Patio del Casal Balaguer. Foto: Adrián Goulá
Tras dos décadas, el Casal Balaguer reabrirá sus puertas para incorporarse al tejido cultural de Palma de Mallorca. Obra de Flores&Prats y Duch-Pizà, este recuperado espacio asume los meandros de su memoria en un vitalista collage contemporáneo.
Los autores frisan ya en la cincuentena, y la sincronía entre sus respectivos tiempos biológicos y los dilatados plazos de la arquitectura ha devenido en una peculiar relación de empatía con el edificio. "Lo dibujas, lo haces tuyo y luego lo deformas, como si deformases tu propio trabajo", explica Ricardo Flores. En esa continuidad se diluyen lo aquí encontrado, como las peculiares bisagras mallorquinas -que desequilibran las puertas, para mantenerlas completamente abiertas o cerradas-, los grabados en la madera o los pasadizos secretos, con el producto genuino de su propia mano.
El collage del Casal Balaguer se parece más a un parte de sucesos que a un edificio. Las primeras trazas del siglo XIV tardaron cuatrocientos años en germinar hasta su forma y posición actuales, descendiendo poco a poco hacia la antigua Riera de Palma de Mallorca, una corriente fluvial desecada convertida hoy en las vías del Carrer de la Unió y el Paseo del Borne. Las últimas ampliaciones del siglo XVIII consolidaron esa fachada y transformaron el conglomerado en una tradicional residencia del casco antiguo de Palma, con una planta baja, porticada y abierta hacia un patio arbolado que oxigena la angosta red de callejuelas medievales; una planta intermedia de residencia, con grandes salones; y arriba, una suerte de palomar sin uso, pensado como colchón térmico bajo cubierta para combatir los rigores del estío mediterráneo. El del Casal no fue precisamente un crecimiento armónico: la vetusta retaguardia y las nuevas habitaciones al frente público yuxtapusieron su lenguaje en la casa burguesa, apenas articuladas por una escalera bajo una cúpula y una fachada común. Ese conflicto físico entre épocas lo era también de clases; el servicio se quedó con los abigarrados cubículos de la trasera, mientras que los señores optaron por la amplitud y techos altos de los nuevos aposentos.
Interior del Casal Balaguer. Foto: Adrián Goulá
A grandes rasgos, la operación pretende devolver la tipología a su origen mediante cierta limpieza espacial y el énfasis en la iluminación, pero sin diluir la complejidad. Son ideas generales que engloban acciones muy distintas: el patio de planta baja, antes clausurado por necesidades estructurales, se ha despejado de nuevo, y los tabiques que, con los años, habían esclerotizado las espaciosas estancias de la planta noble, han sido eliminados. Aunque se trate de soluciones de consenso, el interés de la obra del Casal estriba en la simultaneidad de esas actuaciones globales con heterogéneas intervenciones de carácter contemporáneo; esta coloratura refleja además una atención obsesiva por las necesidades del proyecto. El cambio de registro resulta enriquecedor: el arquitecto solo habla cuando el edificio se queda mudo.Quizá los trabajos más visibles -a excepción de la panzuda sala de exposiciones que serpentea entre los arcos del patio de acceso- tienen lugar en los niveles superiores, menos exigidos por las preexistencias: el antiguo palomar ha renovado su estructura para habilitar nuevos ámbitos de trabajo, y la bóveda que atraviesa el volumen, antes ocluida por un faldón de tejas, desnuda por fin su envés.
El plano de cubierta, ahora transitable y con vistas a los tejados de Palma, estalla en un arrecife de lucernarios que nutren los desfiladeros del interior. La luz se derrama así por la nueva escalera de hormigón que cose los distintos niveles, y su brusquedad contrasta con la finezza de peldañeado en piedra de Santanyí de la entrada principal. Sin llegar a distorsionar la matriz histórica, las operaciones se apoyan en recursos sencillos, como el contraste material y la iluminación; pero se benefician de la inesperada dislocación de elementos tradicionales y una violencia geométrica en rima asonante con las particiones del Casal.
Cubierta del Casal Balaguer. Foto: Adrián Goulá
Entre sus muros se sedimentan las diferentes vidas y contradicciones del edificio para alumbrar un resultado abierto, muy distante de la mera corrección programática. En lugar de optar por la caligrafía, los arquitectos han preferido tomarse su tiempo, escoger lo fundamental, reinventar los detalles accesorios y enhebrar un relato sin bajar jamás la vista hacia las notas.
Esos matices añadidos, ideas medio intuidas y convenientes amnesias, devuelven a la ruina algo más importante que el brillo cosmético: la riqueza de la vida misma.