Marino Auriti: El Palacio Enciclopédico, ca. 1950. Foto: Francesco Galli

Esta 55ª Bienal de Venecia, dirigida por Massimiliano Gioni, es ya una de las mejores ediciones que se recuerdan. Su propuesta, Il Palazzo Enciclopedico, es una exposición con más de 150 artistas de 37 países en los Giardini y Arsenale, enfocada como museo temporal, y que gira en torno al afán de acumular conocimiento para comprender la complejidad del mundo. Una curiosidad, avisa Gioni, abocada al fracaso. Un inteligente planteamiento que hace de ésta una excelente exposición de arte.

Miembros de La Sociedad Unida de Creyentes en la Segunda Llegada de Cristo, activa en torno a 1850, representan, en sus dibujos "espirituales", imágenes enviadas por seres celestiales. Presos de cárceles del Sur estadounidense dibujan sus miedos y deseos sobre pequeñas trozos de tela que entran en el círculo de la economía carcelaria (se cambian por cigarros y otros codiciados productos). Pancartas y banderolas reproducen imágenes cosmológicas veneradas en los ritos vudú haitianos... En esta 55ª Bienal de Venecia hay artistas que lo son sin quererlo y que crean sin saberlo. Una cuarta parte de los participantes han muerto. Me pregunto qué cara pondrían al saber que forman parte de este sarao. Son los excéntricos que pueblan este palacio enciclopédico que ha levantado, para sorpresa de muchos, el comisario italiano Massimiliano Gioni.



Gioni es responsable artístico del New Museum de Nueva York y de la Fundación Nicola Trussardi de Milán. En Nueva York ha situado su programa en el corazón del mainstream. Ha expuesto a las figuras más poderosas y mediáticas del mercado del arte (Urs Fischer o Carsten Höller) y ha tratado iconografías candentes, como la herencia del comunismo en la Europa del Este (Ostalgia). En definitiva, ha sido y es cómplice de la norma. Cuando se hizo pública su designación como comisario de la Bienal, algunos pensamos que Venecia corría el riesgo de continuar en manos de los poderes fácticos, sobre todo viniendo de una edición, la de Bice Curiger, que parecía más bien diseñada por los influyentes galeristas de turno. Pero cuando hace unos meses se hizo pública su lista de artistas muchos creímos, confieso que algo sorprendidos, que se había disfrazado de scholar, de académico, como el Pérez Oramas de São Paulo, y que no dejaría que su exposición se convirtiera una feria. Gioni quiere dejar huella.



Walter de María: Apollo's Egstasy, 1990. Foto: Francesco Galli



Cómo triunfar en Venecia

Triunfar en Venecia, la plaza más complicada del mundo, no es nada fácil. Si haces una bienal sobria, como la de Robert Storr en 2007, una exposición de museo de tema específico y correcto que ahogue las obras en el corsé del discurso, los sabuesos del mercado del arte se lanzarán a tu cuello y te devorarán. Si no cuentas nada y optas por el clásico "termómetro del momento actual", serás probablemente un vendido más. Gioni se la ha jugado. Ha urdido un plan inteligente para no fallar en Venecia, y no ha fallado. Pero hay algo que no conviene olvidar: este que hoy vemos no es su discurso y dudo mucho de que lo sea en el futuro. El italiano es, ante todo, un gran exhibition-maker, un hábil estratega con armas de seducción para contar una historia -que en este caso es muy personal- y para hacerlo a través de un montaje superlativo (si Gioni es reconocido por algo no es por su perfil académico y sí por su capacidad para activar la experiencia). Para desarrollar un discurso como el que aquí alumbra, el primer excéntrico, el primero en huir astutamente de sí mismo, tenía que ser él.



Gioni no quiso darle a su proyecto un título abierto y vacuo como lo que se dan aquí habitualmente, y tomó prestado el título de la obra del artista italiano Marino Auriti (1891-1980) El Palacio Enciclopédico. Auriti, que se instaló en Estados Unidos huyendo de la presión fascista en su país, proyectó durante décadas un palacio que pudiera albergar todo el conocimiento del mundo, un gigantesco edificio que tendría una altura de 136 pisos y cubriría una superficie equivalente a 16 manzanas. El proyecto -porque en eso quedó- puede verse en el arranque de la exposición en el Arsenale.



Obras de Rudolf Steiner



El carácter supuestamente enciclopédico que Gioni da a su exposición es, como el propio anhelo de Auriti, la constatación de su propia imposibilidad, en un guiño a Harald Szeemann y a la belleza que dimanaba de todo fracaso. Pero en este relato inviable, el afán de conocimiento trasciende lo racional y se instala en visiones personales complejas, miradas interiores que obvian lo real y que enraizan en la más profunda y turbia subjetividad. Este es uno de los hilos conductores de la exposición, en la que un porcentaje inusitadamente alto de los trabajos han sido realizados en condiciones de enajenación, de anulación de la cordura, de cautividad, de enfermedad, de demencia... Otros proceden de ejercicios que no tienen pretensiones artísticas sino que se alojan en el campo científico, en la religión, en el esoterismo.



El libro rojo de Jung

Como en la rotonda del Museum Fridericianum de Kassel, donde en la pasada edición de la dOCUMENTA(13) se encontraba el cacareado "cerebro" de la exposición de Christov-Bakargiev, el espacio circular al que se accede nada más entrar en la Pabellón Central de los Giardini es el lugar en el que han de perfilarse algunas de las claves conceptuales de la exposición. En él nos recibe el célebre Libro Rojo en el que el psiquiatra C. J. Jung anduvo trabajando durante 16 años al principio de su carrera. Es un libro que contiene textos e imágenes ligados a sus visiones interiores y sus arrebatos oníricos. Cuando avanzamos al siguiente espacio y vemos los diagramas con los que Rudolf Steiner preparaba sus conferencias junto a los performersde Tino Sehgal, comprendemos que el espectro de imágenes, reales o imaginarias, objetivas o interiores, documentales o divinas, será tan amplio como incontenible.



Gioni quiere pulsar el carácter antropológico de las imágenes del mundo más allá del arte, y otorga el mismo estatus a imágenes asociadas a fenómenos paranormales del siglo XIX o estudios biológicos de principios del XX que a las obras de jóvenes que hoy exponen en las galerías de Chelsea o las de artistas clásicos, algunos ya habituales en esta cita veneciana. Vean un ejemplo que puede ser revelador. El Carl André que puede verse en el espacio contiguo al de Steiner y Sehgal no tiene nada que ver con su perfil minimalista. Es, por el contrario, aquel que quiere dejar constancia de un estado de ánimo vidrioso en una rareza de juventud, Passport, que ofrece un complejo registro de su opaca identidad.



El Génesis según Robert Crumb

A ese perfil enciclopédico se alude a través de trabajos que se detienen ante un estado todavía primigenio de las cosas y a la escritura de los primeros relatos. Otros, reúnen un perfil archivístico. Camille Henrot, en el Arsenale, proyecta en un estupendo vídeo la ambición de clasificar y archivar el conocimiento del mundo. La expresión bíblica In the beginning (en el principio) se escucha repetidamente en el vídeo de Henrot y en la extraordinaria pieza de Robert Crumb, que interpreta el Génesis en sus características viñetas. Crumb atesta con su obra el exterior de un espacio circular en cuyo interior hay formas escultóricas tan bellas como enigmáticas. Me pregunté de qué extraña civilización procedían y el asombro fue mayúsculo al comprobar que eran de un japonés autista de veintipico años que proyecta sobre sus piezas de arcilla una compleja mitología personal. La gran escultura de Roberto Cuoghi que domina el segundo espacio del Arsenale es una representación gigantesca de una forma microbial, abstracta e indescifrable. Su apariencia embrionaria contrasta con la precisión digital con que ha sido realizada y la forma, apabullante, viene a ser una representación de todo los pasados y de todos los futuros.



Oras de Shinro Ohtake



El tránsito de lo natural a lo digital es otro de los asuntos que se tratan en el Arsenale, un espacio tan gigantesco como su carácter emblemático. Gioni le ha dado un perfil museístico al recorrido, cubriendo los muros ajados del espacio para reforzar el carácter de "museo temporal" que quiere darle a la Bienal. Si la idea de museo está ligada al anhelo imperecedero de permanencia, en la transitoriedad que pretende ahora otorgarle Gioni subyace la imposibilidad de retenerlo todo y el fracaso de toda pretensión enciclopédica. El recorrido que ha creado en el Arsenale es fluido y orgánico, con arritmias espaciales y lumínicas. Ciega la oscuridad en el espacio de Gusmão y Paiva, pero deslumbran sus películas, maravillosas, en uno de los momentos importantes de la exposición.



La Cindy Sherman comisaria

El comisario ha dedicado un espacio a la artista estadounidense Cindy Sherman, que ha creado una exposición que versa sobre la representación del cuerpo a partir de los trabajos de una cuarentena de artistas. Si Gioni buscaba a alguien que explorara el estatus identitatario de las imágenes, Sherman parece una buena opción. Ya al final del recorrido se encuentra el único punto débil de la exposición, un tramo ya decreciente en intensidad en el que sí salvan los muebles los británicos Mark Leckey y Helen Marten, una jovencísima artista que narra y edita simultáneamente, como la citada Herot. Trabajos de Dieter Roth y Bruce Nauman sirven de antesala para la pieza final, una epatante instalación de Walter de Maria que alude a la pulcra belleza de las formas y a la armonía clásica de las imágenes, un espacio que, desde el rigor y la precisión con que se disponen los cilindros en el espacio a la belleza conmovedora que desprenden, podría, como el Palacio de Auriti, contenerlo todo.



Visiten, si pueden, este Palacio Enciclópedico. Es una exposición escorada hacia lo visual en la que el dibujo, la pintura, la escultura, los objetos y los artefactos juegan un papel protagonista en un montaje extraordinario. Mírenla, si se me permite, como una estupenda exposición de arte no necesariamente contemporáneo que se cifra sin complejos en la equivalencia de las imágenes. Se le achacará que la mirada crítica a la realidad inestable de nuestro tiempo parece estar en otro lado, eclipsada por el poder imperturbable de la imaginación; y los popes del mercado, que no encuentran gran cosa que rascar, jurarán venganza. Pero es la Bienal mejor armada de los últimos años, desde Harald Szeemann, tal vez.