David Chipperfield creció en una granja de Devon. Aunque el primer negocio de su padre fue como tapicero, este siempre quiso ser granjero, así que cuando el pequeño David tenía 3 o 4 años se trasladaron al campo, un contexto que no le resultó nada fácil. “Es difícil reflexionar sobre la infancia porque reescribimos nuestra historia para adaptarla”, asegura el arquitecto, que ha participado en el ciclo de conferencias Diálogos cosmopolitas de la Fundación Juan March en una conversación con el también arquitecto y catedrático Luis Fernández Galiano.
Galardonado con el Premio Pritzker en 2023 y convertido en uno de los nombres de referencia de la arquitectura, sus inicios no fueron sencillos. “No sé si mi infancia tuvo algún impacto en los años posteriores pero un niño que crece en una granja tiene responsabilidades desde pequeño porque tiene animales a los que cuidar”, apunta.
En este contexto, su primera aspiración fue convertirse en veterinario pero, asegura, no era un buen estudiante y sus notas estaban lejos de poder permitirle el acceso a la carrera. “Mis padres me enviaron a una escuela privada, fue un gran sacrificio para ellos porque eran de clase trabajadora”, recuerda.
Chipperfield inició así una nueva etapa donde aprendió que “tienes que ser bueno en algo porque, si no, parece que te quedas estancado. Para mí fue muy importante encontrar un refugio en otras partes. La sala de arte de la escuela era el sitio en el que me sentía más cómodo. Allí tuve un profesor muy motivador, así que mientras las demás asignaturas me estresaban, este era mi refugio”, recuerda.
Aquel profesor sembró una pequeña semilla en el estudiante al dirigir su mirada hacia la arquitectura. “Allí mis notas tampoco eran buenas, pero había dos maneras de estudiar: la universidad o la escuela de arte”. Así es como entró en la Kingston School of Art, institución en la que Chipperfield se rodeó de diseñadores gráficos, pintores, escultores y diseñadores de moda. “Me dijeron que mis ideas eran más renovadoras que la propia escuela y que debía acudir a una escuela privada. Llamé a mis padres, que entonces vivían en Australia, para preguntarles si me pagarían los estudios”, cuenta.
"Habitualmente, los arquitectos tenemos que luchar, somos nosotros contra el mundo”
Dejó la Kingston School of Art para ingresar en la Architectural Association School of Architecture de Londres, una de las escuelas más competitivas que existen. Lo curioso es que, en este contexto mucho más innovador, Chipperfield se volvió “más conservador” en relación a la concepción de la arquitectura.
Se licenció en 1977: “Cuando sales de la escuela no sabes qué va a pasar, no hay una ruta definida. No estás preparado para trabajar, no tienes ni la experiencia ni las herramientas para hacerlo. Durante años te enseñan que un arquitecto crea monumentos y cambia la vida de las personas, pero de pronto te encuentras sentado en un estudio junto a 70 personas más haciendo diseños de escaleras”.
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De Sloane Street a Japón
Durante sus primeros años de profesión se formó en los refinados estudios de Richard Rogers y Norman Foster, pero en los años 80, dominados por la concepción tradicional del Príncipe Carlos de Inglaterra y con un pensamiento antimodernista, Chipperfield encontró un camino diferente. “En el Reino Unido la arquitectura moderna se ha asociado con un mal urbanismo, en los años 70 se convierte en una arquitectura de desarrolladores y luego llegó la alta tecnología de Rogers y Foster. Entonces hubo una generación joven que empezó a fijarse en referencias europeas como Rafael Moneo o Álvaro Siza u otras orientales como Tadao Ando”, asegura.
Tal y como recuerda, en aquellos años “no había oportunidades para los jóvenes porque el sector privado no aceptaba arquitectos de 32 años”. En este contexto, recibe el encargo de diseñar el interior de la tienda de Issey Miyake en Sloane Street, en Londres. “La tienda es algo más que un espacio comercial y para mí fue una oportunidad”.
Este proyecto le abrió las puertas de Japón, donde recibió varios encargos. “Profesionalmente fue una experiencia, hicimos una tienda en 12 semanas, tomé riesgos e Issey Miyake me llamó porque quería que trabajara para él. Durante dos o tres años hice más tiendas y fue un embajador fantástico, me presentó a mucha gente y de ahí surgieron algunos encargos”.
Así es como, entre los años 80 y 90, construyó tres edificios en Japón: el Museo Gotoh (Chiba), la sede de Toyota Auto (Kioto) y las oficinas de Matsumoto Corporation (Okayama). En aquel contexto conoció a Tadao Ando, un referente de la profesión que le animó a aprender a trabajar el hormigón.
Un estudio propio en Londres
En 1985 David Chipperfield abrió su propio estudio en Londres y, aunque no era un contexto idóneo, no tardó demasiado en conseguir su primer proyecto en su Inglaterra natal: el River and Rowing Museum en la localidad conservadora de Henley-on-Thames. “Si íbamos a construir en el Reino Unido teníamos que hacerlo lidiando con el odio hacia los planteamientos modernos”, sostiene.
Con un diseño conservador inspirado en los cobertizos fluviales y los graneros de madera de Oxfordshire, retó a la sociedad con una propuesta de tejados inclinados. “Teníamos que prever qué pensaría el Príncipe Carlos sobre el edificio. Diseñando interiores aprendí que puede ser complicado si hablamos de diseño, pero si lo hacemos sobre los materiales la conversación es diferente. Con este proyecto sentí la satisfacción de hacer una arquitectura que se encuentra con la empatía porque, habitualmente, los arquitectos tenemos que luchar, somos nosotros contra el mundo”, apunta.
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Para Chipperfield este es uno de los problemas de la profesión, porque esta lucha sitúa al arquitecto fuera de la sociedad. “Es extraño porque no hay nada más social que la arquitectura. Nos hemos acostumbrado a que esta sea radical y a asumir que no se va a entender y que la gente va a estar incómoda. Creo que está bien si eres pintor o escultor, pero no si eres arquitecto, porque nos estamos peleando contra la misma comunidad a la que se supone que debemos servir”.
Un referente en el mundo del arte
Desde entonces, han pasado más de cuatro décadas en las que se ha convertido en una referencia por su compromiso con el bienestar social y la sostenibilidad. Con cinco estudios en Londres, Shanghái, Milán y Santiago de Compostela, el británico ha asumido el gran reto de remodelar lugares históricos y culturales como el Neues Museum de Berlín en 1997.
Situado en la Isla de los Museos de la capital alemana, el edificio había permanecido en ruinas desde la Segunda Guerra Mundial. “Fue un proyecto complicado, lo que quedaba del original aún mantenía partes intactas y había frescos como en Pompeya. Algunos querían que la restauración consistiera en restaurar el edificio original. Para mí, un trabajo así es aceptable si hablamos de una pintura como La última cena, pero en nuestra profesión es más complejo porque no había razón para imitar lo que había antes”. Finalmente, apostaron por la conservación, restaurando lo que había e insertando material nuevo en el tejido existente. El proyecto le valió el Premio Mies van der Rohe.
También es obra suya el edificio de la Copa América de Vela 'Veles e Vents' en Valencia. “La arquitectura en la España de los 2000 era vibrante y el nivel de los estudiantes muy alto”, valora. Este proyecto de 2006 supuso un gran reto porque tan solo contaban con 11 meses para llevar a cabo lo que fue una pieza central de la reorganización del puerto industrial de Valencia. Este proporcionó una base central para todos los equipos y patrocinadores de la Copa de América al tiempo que funcionó como un lugar desde el que el público podía ver las regatas.
Gran innovador en la creación tanto de propiedades privadas como museos y galerías, Chipperfield también ha acometido proyectos como la sede principal de BBC Scotland en Glasgow, el Museo de Arte de Saint Louis en Misuri, el Museo Jumex de Ciudad de México, para el que idearon una plaza que pudiera atraer al público joven, la capilla y el centro de visitantes del cementerio de Inagawa en Hyogo, la sede de la empresa coreana Amorepacific, la James-Simon-Galerie que sirve de entrada a la Isla de los Museos de Berlín, la ampliación de la Royal Academy of Arts de Londres, la Galería Hepworth de Wakefield o el museo de William Turner en Margate.
Chipperfield y su relación con España
Hace años que David Chipperfield empezó a veranear en Corrubedo, localidad gallega en la que la familia se instalaba en apartamentos incómodos lejos del mar. Sin embargo, aquello le proporcionó ideas para su futura casa. Dada su frenética profesión, se comprometió a pasar el verano en familia en busca de normalidad. “No queríamos una escapada exótica sino hacer la compra, cocinar, comer en la mesa y, en este sentido, no hay mejor lugar para hacer lo normal. En Japón descubrí la noción de lo esencial y de encontrar lo especial en lo cotidiano, y en Galicia lo podíamos hacer”, precisa.
Desde entonces, está ligado a esta parte de España y allí ha construido una casa minimalista que mira hacia el Atlántico. Pero su compromiso ha ido más allá y a las afueras de Santiago de Compostela fundó en 2017 la Fundación RIA, institución sin ánimo de lucro que se dedica al análisis, la reflexión y la planificación territorial estratégica. “Nació por mi larga relación personal con Galicia. Es una tierra hermosa, sin embargo, el desarrollo de muchas de sus ciudades no lo es: crecimientos desordenados, pésima planificación del tráfico, calles que se han convertido en carreteras y puertos en aparcamientos”, ha manifestado durante la presentación de Casa RIA en la Fundación Arquia el pasado jueves.
"El mundo está cambiando y tenemos que aprender a ser más ágiles y saber dónde aplicar nuestras habilidades"
Comprometido con el medioambiente, añade: “El cambio climático es un problema cada vez más acuciante y con la fundación he encontrado una oportunidad para repensar sus efectos en el urbanismo y la arquitectura en relación con Galicia. Lo que intentamos hacer es ir más allá de nuestro rol de arquitectos”. La Casa RIA, por tanto, se convierte en un nuevo espacio abierto a la comunidad en el que se desarrollará un programa público de eventos, charlas, conferencias y exposiciones relacionadas con el trabajo de la fundación.
Sin embargo, David Chipperfield tiene la sensación de que la suya es una profesión en la que no se confía. “He aprendido que tenemos un cliente pero el ciudadano también lo es y tenemos que generarle confianza”.
Respecto a la sostenibilidad y el medioambiente, el británico considera que “el mundo está cambiando y tenemos que aprender a ser más ágiles y saber dónde aplicar nuestras habilidades. Nadie quiere arruinar un pueblo haciendo una carretera, pero realmente se desconocen las consecuencias sociales que esto conlleva”.
Por esta razón, aboga por encontrar la calidad de vida en las cosas sencillas. “Debemos pensar de una manera diferente, ver cómo vivimos y cómo es el crecimiento de los pueblos y las ciudades. En este sentido, deberíamos fijarnos más en las cosas sencillas como lo hacen los japoneses. Hay una gran calidad de vida en lo cotidiano y quizá sea un poco romántico, pero si queremos resolver los problemas de sostenibilidad tenemos que empezar por proteger lo que hemos heredado, la naturaleza”.