Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

A Showroom for Granby Workshop, 2015. Foto: Keith Hunter

Después de su sorprendente nominación, el pasado 7 de diciembre el jovencísimo colectivo de arquitectos y diseñadores Assemble se alzó finalmente con el prestigioso y controvertido Premio Turner. El proyecto distinguido, una rehabilitación urbana en Liverpool, constituye una decisión tan inédita como interesante en la trayectoria del galardón.

La inversión de roles es un recurso narrativo de eficacia probada. En su relato Un peldaño en la carrera, el británico Martin Amis imagina una realidad alternativa en la que los poetas viajan en primera clase y ligan con supermodelos, mientras que los guionistas de acción malviven y luchan por publicar en febles revistas underground. Pues bien, desde el pasado 7 de diciembre vivimos en un mundo en el que un proyecto de regeneración urbana realizado por un colectivo londinense de artistas, arquitectos y diseñadores, Assemble, ha venido a unirse a la cama deshecha de Tracey Emin y al tiburón sumergido en formaldehído de Damien Hirst como recipiente del Turner. El premio de arte más importante del Reino Unido continúa así su tradición de ser gasolina para los cuchicheos, al recaer en manos de unos gentiles que trabajan con un enfoque netamente social. Tras la entrega del galardón -a manos de Kim Gordon; ya estamos todos- solo falta el crujido escandalizado de la crítica que, a buen seguro, no tardará en llegar.



La propuesta premiada, Granby Four Streets -un núcleo de pequeñas viviendas adosadas situada en Toxteth, al sur de la ciudad de Liverpool-, es un ambicioso paso adelante en una trayectoria coherente. Si apartamos la exposición mediática, el trabajo de Assemble se sostiene por sí mismo sin demasiadas ayudas. Aunque han construido poco -pero más de lo que cabría esperar en un equipo de veinteañeros-, exhiben una nítida línea argumental apoyada en la colaboración con el lego. Sus obras suelen posibilitar la ayuda de voluntarios, cuando no son ellos mismos quienes las realizan. Hasta el momento han trabajado sobre todo en proyectos efímeros y de uso indefinido, netamente cultural, con una marcada ausencia de compromisos funcionales que aprovechan para definir un lenguaje propio cargado de referencias. El Cineroleum (2010), su primer trabajo, ya denotaba ese interés que aúna bricolaje y semiótica: este cine de barrio, ubicado en el solar de una gasolinera abandonada, se independiza de la calle a través de unas cortinas plateadas que remiten a los esplendorosos telones de las salas de proyección clásicas. La de Liverpool es, sin embargo, una apuesta más comprometida en la que, más que actuar como directores, se han desprendido de cualquier jerarquía para encauzar la determinación de un barrio empeñado en superar las heridas del thatcherismo.



Como proyecto que vehicula unas aspiraciones comunitarias, Granby necesita de perspectiva. A principios de los ochenta, Gran Bretaña se encontraba en recesión y sufría una tasa de desempleo especialmente acusada. "Acusada" es un eufemismo: en Granby afectaba al 40% de la población activa, y algunos cálculos estiman que, en el caso de los jóvenes de color, superaba un estratosférico 70%. La chispa del conflicto se encendió en verano de 1981, cuando la detención de un joven negro, en un episodio de exceso policial, desencadenó unas revueltas que duraron cerca de una semana. Los disturbios de Toxteth arrojaron un saldo de medio millar de heridos, otros tantos detenidos y cerca de un centenar de casas quemadas, y precipitaron el progresivo abandono del barrio. Cuando en 2010 Assemble desembarcó en el sitio, Granby estaba sostenido casi en exclusiva por la obstinación de sus habitantes. El encuentro entre los arquitectos y la comunidad vecinal ha propiciado un proyecto de rehabilitación de las edificaciones preexistentes cuyo objetivo es recuperar, de nuevo, viviendas de bajo coste que fomenten al regreso de sus antiguos pobladores.



En Granby, Assemble conjuga sin artificios dos temas aparentemente contrapuestos: la urgencia y la memoria. El proyecto abraza sin reservas la retórica del reciclaje ad hoc (o ad hoc-ismo), una reutilización desprejuiciada de recursos y materiales proxima al ready-made duchampiano. La mirada del diseñador detecta escombros que se transforman en muebles, telas o accesorios de hogar con la ayuda de operarios locales. Esta ceremonia de la reencarnación no es sólo material, sino también arquitectónica, y se sirve de operaciones como, por ejemplo, la transformación de las ruinas de una de las viviendas en una cáscara de un invernadero tropical; segundas vidas que remiten al pasado étnico de la población jamaicana del barrio y la nostalgia por las antiguas colonias.



Foto grupal del colectivo Assemble

Hay, no obstante, una paradoja potencial en todo este engranaje. El Turner es un premio oficial que corrige una acción de gobierno, y es necesario recordar que no ha sido concedido a una obra, sino a la posibilidad de una obra. Las ciudades tardan décadas en recuperarse de las irresponsabilidades políticas y la glotonería económica. Granby será (o no) una cicatriz hermosa, pero dolerá siempre; y aún debe demostrar que su modelo sea eficaz. Si se convierte en un destino demasiado deseable podría terminar desplazando a sus promotores, cual involuntario caballo de Troya de la gentrificación que pretende combatir. La resistencia vecinal y Assemble podrían alumbrar, desde el atril del Turner, un problema completamente distinto que sustituyese al actual.



Ya hemos visto qué cuenta el Turner de Assemble. Pero ¿qué cuenta Assemble del Turner? El hecho del que el propio equipo expresase sus dudas para aceptar su nominación no hace más que reforzar la impresión de extrañeza. Algunas opiniones defienden, incluso, la credibilidad que así recupera el Turner. Se trata de un enfoque desconcertante: si ese fuera el objetivo, el debate fraguaría en algo francamente estéril, un capítulo más de esa dialiéctica que opone arte-trabajo que, como defiende Nicolas Bourriaud, solo evidencia una pobre opinión sobre ambos. Es un pensamiento perverso por dos motivos: en primer lugar, porque refleja una compulsión utilitarista muy discutible,y también porque desprendeun aroma de discriminación positiva que convierte a Assemble en poco más que exótica pieza de caza. No parece que estén aquí para redimir a nadie. Lo que proponen, evidentemente, es algo más que la suma de las partes y plantea preguntas sin arrojar certezas. Eso se parece poco a la contabilidad y bastante más al arte. Que su musa trabaje es un tema distinto.