects -Eisenman, Graves, Meier, Hejduk y Gwathmey- o con la corriente denominada Constructivismo que, a finales de los años ochenta, aglutinó a Gehry, Tschumi, Libeskind, Coop Himmelblau, Koolhaas o Eisenman. La realidad hoy es que las trayectorias individuales de estos arquitectos son tan dispares que parece imposible imaginar que todos hayan formado parte de un mismo colectivo en sus inicios. En este proceso, el de encontrar la identidad propia, de descubrir qué es la arquitectura y cuál es nuestra actitud ante ella (pregunta, por cierto, que no nos cansamos de hacer en clase a nuestros alumnos y, no sin dificultad, apenas aciertan a responder) algunos arquitectos se enredan años y años sin conseguir una respuesta válida y otros, los afortunados, son capaces de responder en forma de obras construidas.
Así, en el trabajo temprano que Souto de Moura inicia en el Mercado Municipal de Braga (1980-84) o la Vivienda en Casal dos Cardos (1987-92), podemos apreciar cómo su arquitectura estaba presa de un lenguaje propio del arquitecto joven que se preocupa en demasía por conseguir un estilo, por cuestiones no relevantes y muchas veces, por dejar en la obra su sello de autoría. Autoría que empieza a mostrar un gran compromiso con el lugar y las referencias a la historia y sus arquitectos, con Mies van der Rohe a la cabeza, en los muros prolongados, en las estancias agrupadas en torno a patios, en grandes planos horizontales volados… De hecho, son célebres estas contundentes afirmaciones de Mies de "Dios está en los detalles" o "No sabemos de ningún problema formal, sólo problemas constructivos" que Souto de Moura hace suyas casi desde sus comienzos.
Pero a Mies le acompaña Siza, arquitecto para el que trabajó de 1974 a 1979 y del que posiblemente aprenda su sensibilidad para trabajar en el lugar, en las complejas tramas urbanas, como se muestra en el Museo de Arte Contemporáneo de Braganza (2002-08); después vendrá Rossi que le descubrirá los tipos y la seriación como elementos fundamentales de diseño arquitectónico. Y de esta manera Souto de Moura comienza a recorrer un camino propio, donde se olvidan los blancos muros y los volúmenes puros y abstractos, para introducir geometrías más complejas, el color y enfatizar aún más si cabe el valor y la presencia del material. En la Vivienda en Serra da Arrábida (Setúbal 1994-02) los volúmenes se fragmentan y los guiños a Barragán o Le Corbusier aparecen de manera sutil, en los colores de los patios o en la pequeña mesa que arranca junto a una ventana. En la Vivienda de Moledo do Minho (Caminha, 1991-98) la comunión y simbiosis que se produce entre los espacios de la vivienda y la naturaleza es de una claridad y lógica aplastantes, mientras que en las Viviendas de Fomelos (Ponte de Lima, 2001-2002) es la geometría rotunda y contundente de dos piezas, empotrada una en el terreno volando sobre la otra, donde el arquitecto abandona el rigor que hasta el momento le acompaña y se transforma su obra en algo más plástico y poético.
Quizás sean la vivienda para el director de cine Manoel de Oliveira (Oporto, 1998-2002), el Estadio Municipal de Braga (2000-04) y la Casa das Historias Paula Rego (Cascais, 2005-09) sus obras más celebradas. En la primera, dos grandes volúmenes, como ojos para mirar el paisaje, construyen la imagen de la vivienda. En el estadio, la fuerza expresiva de las pantallas de hormigón armado se perforan con grandes círculos que recuerdan aquellos que empleara Kahn en sus proyectos indios, contrastando con la tensión del plano flotante de la cubierta, y todo ello encajado en una gran cantera de piedra que contribuye a aumentar su mayor dramatismo y una perfecta integración en su entorno; mientras que en el museo de la pintora Paula Rego, se busca lo contrario, distinguir claramente el artificio que construye la arquitectura en la naturaleza por medio de los rotundos volúmenes piramidales y del empleo del color rojo, opuesto al verde de los árboles, en el hormigón en todos los muros exteriores del conjunto.
Souto de Moura ha descubierto que "la buena arquitectura es aquella que parte de una continuidad anterior y aporta algo a lo que tiene ante sí"; que lo importante de la arquitectura no es un estilo, sino su adecuación al contexto donde se inserta y que el arquitecto tiene que ser capaz de saber ver y entender las claves del sitio para transformarlas después de una manera u otra en su arquitectura. Y que es aquí donde se descubre su maestría, su eficacia, su buen hacer. Descubrió que en este proceso no estamos solos aunque los compañeros cambien, y que muchos han sido los maestros: "Si he logrado ver cada vez más lejos, es porque he subido a hombros de gigante" -en palabras de Newton-, reconociendo siempre que en este camino nos acompañan algunos aciertos pero muchos más errores. Se dio cuenta de que la arquitectura se hace para las personas, aprendiendo entonces a humanizar La machine à habiter y que una de las cosas más hermosas que tiene la vida es recorrer el camino que conduce a la libertad.