Vista del interior del edificio. Foto: Milena Villalba
En el nuevo instituto proyectado por Alfredo Payá en la costa de Orihuela, el interés por la educación trasciende las aulas para favorecer, mediante la arquitectura, la integración del conglomerado multicultural de sus más de quinientos usuarios.
Primero, lo concreto. El instituto es una estructura de considerables dimensiones, aunque legible al instante. Una barra elevada de 220 metros y perfil dentado acoge las aulas y se extiende a lo largo del solar, en la dirección norte-sur que marca el trazado de la carretera. Sobre esa franja se acoplan, en ambas fachadas, una serie de volúmenes que contienen los talleres, las oficinas y la cafetería del conjunto. Si hacia el oeste estas adiciones ocupan dos plantas, hacia levante las vistas de las clases quedan despejadas hacia el mar (de urbanizaciones). En su extremo meridional, el conjunto se remata con un pabellón exento en el que se ubica el gimnasio. Coherente con la claridad de su disposición, el proyecto resulta lacónico en su tectónica. La obra se compone con una reducida paleta de materiales. En los pocos sitios en los que la construcción necesita de cierto ajuste, por acústica o dureza al tacto, se emplea la mínima cantidad de acabado imprescindible: parches de habitabilidad en dosis reducidas que garantizan la durabilidad y un buen envejecimiento del recinto.
Vista exterior del edificio
Las descripciones solo indican cómo son las cosas, no sus efectos. Payá es un arquitecto más empeñado en construir ambientes que cosas. Ninguno de sus proyectos se puede reducir a su propio cuerpo; trascienden su condición de objetos para imbricarse en un territorio borroso, entre la habitación y la intemperie. En Playa Flamenca, la aparente nitidez de la propuesta camufla una vocación de permeabilidad. Lo importante no son las funciones, sino cómo se comunican entre sí. Las circulaciones se abren siempre al exterior para sacar partido del suave clima costero, de modo que resulta difícil saber dónde acaba el patio y comienza el edificio. Es frecuente observar a los alumnos serpenteando entre sol y sombra, sentados en los escalones o haciendo del patio un territorio en permanente transformación, un teatro social de intercambio acomodado al azar de sus caprichos.La arquitectura de Payá parece recordar algo importante: los edificios dicen cosas de nosotros. Se nos llena la boca al leer la arquitectura como un logro estético o una afirmación construida, pero habrá que convenir que, al enfrentarse a la necesidad de alumbrar espacios para la educación, es necesaria cierta generosidad y amplitud de miras: sus usuarios siempre tendrán más futuro que experiencia. El sentido final de estas empresas no es enorgullecerse de lo que somos, sino de lo que queremos ser.