Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Exterior de la clínica veterinaria de awa_studio

Ubicada en una nave industrial de la periferia madrileña, esta clínica veterinaria firmada por awa_studio ejemplariza cómo una arquitectura interior, acertada en su tectónica y articulación espacial, puede ser un antídoto frente a la vulgaridad.

Resulta fácil perderse por el camino, entre las circunvalaciones y desvíos propios de la periferia sur de Madrid. Tras la enésima combinación rotonda-giro-rotonda, ya cerca de Leganés, el coche llega a un pequeño polígono donde Carlos Asensio Wandosell (Madrid, 1965) y Nieves Cabañas (Ciudad Real, 1966), awa_studio, han terminado el acondicionamiento de una de las naves para alojar una clínica veterinaria. Es una obra pequeña, de unos 800 m2 tan solo significados al exterior por un cartel de lona, resuelta en el interior de un caparazón industrial como una operación más espacial que cosmética. Los arquitectos niegan el contenedor preexistente y sus automatismos mediante una amnesia selectiva: se respeta lo que había, aunque no sirva exactamente para lo mismo. La nave se reinicia a través de la más estricta transparencia material y de organización. Ambas, aunque bien integrados entre sí, merecen una lectura separada.



La arquitectura utiliza aquí un recurso altamente testado: un corte en el volumen que introduce la luz diurna hasta el centro mismo de la crujía. A partir de ese punto, el juego con las alturas de los habitáculos (dos, sobre la entrada; tres, tras el vacío) dispone las habitaciones en una suerte de raumplan ascendente: todos esos espacios se conectan visualmente entre sí, pero no coinciden en sección; cada uno de ellos anuncia el siguiente y tiene a la vista el anterior. Ese vacío organiza el programa, alternando estancias a uno y otro lado: consultas en la planta baja, aulas en la entreplanta, salas de operaciones en el primer nivel y, culminando el recorrido, un jardín en cubierta.



También asentada en el recurso de la visibilidad, la estrategia tectónica elude siempre violentar la naturaleza de los materiales para evitar eslabones débiles en el proceso constructivo: si se tratan adecuadamente, éstos ofrecen soluciones convincentes sin necesidad de maquillaje. Por ello, cuando se corta un panel de hormigón, el canto se deja vivo, mostrando los alveolos internos; y cuando se emplea un tabique de policarbonato, se hace a partir de plegados para ganar rigidez. En cuanto al vidrio, omnipresente, parece redescubrir aquí una versatilidad hoy olvidada: los habitáculos y salas que delimita se construyen como cajas independientes, unas junto a las otras, sin compartir paredes. La cámara resultante permite la insonorización de las consultas, resuelve la integración de la estructura metálica, sin invadir el espacio, y también genera interesantes alteraciones visuales.



Es curioso: los tiempos han acabado deformando la palabra ‘verdad'. Quizá porque es un concepto que ha evolucionado poco, lastrado por rígidas exigencias morales de consenso. Es preferible, por tanto, hablar de ‘autenticidad', menos sujeta al modelo establecido y más a la construcción de un sistema propio de valores. ¿Por qué puede ser auténtico, entonces, este minúsculo proyecto? Porque de él se infieren reglas claras y coherentes, cumplidas con exactitud. Una última reflexión sobre su (paradójica) condición urbana. Toda esa variedad de materiales y decisiones arquitectónicas ha tenido que crecer a escondidas. El paisaje periférico de Madrid, proteico, sería fascinante si extirpar cualquier asomo de necesidad, escala o belleza no pareciese condición sine qua non para asentarse en el territorio. Es de suponer que quien cuestiona la necesidad de arquitectos ¡esos artistas! no se haya dado un paseo por esas carreteras. Porque, como demuestran Wandosell y Cabañas, aún pueden, desde dentro, como las termitas, nutrirse de un tejido tan bronco.