Vista de la exposición de Thomas Bayrle. Foto: Seven Laurent

Thomas Bayrle, uno de los referentes Pop en Alemania, expone varias décadas de trabajo en el centro de arte contemporáneo WIELS de Bruselas, donde también hay espacio para Tauba Auerbach, una de las referencias del arte joven estadounidense. Las distancias entre ambos son evidentes. Las analogías también.

Hasta no hace mucho tiempo, la obra del artista alemán Thomas Bayrle (Berlín, 1937), apenas era conocida fuera del ámbito centroeuropeo. Había participado en las Documentas de 1964 y de 1977, la tercera y la sexta, y su obra gozaba de reconocido prestigio en Alemania, pero fue en torno al cambio de siglo, tal vez a raíz de su inclusión, en 2003, en la 50 Bienal de Venecia, cuando su obra comenzó a despertar verdadero interés en la crítica internacional. En el contexto alemán, Bayrle ha sido siempre una figura de peso. En 1975 ingresó como profesor en la Städelschule de Fráncfort, una de las escuelas de arte más importantes de Europa (lo es todavía hoy), y desde esa posición sentó cátedra no sólo entre sus alumnos sino también entre sus colegas artistas. Como se ha dicho a menudo, Bayrle ha sido siempre un artista de artistas, un referente para creadores de un buen puñado de generaciones.



WIELS dedica ahora una amplia exposición a este artista, que comparte programa con Tauba Auerbach, una de las referencias del joven arte estadounidense. Son artistas procedentes de contextos antagónicos. Bayrle llegó a la madurez en los años tensos de la Guerra Fría. Su obra refleja el deslizamiento de los modelos de pensamiento que se produjeron en la Europa aún conmocionada de los 50, haciendo suya la urgencia de instaurar esa forma nueva de estar en el mundo que demandaban la asunción de la verdadera naturaleza humana detectada durante el horror nazi y los crecientes cambios en las esferas político-sociales y económicas. Su obra puede verse desde múltiples prismas, es densa y aristada, y es insobornablemente crítica. Auerbach, por el contrario, nació en San Francisco en 1981 (ahora vive en Nueva York) y creció en un mundo ya globalizado y neoliberal. Ligado a la pintura, su trabajo es más de superficie, enraizado en la tradición formalista pero sin dar la espalda al concepto. Vive un idilio con el mercado que le ha llevado a alcanzar cifras mareantes en subastas, pero sus cuadros tienen mucho que decir y producen experiencias de verdadera intensidad. Visto así, Bayrle y Auerbach no parecen precisamente dos gotas de agua, pero funcionan bien juntos: pautas comunes en el desarrollo procesual de sus respectivos trabajos les hacen inusitadamente próximos.



De Bayrle se dice habitualmente que es uno de los padres del Pop en Alemania. Algo hay, claro, de la estética pop: el color, la concluyente supremacía de lo seriado... Pero estas son sólo estrategias formales de las que se apropia para llevarse por delante todo lo que, precisamente, hizo posible la aparición del movimiento. En 1956 empezó a trabajar en una fábrica textil, donde el principio esencial de todo tejido, la relación entre trama y la urdimbre, le abrió un campo ilimitado de posibilidades semánticas que, de inmediato, trasladó al campo social. Se impuso desde entonces un interés por las superficies planas que eludían toda noción de perspectiva, un tipo de imagen que surge tras ver los desfiles militares de la China de Mao, en los que el individuo se diluye en una masa homogénea y vibrante. Desde entonces, y durante décadas, Bayrle ha producido serigrafías (no podía ser otro soporte) con imágenes individuales compuestas por infinitas unidades minúsculas de esa misma imagen, como si aludiese a esos desfiles chinos (que son como los que hoy vemos en Pyongyang), y también a cierta tautología conceptual.



Vista de la exposición deTauba Auerbach. Foto: Vegard Kleven

Son expansivas las imágenes de Bayrle, realizadas a partir de ese ejercicio multiplicador que, con la ayuda de los colores encendidos que utiliza, tan pop, activan un efecto psicodélico, hipnótico. Es interesante ver cómo ha interpretado la aparición de los nuevos modelos económicos, la furiosa epidemia globalizadora, el recio corsé de la religión o el crecimiento plano e impersonal de la arquitectura y la consiguiente alienación del individuo, atónito ante la clonación frenética de módulos supuestamente habitables. Todo circula en un bucle interminable, una cadena de organización y administración del producto obsesiva y esquizofrénica. Es realmente fascinante cómo lo supo ver ya en los 60. Es de no creer. Y cómo nos resulta todo tan cercano.



Bajamos, agotados, a la planta primera, y ahí nos reciben las pinturas de Tauba Auerbach. Uno siente una atracción inmediata ante estos cuadros, todos pertenecientes a la serie Folds que ya fueron expuestos en la Bergen Kunsthall de Noruega y en la Kunsthall de Malmö, en Suecia. En ellos, Auerbach manipula y estruja drásticamente las telas convirtiéndolas en materia tridimensional. Aplica la pintura con spray, observando atentamente su evolución a partir de la acción del tiempo, como si fuera un proceso fotográfico, y luego vuelve a planchar las telas y las adapta al bastidor. La pintura vuelve a ser plana pero no oculta que en su momento no lo fue, que fue un elemento escultórico cuyos pliegues habían propiciado la deriva de la pintura. Esta tensa exploración de la superficie es compartida por Bayrle y Auerbach.



Cerca del final de la muestra del alemán pueden verse sus instrumentos de trabajo, las matrices de sus serigrafías y los dibujos preparatorios para su extraordinaria película Gummibaum. La inclusión de estos elementos es un verdadero acierto curatorial. Tras sus superficies tan planas, y con esa iconografía tan ligada al éxtasis de la máquina, se esconde un trabajo manual de fuerte carácter artesanal. Y viendo los cuadros de Auerbach, con esa rara gradación de colores, tan misteriosa, cuesta creer que el proceso se haya fundado en tan violento ejercicio. Son superficies engañosas las de los dos artistas, magnéticas, esquivas y desconcertantes a un mismo tiempo.