Vista de la exposición. Foto: Pierre Antoine
Exposiciones por medio mundo y premios de prestigio dan fe del buen momento por el que pasa el artista Danh Vo que presenta ahora, y hasta el 18 de agosto, una amplia muestra de su trabajo en el Musée d'Art Moderne de París. El título, 'Go Mo Ni Ma Da' da pistas de los micro-conflictos visuales y literarios que abundan en sus obras. Imprescindibles.
Este breve apunte biográfico es indispensable para entender cómo se ha fraguado la obra de este creador, ligada inexorablemente a esa temprana experiencia vital. Pocos artistas de la generación de Vo están tan legitimados para hablar de desplazamiento cultural, del problema identitario, de la fricción entre centro y periferia y de la tensión entre lo que, en el ámbito de lo narrativo, es propio y lo que es de todos con la precisión, la pertinencia, la ironía y el cinismo con los que lo hace. Y quiere hacernos partícipes de su vivencia personal, que encuentra su lugar pese a los efectos de la globalización y de las manías restrictivas de la historia con mayúsculas. Ese examen de lo privado y lo público deviene pugnazmente crítico cuando se asoma a los acontecimientos históricos que determinaron su propia experiencia. Vo ha hecho de la apropiación una de sus estrategias, acude con decisión al readymade (gran parte de su obra nace de objetos encontrados), y aunque es uno de los artistas que con mayor destreza maneja el lenguaje de la instalación, su perfil es insobornablemente minimalista y ha contribuido a instaurar esa estética depurada y leve que triunfa en los circuitos internacionales, aquélla en la que objetos e imágenes vibran aislados en espacios vacíos por los que corre mucho el aire.
Vista de la exposición
McNamara debió de ser un personaje tan turbio como interesante. Tras ser el Donald Rumsfeld de Kennedy (con el colmillo de un Karl Rove), dirigió durante años el Banco Mundial. Pero el interés que suscita en Danh Vo trasciende lo político y se cifra en un aspecto más personal. Desde hace unos años, Vo, con ayuda de su galerista neoyorquina, ha venido adquiriendo en subastas objetos personales pertenecientes a McNamara que recontextualiza en muy variadas situaciones, enalteciéndolos irónicamente o banalizándolos con ácida actitud crítica. En una vitrina coinciden algunos de estos objetos con una de sus conocidas cajas de embalaje de grandes firmas comerciales como Coca-Cola, Budweiser o Evian, contenedores que, una vez cumplida su función, son plegados y llevados a Tailandia donde se les aplica pan de oro siguiendo una técnica milenaria. Son piezas en las que Vo, con notable sarcasmo, mantiene vivo el fluir de la economía neoliberal a través de una leve acción amparada en una tradición local. Junto a los objetos personales de un tipo que es capaz de alentar una guerra abusiva y sanguinaria y de dirigir más tarde un banco mundial, la caja cobra un sentido pertinente y certero. Significativamente, diferentes versiones de estas cajas pueden verse en todos los espacios de la exposición, como elementos vertebradores. Hila muy fino Danh Vo, tanto en lo conceptual como en lo formal.
Ligadas, claro, a McNamara, las tres lámparas del antiguo hotel Majestic de París fueron adquiridas por Vo cuando el hotel cerró por reformas. En una de las piezas centrales de la muestra, una de estas tres lámparas aparece fragmentada y ordenadamente dispuesta sobre el suelo del espacio. La pieza puede verse como una metáfora del desplome de los relatos históricos pétreos y homogéneos, trufados ahora de narraciones antes excluidas y en las que un boca a boca de padre a hijo tiene tanto valor como cualquier otra historia.
Y así puede entenderse también la Estatua de la Libertad, igualmente fragmentada, (We are the People, 2011-2013) que puede verse en la gran sala curva del espacio parisino. Se trata de uno de los símbolos más poderosos del mundo pero su constitución como estatua es insólitamente frágil (es una chapa de cobre de tan sólo 2,5 milímetros, tan endeble, debió de pensar Vo, como los conceptos que representa). La pieza concentra todas las inquietudes del artista y su imponente presencia le da un sesgo referencial en la exposición, pero a mí no es el Vo que más me gusta. Prefiero la ironía apropiacionista de la serie de McNamara, las más sutiles exploraciones en torno a la propio y lo colectivo y el tipo de formalización más escueto y contenido, del que Vo ha hecho una de sus señas de identidad más reconocibles.