Image: Le Corbusier es una cámara

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Arquitectura

Le Corbusier es una cámara

20 junio, 2014 02:00
Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Villa Savoye, Poissy, 1928-1931. Vista del patio de 2012

Organizada por el MoMA y la Fundación Le Corbusier, y producida por la Obra Social "La Caixa", recala en CaixaForum Madrid la exposición Le Corbusier. Un atlas de paisajes modernos, una ambiciosa retrospectiva del arquitecto franco-suizo que puede verse hasta el 12 de octubre.

Todo comienza con un déjàvu. De camino a la presentación en CaixaForum de Le Corbusier: Un atlas de paisajes modernos, la exposición que comisaría Jean-Louis Cohen, surge la pregunta: ¿tiene sentido volver una y otra vez a un hombre del que creemos saberlo todo, hasta que encuadernó con la piel de su amada mascota Pinceau un ejemplar de El Quijote y a quien hemos visto (literalmente) desnudo? Advertencia: Charles-Édouard Jeanneret, Le Corbusier (La Chaux-de-Fonds, Suiza, 1887-Roquebrune-Cap-Martin, Francia, 1965) despierta una rarísima unanimidad entre los arquitectos. Cualquiera, sin excepciones, ha desarrollado una opinión sobre él. Es ineludible, el maldito: se trabaja, proyecta o construye ante, bajo, contra, desde, según, sin, sobre o tras Le Corbusier. Así, cualquier acercamiento parecerá siempre incompleto -lógico: exponer es editar- y deberá vencer el estigma del prejuicio.

Conviene, entonces, plantarse en la sala con la mirada limpia y alejarnos de asunciones -"el genio", "el maestro"- estereotipadas. El análisis de esta retrospectiva debería sustentarse en parámetros más o menos objetivos: el orden de la muestra, el formato expositivo y el enfoque documental. Empecemos por el orden: es literalmente imposible establecer un relato coherente de Le Corbusier apoyándose tan solo en la cronología. Si nos limitamos al inicio de 1930 encontramos, al menos, tres simultaneidades aparentemente contradictorias: los últimos ejemplos de sus viviendas maquinistas coinciden con los macroproyectos de la Unión Soviética o sus visiones urbanas para Argel y Río. Del Jura al Mediterráneo, la exposición prefiere ordenarse por geografías: un "ángulo muerto en la extensísima bibliografía sobre el sujeto; -según Cohen- [Le Corbusier] tomaba principios de la observación del paisaje y los utilizaba para construir sus espacios arquitectónicos". Esta relación instrumental queda subrayada por el propio display expositivo -adaptado tras pasar por Nueva York y Barcelona- de cuatro de sus escenografías estanciales: una chambre arts&crafts de la casa familiar en La Chaux-de-Fonds (1912), el "equipo doméstico" de la blanca villa Church (Villed'Avray, París, 1929), el habitar de posguerra de la Unité d'Habitation en Marsella (1952) y, por último, la habitación propia: el Cabanon de la Costa Azul (1952), en el que Jeanneret pasaría sus últimos días.

Le Corbusier era un arquitecto inmersivo, que anhelaba mirar y ser mirado

Si el orden resulta lineal, el formato es introspectivo, solipsista incluso. El uso de dispositivos como la rampa y las conexiones visuales de sus espacios construidos nos hablan de Le Corbusier como un arquitecto inmersivo que anhelaba mirar y ser mirado. Sin embargo, para el comisario, los paisajes corbuserianos (sean domésticos o naturales) solo se ven, no se viven. Cohen nos mete en su piel, pero la óptica no es jamás recíproca, sino que nos enfrenta a escenas cuidadosamente reconstruidas que priman la contemplación sobre la experiencia; una elección extraña para una exposición de arquitectura. Así, la muestra se convierte en la paradójica fotografía de un hijo del cinematógrafo, de un voyeur.

El enfoque documental mantiene la primera persona: Cohen centra su selección en la arquitectura, casi siempre en lo producido directamente por la mano del autor mediante dibujos, notas, pinturas o maquetas de época (sorprendentemente bien conservadas). Entre el material de archivo, solo hay un (atinado) apunte contemporáneo: las monumentales fotografías de Richard Pare que muestran el estado actual de las obras. Por supuesto, es difícil poner pegas a una recopilación que pone al alcance del público semejantes piezas originales, un trabajo impecable, aunque este Atlas opte por difuminar al Le Corbusier polemista: 45 libros para 75 obras y casi nada de ello aquí.

Una Maison Dom-ino a escala real se alza en el recinto de Giardini. En la presente edición de la Bienal de Venecia, evocadoramente historicista, no podía faltar en madera, eso sí la partícula elemental de la vivienda moderna; una estructura sin paisaje, un fósil del futuro. Ese Corbusier de hace 100 años, inoculado del feroz determinismo de la modernidad y que ansiaba un mundo a medida, convive en el CaixaForum con otro, el compositor de texturas poéticas de la capilla de Notre-Dame du Haut, en Ronchamp (Francia, 1955) o de los proyectos finales en Chandigarh (India, 1951-65), más accesible al público y menos a sus acólitos, desconcertados en su momento por ese giro hacia lo salvaje. Es una continuidad sin fisuras. Ambos, el joven sentimental y el anciano melancólico, son el mismo: aquel que contrapuso siempre la mirada propia con el paisaje del mundo. Es mérito de Cohen rememorarlo con rigor, no darlo por sabido.