Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Exterior del Palacio de Exposiciones y Congresos, con un efecto pecera. Foto: Jesús Granada

El nuevo Palacio de Exposiciones y Congresos en Villanueva de la Serena (Badajoz) acaba de finalizar sus obras. Con el nombre de "Vegas Altas", retrata a una especie tan exótica como necesaria: un equipamiento público que no confunde austeridad con monotonía.

Alguien parece haber dejado una gigantesca bala de paja junto a la carretera que une Villanueva de la Serena con Castuera. La construcción remite a un tiempo indefinido, ni inmediato ni lejano; bien podría pasar por una especie de tótem pagano. De cerca, las impresiones se matizan: lo que creíamos hito se integra en un todo mayor. Tras la superficie terrosa se adivinan unas oquedades que diluyen la compacidad del envoltorio. Este estado de cambio será permanente a partir de ahora. El nuevo Palacio de Exposiciones y Congresos "Vegas Altas", obra de Luis Pancorbo (Madrid, 1969), José de Villar (Madrid, 1976), Carlos Chacón (Madrid, 1977) e Inés Martín (Salamanca, 1976), se comporta como una pieza ambigua y fluctuante. En más de un sentido puede leerse como un relato de ecologías, una historia de relaciones como las que establecen entre sí los ámbitos del proyecto, o las distintas formas de construir, o lo urbano y lo rural, o incluso el papel de este edificio en el tejido socioeconómico del territorio.



Los arquitectos ganaron el concurso en 2008 y los trabajos (a falta de amueblar el conjunto) concluyeron hace tan solo unas semanas. "Si se ha hecho es porque se ha trabajado dentro del presupuesto (algo más de diez millones de euros) sin desviarse un milímetro", explica Chacón. El volumen ocre y revestido de amarras es, sin duda, el elemento más llamativo del conjunto. Sus autores lo retratan como un campanario plagado de nidos; una pieza silente, pero no opaca, y tampoco solitaria. Este cubo alberga un peine escénico y ciertas dependencias auxiliares; pero es en el terreno, a sus pies y bajo la superficie de los arriates de esparto, donde se desarrolla la parte sustantiva de la intervención.



Exterior del edificio. Foto: Jesús Granada

El acceso hiende el terreno con un plano inclinado que desciende hacia el vestíbulo: un ojal abierto al paisaje que enlaza los dos auditorios, unidos a su vez en cabeza por los camerinos y la tramoya. Un anillo sumergido en la dehesa extremeña.



El nuevo Palacio de Exposiciones y Congresos elude, en su construcción, fatigosos tópicos sobre austeridad y costumbrismo. En primer lugar, sus artífices revelan un personal entendimiento de la ubicación agreste del proyecto: las líneas temblorosas del cordaje que reviste el volumen exento (cuyos colores recrean los de la vegetación autóctona) y el color tierra de los hormigones de la estructura remiten a la construcción tradicional sin sobreactuaciones. Los interiores subterráneos abrazan, en contraste con lo anterior, una desacomplejada condición artificial: el límite del vestíbulo de entrada queda definido por una tensa y vibrante lámina blanca, horadada por óculos de colores ácidos. La paleta se satura en los auditorios que, forrados de policarbonato verdoso, refieren un imaginario más acuático que grutesco. La piel, según el momento y la luz, es traslúcida o espejada, deslumbrante siempre y cargada de vibraciones visuales. Tectónicas atrevidas que rememoran algunas de las desprejuiciadas obras de Miguel Fisac, quien tampoco confundió jamás tradición con atraso.



Interior del edificio. Foto: Jesús Granada

Bien, pero ¿por qué levantar un Palacio de Congresos aquí si existe otro en Mérida, a escasos 30 minutos en coche? La suma de las poblaciones de Villanueva de la Serena y la vecina Don Benito supera en algo los 58.000 habitantes de la capital autonómica, por lo que podría entenderse como medida de equilibrio territorial. No es, en todo caso, una pieza aislada. En las últimas décadas, Extremadura ha tejido una tupida red de equipamientos culturales y turísticos: Mérida, Cáceres, Plasencia y Badajoz cuentan con auditorios relativamente recientes, y se prevén futuras hospederías en Castuera (también de Pancorbo y Martín), Alburquerque, Olivenza, Villafranca de los Barros... Otra forma de entender el crecimiento económico, ciertamente.



El pastor está liando un cigarrillo junto a una majada de ovejas: "Hace tres días fue el fin del mundo. Joder, coño, la caraba... un trago espantoso. Aunque si quieren que les diga la verdad, a mí no me pilló de sorpresa". Las palabras de Agustín González al inicio de Total (José Luis Cuerda, 1983) resuenan al abandonar el edificio. Hay algo de milagro en que sus autores hayan llegado con bien hasta aquí, empeñados en un idioma tan distinto. En derredor se extienden parcelas vacías, sin construir; un costurón de crisis, un campo con aceras. Cosas del Apocalipsis.