Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Interior del nuevo edificio de la Tate Modern

Tras el abrumador éxito del proyecto del 2000, la Tate Modern vuelve a confiar en Herzog & de Meuron para su ampliación. El próximo 17 de junio, el nuevo ala del museo abrirá sus puertas al público, dando así respuesta tanto a las necesidades del espacio expositivo como al veloz desarrollo urbano del Bankside londinense.

La nueva ampliación de la Tate Modern: sí o no. Ese será el dilema -apocalípticos vs. integrados- cuando la obra de Herzog & de Meuron abra sus puertas el próximo 17 de junio. Lo será porque los suizos intervienen sobre su propio trabajo, y no uno cualquiera. La Tate del Bankside es un proyecto cardinal de las dos últimas décadas: para empezar, estableció la rehabilitación como el tema del nuevo siglo; en segundo lugar, dio pie a un proceso de regeneración urbana al sur del Támesis -que, como prueban las torres que cercan el conjunto, devino en especulación-; y, por último, catapultó a Jacques Herzog y Pierre de Meuron hacia el Pritzker en 2001, al tiempo que descorchaban un desfile de obras mayúsculas por todo el orbe, entre Pekín, Miami o Tokio.



Sobre la base de unos antiguos tanques de combustible, el volumen de la ampliación se eleva tras la masa horizontal del primer museo, la remozada central eléctrica. Ese contraste responde al contexto -un área que se ha ido plagando de construcciones de mediana escala- y a la necesidad de una solución arquitectónica para la antigua trasera del edificio. Algunas voces indican que la solución resta impacto al conjunto. Ahí hay hueso. Esta obra está condenada a la comparación con la Tate de 2000, pero cuestionar si es necesario expandir un museo en menos de veinte años resulta ingenuo: lo que moldea la nueva nueva Tate no es la carencia, sino el éxito.



Asumida su inevitable existencia, la torre insiste con acierto en la especialidad del estudio: el binomio de formas arcaizantes y pieles de orfebre. La monumental mastaba esviada subraya la querencia expresionista de sus arquitectos, apreciable en obras previas como la ampliación del estadio St. Jakob (Basilea) o el Museo Young (San Francisco). Frente a esa exuberancia, el léxico material parece aquí reducido al mínimo tanto al interior como al exterior: un tejido de ladrillo posado sobre un esqueleto de hormigón, parquedad coherente con el origen industrial del área y exquisita en plano corto. Como las musas del vecino Globe Theater, la Tate tiene ahora dos caras: Melpómene, rostro adusto de lo fabril, se completa con la Talía de un mercado alcista y global. Que Herzog & de Meuron salgan de esa componenda con arquitectura no es poca cosa. Sí.