Bricktopia, bóveda tabicada de Map13 en Barcelona.
¿Qué esperábamos del 2013? En el último lustro, el saber popular iba tirando los años antes de usarlos porque, con seguridad, hasta el siguiente no remitiría la crisis. Esta transitoriedad se nos ha quedado adherida, aguardando siempre a pasado mañana. La arquitectura no es caso aparte y también responde con procesos instantáneos o eternidades circunstancialmente interrumpidas.Lejos del monocultivo, durante este ejercicio ha ciclado su condición efímera: algunas de las obras más destacables pronto serán solo recuerdos. Como el pabellón de la londinense Serpentine Gallery de Sou Fujimoto, quizá de los más notables de su serie: una nube experimental que dista del pseudo edificio de ediciones anteriores. En Matsushima (Japón), Anish Kapoor -con ayuda de Arata Isozaki- retomó el Leviathan del Grand Palais como auditorio hinchable para el Lucerne Festival. También los españoles han acertado con lo fugaz: Map13 construyó, junto a la barcelonesa factoría de Fabra i Coats, una bóveda tabicada deudora de las geometrías laminares del suizo Heinz Isler; y en Nueva York, Churtichaga y de la Quadra-Salcedo acondicionaron mediante un techo temporal de contenedores un almacén en uno de los piers del río Hudson.
El flujo de exportaciones sigue aumentando: en Viena, Eduardo Arroyo y Carme Pinós han terminado sendos edificios universitarios junto al Prater; y en México DF, Antón García-Abril (Ensamble Studio) el Teatro Cervantes, junto al nuevo museo Jumex de David Chipperfield. También emigra la academia: Iñaki Ábalos fue nombrado Chair del Departamento de Arquitectura de Harvard Graduate School of Design.
El pabellón de la Serpentine Gallery de Sou Fujimoto
El premio Mies van der Rohe dejó un triunfador opinable: el auditorio Harpa, en Reikiavik, de Henning Larsen -fallecido al poco tiempo de recibirlo- y Olafur Eliasson; y otro esperanzador al arquitecto joven, concedido a Langarita-Navarro por su Red Bull Academy en Madrid. El Pritzker, merecido, fue para el japonés Toyo Ito.
Perdimos a Javier Carvajal, Medalla de Oro de la Arquitectura 2012, y Fray Coello de Portugal, un heterodoxo constructor de iglesias modernas. Antes, en abril, nos había dejado Paolo Soleri, autor de la ciudad experimental de Arcosanti, una utopía sostenible en el desierto de Arizona. Su ejemplo demuestra que la huella ecológica puede interpretarse de muchas formas. Véase un caso: la exposición en el Museo ICO dedicada a De la Sota y Fisac -únicos centenarios que se han celebrado commeilfaut- culmina en dos proyectos turísticos tan respetuosos con el entorno como atrevidos en su radicalidad. ¿Cunde el ejemplo? ¿Importa esto algo desde fuera? Desde aquí pensamos que no y constatamos su nula penetración en nuestra cultura: la nueva Ley de Costas disminuirá la zona de servidumbre de protección del litoral de 100 a 20 metros en un acto de negligencia paisajística difícilmente justificable, mal augurio para un país convaleciente de la codicia inmobiliaria. Menos ruletas y más dianas, por favor.