Vista exterior de la Torre Iberdrola en Bilbao

Respetuosa con el medio ambiente y depurada de líneas, la Torre Iberdrola proyectada en Bilbao por César Pelli, se aleja del 'más difícil todavía' de muchas de estas construcciones para abordar de manera sencilla y eficaz sus mil metros de altura.

Si hiciésemos un breve recorrido por la evolución y transformación que han sufrido los edificios en altura desde su aparición, señalaría como fundamental que sus posibilidades y desarrollos han estado marcados durante los siglos XIX y XX por condicionantes técnicos, constructivos y económicos. Los primeros rascacielos escondían sus estructuras de hierro en fachadas de piedra profusamente decoradas con molduras, cariátides y órdenes que evocaban un tiempo anterior. No hay más que recordar las polémicas palabras de Le Corbusier en su primer viaje a Nueva York al encontrarse una ciudad de piedra en vez de acero y vidrio: "¡En vuestros nidos de las cumbres, estamos como en un sótano!", decía en su feroz crítica a unos edificios que no sacaban partido a la altura. Desde el Movimiento Moderno y su promulgada separación entre la estructura y el cerramiento hasta la actualidad, con la sustitución de estructuras reticulares por sistemas tridimensionales, se ha intentado encontrar sistemas que permitan alcanzar alturas mayores con la máxima eficacia.



Pero hoy, en el siglo XXI, superada la técnica, la construcción y la economía gracias a los medios informáticos que permiten resolver cualquier geometría que a un arquitecto o ingeniero se le pase por la cabeza, hacer un rascacielos se ha convertido en un problema formal. No hay más que observar las últimas propuestas en este sentido: estructuras retorcidas, quebradas, angulosas o curvas, promulgando a los cuatro vientos un "más difícil todavía" que ilumine de asombro y sorpresa la cara de los atónitos ciudadanos. Hoy, "el tiempo medio que se tarda en diseñar un edificio de 40 pisos en China es de 10 días con tres personas en tres ordenadores", nos recuerda Rem Koolhaas.



Afortunadamente, en esta línea de despropósito la nueva Torre Iberdrola levantada en Bilbao por Cesar Pelli (Argentina, 1926) no encaja. Situada en el corazón de Abandoibarra, se suma ya a este conjunto de edificios singulares presididos por el Guggenheim. Su estructura de 41 plantas y 165 metros de altura se levanta silenciosa, como sin querer llamar la atención a pesar de su presencia. Su planta no es una sorpresa, núcleos de comunicaciones y servicios al centro para así liberar el perímetro y otorgar la máxima luz y vistas a los puestos de trabajo, que pueden organizarse de manera flexible; su fachada no es nada del otro mundo, una doble piel cuidada, eso sí, hasta el extremo, ofreciendo una solución sostenible de eficiente control climático, gracias a la creación de las dos fachadas (la exterior con vidrios de baja emisividad que apenas alteran la percepción del exterior y la interior con vidrios practicables) y una cámara de aire entre ambas que incorpora mecanismos de control solar en su interior. Suele pasar en arquitectura que las ideas más sencillas son las más eficaces.



Se echa en falta sin embargo, como suele ocurrir en la mayoría de estos edificios en altura, una mejor manera de resolver el principio y el final, el contacto con el suelo y con el cielo. Un edificio de estas características no debería llegar al terreno como si nada ocurriera, si bien se ha intentado resolver este aspecto con la introducción de un modesto jardín en el vestíbulo del edificio en continuidad con el jardín exterior. Y es una lástima que su coronación, lugar privilegiado para contemplar toda la ciudad, se destine aquí a las plantas técnicas de instalaciones, ubicando un restaurante en la planta primera que bien podría haberse situado en la última para goce de todos sus comensales. Se intenta desde la idea justificar un remate con la prolongación virtual de las aristas del volumen, que coincidirían en un punto situado a mil metros de altura, pero ahí se queda, en una poética idea. Cualquiera que haya visitado Torres Blancas en Madrid, la Fundación Ford en Nueva York o la Torre Hancock en Chicago, entenderá de manera inmediata cómo un edificio de estas características puede resolver el contacto con el suelo, la introducción de un jardín en continuidad con otro exterior y la coronación que reclamo.



A pesar de estos aspectos, es bienvenida esta nueva torre que destaca por su serenidad y elegancia frente al circo mediático al que la arquitectura nos ha acostumbrado. Incorpora además avanzados sistemas de control de la iluminación interior y de la climatización que han permitido otorgar al edificio la máxima calificación energética, reconociendo así el uso de las prácticas más respetuosas con el medio ambiente.