Vista de Film en la Sala de las Turbinas de la Tate Modern, Londres

Como un homenaje al lenguaje analógico del cine, Tacita Dean presenta Film, una película proyectada en una enorme pantalla al fondo de la Sala de las Turbinas. Es la última artista en ocupar este imponente espacio de la Tate Modern londinense.

Una mañana del pasado mesa de febrero, Tacita Dean (Canterbury, 1965) me llamó para decirme que su laboratorio de cine del Soho acababa de anunciarle que abandonaba, con carácter inmediato, el trabajo con los 16mm, el formato con el que trabaja tanto Dean como docenas de artsitas. Fue como si la tierra se abriera bajo sus pies. Al día siguiente, en The Guardian, la artista escribía sobre las consecuencias que cabría esperar del cierre del último laboratorio de producción de cine del Reino Unido. En aquel momento ignorábamos que el acontecimiento sería decisivo para la creación de Film, el proyecto inaugurado en la Sala de Turbinas de la Tate Modern.



Proyectado desde una cabina especialmente construida para la ocasión, Film habla de la especificidad del medio. Al contrario de lo que sucede con el registro digital, la película es física. Igual que una litografía no es un grabado, una pintura al óleo no es un fresco y ni la una ni la otra limitan su condición a la de meras imágenes, un filme -con todo su grano, sus luces y sus penumbras- es algo físico.



El fascinante catálogo de la muestra reproduce una afirmación de Prince que proclama: "Somos gente analógica, no digital". El libro incluye textos de docenas de cineastas, artistas y músicos -de Jean-Luc Godard a Neil Young pasando por Steven Spielberg o Martin Scorsese- explicando la importancia de lo analógico. La diferencia entre un filme y una grabación digital puede sentirse tanto como verse, igual que oímos la que existe entre la música de un vinilo y la grabación de la misma actuación en un CD.



La pantalla es un monolito de trece metros situado al fondo de la sala. Es como una gran vidriera, sólo que en constante movimiento, alzándose sobre el charco de la luz que ella misma proyecta y empequeñeciendo a quienes se encuentran bajo ella. Trabajando con película de 35mm y con una lente de cinemascope girada 90 grados, el habitual formato apaisado de Dean adopta aquí una imponente verticalidad. Film involucra también a la propia Sala de Turbinas, con la pared situada en el lado opuesto elevándose en la imagen y la pared real del fondo oculta entre las sombras tras la pantalla. Se ven las vigas, pasarelas y claraboyas del techo como capturadas en los fragmentos de un espejo. Aparece una naranja como recuerdo de la puesta de sol interior de Olafur Eliasson que llenara aquel mismo espacio en 2003; luego un descomunal huevo de avestruz. Hay bromas, hay metáforas; un juego de fascinantes y, en ocasiones, discordantes imágenes.



Unas escaleras mecánicas descienden por la pantalla: piensen en las de la Tate Modern, en todos esos dientes y engranajes y en cómo los escalones capturan la luz al pasar, como la película moviéndose dentro de la cámara. Una fuente victoriana proyecta un géiser de agua, con las gotitas cayendo en cascada como los azarosos grumos de los productos químicos que, fotograma a fotograma, van fijando el metraje de la película. De pronto, el mar aparece en la parte inferior de la pantalla, con las olas acercándose a una playa y subiendo por ella, como si la marea ascendiera por el suelo de cemento. Después, unas palomas picotean al pie de la pantalla.



Film mezcla blanco y negro, las planchas coloreadas de destellantes tonos, las tomas interiores y exteriores. Un grillo buscando comida, la vegetación nadando en su propio reflejo, una chimenea industrial expulsando un humo brillante en medio de una luz solar en blanco y negro… Aparece una roca, que recuerda el viejo logo de la Paramount o un imaginario pico de los Alpes salido de la extraña y casi olvidada novela El Monte Análogo, escrita en 1944 por René Daumal. Para crear las escenas de montañas elevándose desde un neblinoso mar de hielo seco dentro de la Sala de Turbinas, Dean recurre a la técnica antidiluviana de pintar su montaña inventada sobre un cristal que coloca frente a la cámara.



El hall de la Tate Modern es a la vez decorado y cine, lugar real e imaginario. Cuanto más pienso en ello más rico y complejo me parece. También nosotros somos proyectores, con la vida repiqueteando a través de nuestros cerebros. Film se ve totalmente nuevo y extrañamente fuera de tiempo, con sus imágenes cortadas, sus montañas pintadas a mano, sus ríos de relámpagos como nervios palpitantes, sus hermosos y vacilantes reflejos de hojas en el agua, sus puestas de sol asomándose entre el follaje. El ojo de la artista y el de su pequeño hijo Rufus escudriñan a través de cerraduras horadadas en las capas de imágenes.



Película muda, Film es una réplica al barullo digital del mundo moderno. Recuerda al cine antiguo y a los experimentos con el color, al cine como abstracción artística y como cine casero, al cine estructuralista y al cine underground. Es frío y apasionado, entrañable y raramente demodé. "Yo seguiré fiel a esta forma artística analógica hasta que el último laboratorio cierre", escribe Spielberg. Lo mismo cabe decir de Dean, cuyo Film es a un tiempo tributo y réquiem al medio y, muy en particular, a la Sala de Turbinas y a todos cuantos a ella vienen y en ella ven.