El Whitney no quiere problemas
El museo neoyorquino inaugura su Bienal más contenida y remilgada
12 marzo, 2010 01:00Charles Ray: Untitled, 2009
Esta edición de la Whitney Biennial, de título 2010, es una exposición timorata y algo roma, sin aristas ni pegada, académica e insólitamente contenida. Con un número muy reducido de artistas participantes y un montaje museístico con escaso margen para la estridencia, no puede evitar dejar en quien la visita una sensación de extrañamiento. A esto no estaba acostumbrado el público de Nueva York, que siempre había logrado encontrar “alguna razón para odiarla”, como se suele decir por aquí, pues es una propuesta más parecida a la serena y canónica tradición del MoMA que a la más ruidosa y, para algunos, enervante del Whitney. En el tono de muchos de los trabajos y en su disposición formal, la bienal que han montado Francesco Bonami y Gary Carrion-Murayari, un comisario de la casa, comparte matices con la organizada por Robert Storr en Venecia en 2007. Ambas están bien armadas pero, aunque se dicen socialmente conscientes, son remilgadas, rehuyen el choque y no quieren problemas. La Bienal de la era Obama Esta es la bienal del arte realizado en América y es la primera de la era Obama, tengámoslo en cuenta. En el texto introductorio al catálogo se justifica la ausencia de título por la necesidad de detenernos en un plácido aquí y ahora (que, hemos de intuir, vivimos en 2010). La bajeza moral de la era Bush ha dado paso a un momento en el que no es necesario “recurrir a las estrategias de protesta y resistencia tradicionales”. Abandonados a sus irresistibles placeres burgueses, Bonami y su socio parecen regodearse en el “efecto Obama”, en un ¡sí, podemos! tornado en ¡¡sí, pudimos!! que descarta la urgencia de toda acción ulterior porque lo que de verdad urgía era cargarse al bestia anterior. En una de las primeras salas pueden verse unos trabajos con motivos florales de Charles Ray que otorgan a las plantas connotaciones antropológicas. Parece el artista interesado en la llamada “falacia sentimental”, expresión acuñada por John Ruskin por la que los artistas románticos buscaban la identificación con la naturaleza. Quizá los comisarios, de un modo alarmantemente narcisista, pretenden que busquemos ahora nuestro reflejo en todo lo que nos rodea. De lo que no hay duda es que estos dibujos, extraordinarios, son magnéticos, musicales, próximos a un cierta alegría de vivir. Pintura de mujeres Porque tras la sublevación colectiva, de lo que se trata, nos dicen, es de volver a reencontrarnos con nosotros mismos en un ejercicio de introspección que recibe aquí la etiqueta de Personal Modernism. Es un término de lectura compleja mediante el que se quiere volver a “formas de estéticas básicas” que reconstruyan “el estilo de movimientos anteriores”. El resultado de esta estrategia es una de las bienales con más pintura que se recuerda. Y de buena pintura, y de buena pintura pintada por mujeres, de algún modo enmendando el ostracismo en que vivieron las mujeres artistas de la modernidad en un lugar, el Whitney Museum, que ha sido testigo de muchas de las grandes epopeyas de la pintura americana. Es el gesto más político de toda la bienal y tal vez se la recuerde por ello. Tres pintoras de diferentes generaciones coinciden en uno de los mejores momentos de la exposición: Tauba Auerbach, Suzan Frecon y Sarah Crowner practican una abstracción insobornable, instalada en la reflexión procesual y en la que el azar, especialmente en la primera, se intuye determinante. Pero también hay mujeres pintoras no tan abstractas tratando asuntos relacionados con el estudio, el contexto o el paisaje. No dejen de detenerse ante los trabajos de Julia Fish, y, sobre todo, los de R. H. Quaytman o Maureen Gallace. Si la exuberancia pictórica quiere volver tras la senda de la modernidad en el tercer piso del museo vemos una sucesión un tanto alambicada de cajas de vídeo en las que se proyectan acciones y performance sucintas y precarios en su forma pero reveladoras de esa necesidad de redefinirse a partir del encuentro con las raíces de cada uno. Porque esta bienal es una vuelta a las fuentes que parece encontrar en la pintura o la performance las bases genuinas del arte americano. Recordando las imágenes de Jackson Pollock esparciendo drippings de pintura pienso que ahí puede estar un buen antecedente para entender eso que los comisarios han denominado “Modernidad Individual”.