Vista de la exposición Painting Forever en la sede de Kunst Werke, Berlín

La capital alemana inaugura, en plena Semana del Arte, una gran exposición de pintura en cuatro grandes sedes

Aunque el precio de los pisos haya subido considerablemente en los últimos años (siguen siendo más baratos que la media europea), aunque Bruselas se esté convirtiendo en destino preferente para muchísimos creadores jóvenes y no tan jóvenes, aunque el coleccionismo sea prácticamente inexistente y aunque haga un frió del demonio, en Berlín siguen viviendo unos 30.000 artistas. De esto se ha hablado ya mucho, pero la capital alemana continúa acogiendo a artistas de todo el mundo, atraídos por una atmósfera lánguida y cómoda que permite trabajar muy a gusto. O no hacerlo.



Berlín es una ciudad en constante transformación, y no sólo en lo arquitectónico o lo urbanístico. Es una cuestión de espíritu, donde muy poco se concibe a largo plazo. Uno va a visitar una galería en Mitte, en el centro de la ciudad, y se encuentra que la galería se ha mudado a Potsdamer Strasse, en el Berlín occidental, casi sin previo aviso. Meses después pueden mudarse a Charlottenburg, más al oeste todavía, donde empieza a concentrarse un buen número de espacios privados.



Berlín vibra esta semana con propuestas variadísimas. La oferta institucional es extraordinaria. El alcalde de la ciudad ha decidido que esta Semana del Arte que acaba de arrancar concentre la atención de los profesionales y los aficionados europeos y ha echado el resto en un programa ambicioso. El caballo de batalla es la muestra Painting Forever, alojada en cuatro instituciones (Kunst Werke, Neue Nationalglaerie, Deutsche Kunsthalle y Berlinische Galerie) pero no pueden perderse la exposición que propone Haus der Kulturen der Welt, organizada por su comisario jefe, Anselm Franke, una de las figuras más interesantes en el ámbito del comisariado actual.



Además, la semana se completa con las ferias que inauguran mañana, ABC y Preview, esta última de escala menor. ABC quiere seguir los pasos de Artforum Berlín, la anterior feria de la ciudad que competía con Colonia por la supremacía del mercado en Alemania en esa continua brega en la que andan veladamente enfrascados el Este y el Oeste. En términos de prestigio, por participantes y por artistas, Berlín no tiene nada que envidiar a Colonia y a la mayoría de las ferias internacionales. Pero en términos de resultados inmediatos, esto es, de ventas, la distancia es sideral. Y es que en Berlín, la fragrante realidad es que no se vende nada. Salvo excepciones, los coleccionistas no viven aquí. Viven en Múnich, en Colonia, Frankfurt y en Dusseldorf. Y en Bélgica. Pero no pasa nada. Todo llegará, se repiten continuamente los berlineses, que no parecen demasiado temerosos ante la posibilidad de que nada llegue, al final.





Vista de las obras de Thomas Scheibitz en la Neue Nationalgalerie de Berlín



Painting Forever es, decíamos, el gran proyecto expositivo institucional del momento. Ha puesto de acuerdo a cuatro de las instituciones de la ciudad y en este sentido toma como modelo la estupenda Painting on the move, la gran muestra de pintura que tuvo lugar en diferentes museos de Basilea (Kunstmuseum Basel, Kunsthalle Basel, Museum für Gegenwarktskunst en otros) en el verano de 2002. En sus diferentes sedes tiene distintas características. La más ambiciosa es la que puede verse en Kunst Werke, en Auguststrasse, el centro que desde principios de año dirige Ellen Blumenstein.



Tras unas obras de remodelación, Kunst Werke presenta, en su gran sala central, un montaje atípico, con un centenar de cuadros de pequeño y medio formato colgados en uno solo de sus muros. La idea es insistir en la relación que trazan entre sí las diferentes pinturas, realizadas por artistas de diferentes generaciones, procedencias y contextos, a partir de conceptos como estructura, cromatismo, iconografía... La relación es a un mismo tiempo horizontal y vertical, pues atraen la mirada del espectador y simultáneamente establecen un diálogo entre ellos. En el centro del muro, un espacio cuadrado ha sido liberado, un cuadro vacío que nos habla, paradójicamente, de la sobrecirculación de las imágenes y del apagón visual que producen. Blumenstein ha querido probar nuevos formatos curatoriales asociados a la pintura y, en vez de realizar una exposición colectiva al uso en los pisos superiores, presenta de manera individual las interesantísimas pinturas del pintor galés Merlin James, que en el conjunto de su propia pintura combina diferentes lenguajes pictóricos. Son especialmente interesantes sus transparencias, reminiscentes de Polke, que cuestionan el soporte de la pintura y amplían su definición.



El espacio de la Berlinische Galerie resulta, tal vez, el más prescindible. Presenta individualmente la obra Franz Ackermann, artista muy dado a la intervención espacial. Sí son interesantes las propuestas de la Deutsche Kunsthalle, la antigua sucursal del Guggenheim en Unter der Linden, y sin duda la de la Neue Nationalgalerie, el fastuoso edificio de Mies van der Rohe. En la Kunsthalle puede verse la obra de cuatro mujeres pintoras entre las que destaca Jeanne Mammen, una artista fallecida en 1976, que vivió instalada en la vanguardia y que es muy poco conocida entre el gran público. La exposición recoge la obra realizada en sus veinte últimos años de vida, de carácter abstracto y de algún modo onírico. Siguiendo su estela poderosa, seducen también las piezas de Katrin Plav?ak y Antje Majewski. Son figuraciones de tremenda intensidad que, en el caso de la primera, coquetean con la abstracción a partir de veladuras y de un juego deliberado de negar y mostrar y que en Majewsky -que fue una de las artistas importantes de Painting on the move- ofrecen matices de corte antropológico.



En la Neue Nationalgalerie puede verse una presentación de cuatro creadores liderados por Thomas Scheibitz, un artista que pinta de maravilla. Tiene un enorme sentido de la composición y una formidable habilidad para gestionar el color. Sus cuadros, de diferentes formatos, fluyen con un ritmo orgánico y musical en el sucinto y liviano marco arquitectónico de Mies. Anselm Reyle me ha resultado excesivo, y no me ha exigido detenerme más que unos minutos. Tampoco ha resultado especialmente seductor Martin Eder, pero las pinturas de Michael Kunze dejaban, como Scheibitz, totalmente perplejo con su mezcla de motivos de la historia del arte, una paleta siniestra y magnética a partes iguales y un sentido de la narración inmensamente cautivador.