Enrique Encabo Inmaculada Maluenda

Exterior y escaleras interiores del bloque de viviendas. Foto: José Hevia

La nueva obra de Bailo y Rull en Sant Cugat del Vallés (Barcelona) supone una interesante reflexión sobre la vivienda colectiva, tan habitualmente consignada como producto que apenas se presta atención a su sustancia.

Al paso de la autovía por Sabadell, el relámpago azul y amarillo de la multinacional sueca rememora su popular eslogan: "Bienvenido a la república independiente de tu casa". Más allá de interpretaciones políticas, no está mal preguntarse cuán separados pueden estar, a estas alturas, hogar y ciudad o incluso si deben estarlo, y qué papel juega la arquitectura en todo ello. El bloque de viviendas de Manuel Bailo y Rosa Rull (ADD+ Arquitectura) en Sant Cugat del Vallés (Barcelona) ofrece su propia respuesta: casa y calle se enlazan en un ejercicio optimista que reivindica para la habitación colectiva una naturalidad de la que, a menudo, carece.



El proyecto, un bloque alargado con 16 pisos, se ubica en un barrio de nuevas construcciones al norte de la sierra de Collserola, con volúmenes de tres o cuatro alturas y piscinas comunitarias. Como en cualquier embrión urbano, todo tiene un aire desvalido, que se expresa aquí mediante algunos rasgos estilísticos que venden una modernidad tranquilizadora: vidrios opales o lamas metálicas en fachada tratan de convencer de lo apetecible que resulta vivir ahí... siempre que uno se quede en su casa o disponga de coche. El urbanismo y el mercado han ido derivando los esfuerzos de la arquitectura hacia la carrocería, hasta dar la vida por supuesta. Si, como nos recuerdan cada día los portales inmobiliarios, toda casa tendrá quien la quiera, ¿para qué esforzarse?



No está mal preguntarse cuán separados están, a estas alturas, hogar y ciudad y qué papel juega la arquitectura en todo ello

El asunto, en realidad, es que una vivienda puede ser algo relativamente sencillo si se adoptan decisiones rotundas. Bailo y Rull lo saben y se aplican, en consecuencia, de lo doméstico a lo cívico. Tanto al interior como al exterior utilizan pocos materiales -madera y hormigón, siempre acordes en tono- y un lenguaje testado. Como la orientación del bloque posibilita un buen soleamiento de sus fachadas a lo largo del día, las habitaciones se disponen en ambas caras, conformando un pasillo hasta el generoso salón comedor de cada casa que atraviesa el volumen de lado a lado. El perímetro queda rodeado por una gran terraza continua. Basta con ese espacio exterior para que aparezcan algunas virtudes. Durante una gran parte del año, es una habitación más de la vivienda; además, protege al interior de un exceso de radiación -con las consiguientes ventajas de confort y consumo energético-; finalmente, afina la imagen de la pieza. Así, cuando las ventanas se aproximan al borde del volumen, la trama de hormigón prefabricado se colmata con la madera de las carpinterías -en un mínimo remedo de galería-, en combinación con unas venecianas practicables. En caso contrario, si queda vacío, lo que se observa desde la calle es una rítmica estructura de forjados y montantes recortada entre sombras.



Bailo y Rull son conscientes de que intentan conjugar opuestos: bloque de cierto estándar versus casa unifamiliar. Esa tensión entre lo individual y lo colectivo -con habitual predominio de lo primero- resulta común en el habitar contemporáneo, y encuentra su reflejo en la trayectoria de un estudio que sí trata de reconciliar a ambas esferas. Estos "pisos jardín", como los denominan sus autores, tienen un precedente a medio centenar de kilómetros y una década de distancia, en unas viviendas de protección oficial en Santa Eugenia de Berga. Aquí y ahora, pese al cambio de renta de los inquilinos, se persiguen beneficios similares. No resulta difícil imaginar lo que el intercambio con el exterior oferta a la casa, pero también lo que esta lega a la calle. Es, a fin de cuentas, el espacio de todos y recibe aquí de la arquitectura un aliento que constituye la esencia de lo urbano: el vecino exhibicionista, amable o fisgón, la posibilidad del encuentro fortuito. Mi casa, ¿mi castillo?