Image: Villa Urania, de la casa a la ciudad

Image: Villa Urania, de la casa a la ciudad

Arquitectura

Villa Urania, de la casa a la ciudad

29 junio, 2018 02:00
Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Vista del edificio de equipamientos Villa Urania desde la Vía Augusta. Foto: Aitor Estévez Olaizola

El nuevo equipamiento municipal Villa Urania en Barcelona, de SUMO Arquitectes y Yolanda Olmo, transforma la residencia del astrónomo Josep Comas i Solà en un centro cívico, con aulas y espacios infantiles.

El borde del Putxet se aguza al sur, cuando enfila la Diagonal por vía Augusta en una proa combada por el trazado del ferrocarril de Sarrià, hace tiempo soterrado. En ausencia de trenes, ese creciente en cuesta se encuentra ahora erizado por una sucesión de bloques hombro con hombro, tan solo interrumpida por una minúscula, casi cómica, reliquia: Villa Urania. La residencia del astrónomo Josep Comas i Solà -legada a la ciudad de Barcelona tras su fallecimiento, en 1937- fue objeto de un concurso hace un lustro para su conversión en un centro cívico, con aulas y espacios infantiles. Los ganadores, Yolanda Olmo y SUMO Arquitectes (Jordi Pagès, Marc Camallonga y Pasqual Biendicho), optaron en su propuesta no solo por el obvio respeto al chalé, sino por intervenir en el tejido urbano para que esa conservación se cargase de sentido. La solución recoge y ordena las azarosas huellas del crecimiento, transforma las paredes ciegas en alzado e instala a Villa Urania en un orden mayor: la ciudad.

Villa Urania recuerda lo mucho que se parecen entre sí las ciudades y el tiempo

A primera vista, Villa Urania parece el resultado de una agenda tan cargada de compromisos que se diría que los arquitectos no han tenido mas remedio que encogerse de hombros y aceptar su destino. La organización funcional de sus siete plantas, tan directa, es un buen ejemplo: los cuartos se adhieren a la medianera y un corredor orientado al sureste comunica esos espacios por su fachada; la escalera, por su parte, se ubica en una pasarela al aire libre, ajustada entre los muros del patio de luces colindante. El proyecto queda también condicionado por las necesidades urbanas, como franquear un nuevo paso entre sus alineaciones a vía Augusta y Zaragoza o el retranqueo de su volumen, para no atosigar a la casita del astrónomo. Así contada, la operación resulta casi fatalista, tan inevitable que parece descartar la posibilidad misma de cualquier decisión de diseño. Afortunadamente, los intangibles hacen de la arquitectura algo más que su descripción. Villa Urania prioriza el matiz sobre la materia, y adjetiva su verbo tecnológico y determinismo formal con temperaturas e instantes. La fachada de lamas de vidrio y la vegetación interior se combinan para aprovechar el soleamiento: durante el estío, el espacio queda abierto al exterior y sombreado por la floración de las especies, mientras que, durante los meses más fríos, las branquias se cierran, el follaje clarea y el corredor actúa como invernadero o veranda. Interior o exterior es también una decisión de uso: en la segunda planta, las aulas y el tránsito tienen dimensiones tan similares que es posible escoger dónde, con quién y -aún más importante- cómo se desea convivir.

Villa Urania recuerda lo mucho que se parecen entre sí las ciudades y el tiempo, invenciones humanas en las que habitamos, pero tan complejas y abrumadoras que necesitan de argumentos que permitan su abordaje. Ambas tratan de asentarse en la memoria a través de hitos, de acontecimientos o edificios memorables que organicen jerárquicamente el espacio o la historia. Sin embargo, como recordaba a menudo Aldo Rossi, una ciudad es algo más que una suma de partes; la pervivencia de sus trazas testimonia un robusto vínculo entre arquitectura y comunidad. Lejos de complacencias o pruritos autorales, Villa Urania abraza, generosa, esa vía: de fuera adentro, es la paciente observación de los empujes y tensiones de lo colectivo la que ha moldeado al edificio. Fondo frente a figura: un sustrato tan antiguo que bien podría parecerse al futuro.