Vista de la sala
“Jean Prouvé (1901-1984) es una figura clave de la arquitectura y del diseño del siglo XX”. Así introducen la exposición Belleza fabricada en la galería Ivorypress de Madrid, sus comisarios Luis Fernández-Galiano y Norman Foster. Todavía nos queda el regusto de la exquisita exposición sobre la obra de Buckminster Fuller, también ideada por el tándem Foster- Fernández-Galiano que está reclamando la extraordinaria posición que en la reciente historia de la arquitectura han tenido figuras como Fuller o Prouvé. Ambos son inspiradores y maestros reconocidos de la obra no sólo de Foster, sino de algunos de sus más celebres contemporáneos, como Richard Rogers o Renzo Piano.
Pero detrás del redescubrimiento del trabajo de Prouvé, más allá del reconocimiento de una obra singular, hay también una necesidad de destacar su honestidad constructiva y estructural, que tiene en nuestros días un especial interés. La fatiga de las arquitecturas inocuas que han destacado en la escena internacional viene a ser desenmascarada por estos arquitectos cuyo espíritu investigador les aleja drásticamente de las aproximaciones formales para trascender, desde la innovación técnica, en una ética superior basada en la economía, en la invención, en el desarrollo tecnológico y por lo tanto en la “belleza fabricada” desde una intuición que sólo los grandes creadores pueden poner en práctica.
Prouvé era un constructor. Sus diseños eran la parte primigenia de un proceso cuyo objetivo era la fabricación a través de prototipos (algunos de los cuales muestra la exposición), compilando los sistemas que componen el edificio, concebido como un conjunto aglomerado. La consecuencia espacial era el resultado, inédito y sensible, de todo el proceso. Y detrás se encuentra el arte, la belleza, como reflejo de este proceso científico. Porque las estructuras, las construcciones, los ensamblajes tienen memoria. El espacio siente el recuerdo de cómo estuvieron construidos, y este latido está presente en la obra de Prouvé.
La coherencia entre las partes y el todo en cada uno de sus sistemas y la capacidad de repensar todo el proceso de concepción, fabricación y montaje de edificios es su mayor legado. Su origen como metalista, conocedor de las técnicas de fundición, plegado y extrusión de aceros, aluminios y aleaciones, favoreció una inédita tectónica basada en la ligereza y en el ensamblaje: “El primer paso de un prototipo es la creación espontánea, la mano que persigue la idea, sin pasar por el dibujo”. Su taller se localizó en una fábrica, donde todo su proceso creativo tenía una rápida materialización física. Los obreros y los arquitectos e ingenieros trabajaban conjuntamente y, además, Jean Prouvé reivindicó su origen como obrero de la construcción como el valor que le dio el conocimiento que pudo aplicar científicamente más adelante. El arte aplicado a la industria, la confluencia de sus principios profesionales, éticos y sociales que puso en práctica y defendió hasta el final de sus días con valor, merecen su reconocimiento hoy. Norman Foster lo denomina “el maestro de la forma estructural”. Quiso ser el Henry Ford de la arquitectura, llevando sus ideas de la industrialización de las partes a un proceso de producción en serie. Soñó con la fabricación de viviendas sociales. Se adelantó a su tiempo.
Pudiera hacer una descripción de los innumerables sistemas de fachada, partes y conjuntos de construcciones, muebles y proyectos que Prouvé produjo en su vida. Pero les invito a que visiten la exposición. Descubrirán la verdadera utilidad de la arquitectura, a un constructor, a un visionario.