Instalación de Rossella Biscontti

En uno de los momentos políticos y sociales más complejos que se recuerdan en Turquía, arranca la 13 Bienal de Estambul con un título, Mamá, ¿soy un bárbaro?, que pretende hacer del dominio público un foro político, que alude a la otredad del ser humano en la ciudad, al riesgo de marginación ante lo público y a la idea de democracia, civilización y barbarie. En total son 80 artistas distribuidos en 4 sedes en la ciudad, que podrán verse hasta el 20 de octubre.

El parque Gezi no es Central Park. Sobre el mapa sólo es una pequeña mancha verde junto a la plaza Taksim. Sobre el terreno es como una mastaba, un gran talud de césped cuadrangular coronado por un puñado de árboles. No tiene nada especial, ni ecológica ni estéticamente. La entrada de los bulldozers el pasado 28 de mayo para iniciar la construcción de un centro comercial desató la furia del pueblo, y no sólo por lo que parecía la desaparición inminente de una de las últimas zonas verdes de la ciudad. Fue un esperado e inevitable brote de hartazgo popular ante la política de Erdongan, el primer ministro que gobierna con una muy particular percepción de la democracia y del sentido común y cuyas concesiones a la maquinaria capitalista distan mucho de estar consensuadas.



Lo ocurrido en Gezi en mayo, aderezado por el asesinato de un joven el día anterior a la inauguración por parte de la policía, ha forjado el espíritu de esta decimotercera edición de la Bienal de Estambul, una de las de mayor carácter de cuantas forman la constelación de grandes exposiciones internacionales de arte contemporáneo. La de Estambul es posiblemente la que más lejos ha llegado en la lucha por escapar del corsé estandarizador bajo el que las bienales de arte fueron alumbradas con la eclosión de la globalización. La capital turca pronto se significó con un contexto vibrante y tenso caracterizado por su intolerancia a los excesos del poder. En sus sucesivas ediciones, encontró en el espacio público su principal escenario, ese que hoy es sistemáticamente secuestrado por unas fuerzas de seguridad que, en insultante número y abochornadas también ellas, atestan los alrededores de Taksim mientras el gas pimienta raspa los ojos y gargantas de los caminantes.





Instalación de Fernando Gomes



Historia célebre

El momento de mayor intensidad llegó a la Bienal de Estambul en 2009, cuando el colectivo What, How & For Whom realizó su ya célebre What Keeps Mankind Alive, una estruendosa y pertinente exposición que es hoy considerada como una de los más logrados esfuerzos por relacionar el arte y la reflexión en torno a nuestro modo de habitar el mundo. La siguiente edición, organizada en 2011 por Jens Hoffmann y Adriano Pedrosa, se olvidó de la realidad y de lo público y se redujo a un lamentable y descarado panegírico de los poderes fácticos del arte. Fulya Erdemci, comisaria de la edición que ahora arranca, debía recuperar el espíritu de la bienal y situarla a la altura de las tensiones de hoy, pero pese a su clara intención de volver a la arena de lo real -otra exposición como la anterior habría sido sencillamente inadmisible- Fulya Erdemci se ha quedado a medio camino.



Bajo el título Mom, Am I a Barbarian? (Mamá: ¿soy un bárbaro?), la bienal cuenta con trabajos de unos 80 artistas y se despliega en 4 sedes, Artepo, la Escuela Primaria Griega de Galata, ARTER y Salt Beyoglou, cuatro espacios que decrecen en tamaño (y en calidad) por este orden. La participación española se cifra en el trabajo conjunto que Jorge Galindo y Santiago Sierra presentaron el pasado año en Helga de Alvear -bien traído y bien montado en Artepo- y en el de Maider López, también generosamente presentado en ARTER. La comisaria ha querido partir de un puñado de referencias de artistas de los 60 y 70 (Matta-Clark, Jiri Kovanda, o la poco conocida y muy penetrante Mierle Laderman Ukeles) que se lanzaban a la calle a pensar el espacio público desde la esfera conceptual y que abren el camino a otros trabajos que pretenden animar a la convivencia de muy diferentes públicos. Este es el tema central de esta exposición, inspirado en los sucesos de Gezi Park, cuya primera y principal consecuencia fue la comunión de gentes de espectros sociales antitéticos avanzando en una misma dirección. En los dibujos de Christoph Schäfer en la entrada de Artepo, el talud de Gezi Park está formado por personas. Es una masa compacta, casi pétrea, como los impenetrables bosques de Max Ernst. Están muy unidos los turcos, todos los turcos, en su inquina contra la insolencia oficial.





Instalación de Méndez Blake



Triste conformismo

La bienal aborda los asuntos más candentes del momento y el lugar en el que se inscribe. Se impone la especulación en torno al espacio urbano y las posibles transformaciones que en él pueden esperarse, con el acento puesto en los rampantes procesos de gentrificación que asolan a las ciudades contemporáneas. Pero hay algo que uno no logra quitarse de la cabeza por más que en su recorrido tropiece con piezas meritorias. Erdogan y su gobierno buscan la parálisis de toda actividad pública, y creo que la bienal adopta una actitud tristemente conformista ante semejante afrenta.



Todos los espacios son privados, no hay intervenciones en la ciudad, y esto desconcierta cuando nos habían dicho que de lo que se trataba era de reconquistar el espacio social. Aunque el tono de la mayoría de los trabajos es crítico, en el fondo todo permanece en el ámbito de la representación, y ésta seduce sólo levemente. Lo hace casi siempre a través de trabajos en vídeo: el de Anikka Eriksson y el que realiza la poetisa Lale Müldür junto a dos figuras incipientes del cine experimental ofrecen una profunda melancolía. Si uno se detiene ante la coreografía de escombros de la siempre fiable Cinthia Marcelle y ante la cáustica interpretación que del sector de la construcción hace Hector Zamora pero pronto comprende que son islas perdidas en una lánguida indeterminación y en una blanda atonía. Tampoco ayuda el montaje, plano y previsible, en espacios que, salvo Artepo -que pronto será demolida, como denuncia Ayse Erkmen con su trabajo en la fachada-, no tienen ninguna particularidad.



Estambul es Estambul y el momento es el más crítico que se recuerda. Pero si esta bienal que ha planteado Fulya Erdemci se hubiera visto en cualquier otro contexto no habría sorprendido a nadie, y uno tiene a pensar que, en las actuales circunstancias, What, How & for Whom habrían reventado la ciudad. En la pasada Bienal de Berlín, el equipo de comisarios invitó a los indignados a ocupar el espacio central de la sede de Kunst Werke. Yo lo recuerdo como una pueril y casi vergonzosa pantomima, y enseguida me pregunto qué hubiera pasado si el pueblo turco, una vez expulsado de Gezi Park, hubiese sido invitado a ocupar los espacios de Artepo en esta Bienal de Estambul. ¿No hubiera tenido más sentido?



Desde la intuición y la imaginación, y probablemente sin quererlo o sin saberlo, los indignados de Gezi Park, como los de nuestra Puerta del Sol, producían hechos artísticos de raíz utópica que encontraban su eco en diferentes propuestas que sí realizaron artistas como los conceptuales de los sesenta en Latinoamérica o, como dijo un colega, los vinculados a la estética relacional. Junto al vídeo realizado con Galindo, Santiago Sierra también presenta su Conceptual Monument (2012), una propuesta para levantar un monumento en la ciudad de Leipzig que podría alzarse ahora en el contexto de Estambul. Es un texto de cuatro puntos y un apéndice que tiene algo de esa temperatura utópica y que hubiera funcionado muy bien así, como una propuesta incipiente, como los folios con ideas garabateadas que corrían de mano en mano entre las gentes de Sol o de Gezi Park. Pero resultaba perverso y muy decepcionante ver la pieza pertrechada en un marco implacable de tres metros de alto por dos de ancho, como si fuera una reluciente fotografía de Andreas Gursky a punto de ser vendida en cualquier stand de cualquier feria del mundo.