Interior del auditorio de Cartagena del Estudio selgascano



Por escala cromática las distintas disciplinas artísticas entienden diversos significados de la misma cosa. Los músicos la introdujeron como aquélla que contiene todos los semitonos de la escala musical temperada occidental, estructura primaria del sonido que la naturaleza regala como energía en forma de ondas para poder emocionarnos. Los pintores, no obstante, así como los que trabajan en cualquier medio visual, reconocen la teoría del color a partir de la mezcla de cuatro sensaciones cromáticas elementales, representadas en un círculo que se divide en doce cuadrantes. Son como los doce semitonos que componen la escala dodecafónica o cromática en música.



La expansión del espectro con el que componer, música o plástica, abre un universo en la historia, que en la arquitectura, más lenta, aún está por explorar. selgascano, en minúsculas y todo junto, como ellos desean, es un estudio de arquitectura que, con convicción, trabaja en el espacio cromático. Un espacio nuevo, que rompe algunos cánones con los que la arquitectura ha operado. La escala, la luz, la gravedad, son drásticamente alterados con inusitado dominio en sus proyectos. No trabajan con la proyección de sombras para resaltar los cuerpos expuestos ante la luz, no exponen las partes sobre el sistema constructivo para reconocer en ellos la presencia de lo físico y, discretamente, difuminan, casi eliminan, la presencia gravitatoria, como liberando al espacio arquitectónico de su pesada carga.



José Selgas y Lucía Cano (ambos de Madrid, 1965) son coherentes con sus principios arquitectónicos en todo momento. Viven en una casa diseñada por ellos mismos, llena de lámparas y de colores, cuya planta suspira en el jardín como fragmentos de hojas que se hubieran caído de un árbol gigante, mutando con las estaciones y, por lo tanto, cambiando la percepción de la vida que ocurre dentro cada día. Su estudio parece un calidoscopio, un tubo por donde fluye toda la energía que trasvasan al ámbito arquitectónico y que ya es reconocida en todo el mundo. Así viven y trabajan, combinados con la naturaleza, abiertos a la luz del día y sus colores, experimentando y testando lo que profesionalmente producen.



Su última obra construida es el Auditorio de Cartagena. Asentado sobre el muelle horizontal y plano del puerto, parece que hubiera aterrizado de otro planeta y, sin embargo, contiene toda la lógica y la memoria de tan intenso lugar. Provoca con su diseño longitudinal de doscientos metros lineales el paseo por el puerto, pero inmerso en un mundo nuevo de sensaciones espaciales, como si el espectador pudiera bucear expuesto a un nuevo sistema de relaciones donde la luz, como en el agua, se refracta en un abanico nuevo de mezclas y brillos, y donde la gravedad queda aplazada por la flotabilidad de la hidrostática.



Fuera de este campo, ya en el espacio público del muelle de Alfonso XII de Cartagena, su monotonía horizontal nos refiere de nuevo a la presencia de la naturaleza, por su exposición al horizonte que fue roto en el diseño del plano interior. La construcción no tiene escala, desde un punto de vista vitruviano, pero sí desde un punto de vista cromático. No hay piedra, hormigones o tierras. Hay materiales sintéticos, como plásticos, acrílicos, aluminios y pinturas. Y en esta síntesis, elaborada con rigor tecnológico y arquitectónico, surge un nuevo espacio, con una nueva luz modulada, con un sistema de referencias inédito. No hay sombras, hay color.