Interior y exterior de la nueva Filmoteca de Cataluña proyectada por Josep Lluís Mateo

El arquitecto Josep Lluís Mateo firma la nueva Filmoteca de Cataluña en el barrio barcelonés del Raval. Una gran estructura de hormigón que suma y gana espacio público para la ciudad.

En un precioso pasaje de Eupalinos o el arquitecto de Paul Valéry, Sócrates, en conversación distendida con Frodo, dice: "¿No has observado, al pasearte por esta ciudad, que entre los edificios que la componen, algunos son mudos, otros hablan y otros en fin, los más raros, cantan? No es su destino, ni siquiera su forma general lo que los anima o lo que los reduce al silencio. Eso depende del talento de su constructor, o bien del favor de las Musas".



Cualquiera de nosotros, en nuestros paseos por cualquier ciudad, podemos encontrar edificios mudos, que hablen o que, raramente, canten. Y es que, en definitiva, la arquitectura no hace más que establecer diálogos y relaciones entre los volúmenes, la luz, la materia y el espacio, y siempre, teniendo al hombre como protagonista, pues es a él a quién se dirige y es en la satisfacción de sus necesidades, donde encuentra su razón de ser.



Josep Lluís Mateo (Barcelona, 1949) ha hecho de la nueva sede de la Filmoteca de Cataluña, en el popular barrio de El Raval en Barcelona, un edificio que canta: una gran estructura de hormigón que se talla con inteligencia para desvelar el espacio que contiene. Sin olvidar la escala pública que debe mostrar la institución, se configura como telón de fondo de un escenario urbano, como pantalla de un nuevo espacio público ganado a la ciudad. Es de estos edificios que quizás presente cierto rechazo al espectador por sus grandes paños de hormigón visto, un material todavía no aceptado por la sociedad como merece. Pero el hormigón aquí nos engaña, pues lejos de convertirse en algo insípido, frío y violento, atrapa la luz, gracias a sus texturas pensadas y cuidadas, haciendo vibrar la pared.



Una vez dentro, todo cobra sentido. El contundente volumen exterior se transforma en una sucesión de grandes espacios libres de estructura que permiten hacer casi todo en ellos. Los espacios se muestran transparentes y diáfanos, estableciendo continuas relaciones entre ellos y con la ciudad a través de la visión velada por celosías, vidrios y mallas.



Lo que parecía por fuera cerrado y secreto, se muestra en realidad como algo transparente y abierto, organizando los usos con lógica y sentido común: las grandes salas de proyección y aulas se entierran bajo la plaza, liberando así los espacios del volumen de hormigón en los que se sitúan la biblioteca, las salas de exposiciones permanentes y los espacios administrativos. Y ambos mundos, el enterrado y el construido sobre la superficie, se conectan por un complejo vacío que hace de vestíbulo y que inunda de luz natural todo el edificio.



El espacio se nos desvela entonces en su recorrido como si avanzáramos fotograma a fotograma por una película, en la que se van sucediendo con orden y precisión los actores y los paisajes, la música y los silencios, ganando la trama intensidad según se avanza, haciendo al edificio cantar. Esta vez gracias al talento de su constructor, y no tanto del favor de las Musas.