Vista de la instalación I-O (adjusted to fit), 1993/1998/2013

Louise Lawler no se prodiga demasiado por Europa. Esta retrospectiva que organiza el Museum Ludwig de Colonia es una oportunidad para conocer la obra de una de las renovadoras de los lenguajes estéticos en los ochenta, un momento crucial en el devenir del arte contemporáneo.

No se ha de escatimar a la hora de poner en valor la obra de Louise Lawler (Nueva York, 1947), protagonista indiscutible de la escena neoyorquina de los años ochenta. Por extraño que parezca, dada la enorme relevancia de su trabajo, la que ahora le dedica el Museum Ludwig de Colonia, bajo el título de Louise Lawler. ADJUSTED, es la primera retrospectiva institucional en Alemania. La ha organizado el nuevo director del Museo, Philipp Kaiser, que sustituyó en el cargo al histórico Kasper König y que viene del Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles, donde ha realizado exposiciones importantes, como la aplaudida Ends of the Earth, que fue reseñada en estas páginas cuando se exhibió en Munich. Este mismo año, Kaiser ha firmado en el Jewish Museum de Nueva York una antológica sobre ese otro gigante de los ochenta americanos, el ya fallecido Jack Goldstein.



El trabajo de Louise Lawler surge en el marco del nuevo paradigma al que se asoma el arte desde finales de los setenta, tras la árida travesía por el conceptual que dejó desnortada a la fotografía artística. Amparada por la bonanza económica, volvía la pintura con ímpetu, y se empezaban a trenzar los mimbres del bochornoso espectáculo comercial en el que se convertiría el mundo del arte tal y como lo conocemos hoy. En el otro extremo, como tratando de mitigar la creciente exaltación del sujeto, el grupo de artistas entre los que se encontraba Lawler optó por cuestionar algunos de los estatutos fundamentales del arte, como la originalidad y la autenticidad, poniendo el acento en el status del creador, que, lejos de deleitarse en sus excelsas aportaciones individuales al arte y a la cultura de su tiempo, se tornó en un caníbal insaciable apropiándose de lo hecho por otros, reconfigurándolo y situándolo en nuevos contextos que multiplicaron su significado.



Lawler es una de las artistas que con mayor nitidez encarna esta voluntad de hacer suyo lo ajeno. Muchos habrán visto sus fotografías de interiores de casas de coleccionistas, de salas de museos y centros de arte, en los que cuelgan obras clásicas del arte contemporáneo. Son imágenes en las que, pese a esa aparente inmediatez, los motivos se presentan esquivos, pues la mirada no idealiza la obra de arte como fetiche sino que redunda en lo accesorio. Verán por qué. En una de sus obras más conocidas observamos la parte inferior de un cuadro de Miró, pero la atención reside en el banco del museo donde nos sentamos a contemplarlo. Otras veces hay cuadros recién desembalados que descansan apoyados en la pared justo antes de ser colgados, o que aparecen junto a una cartela que tiene mucho mayor protagonismo que ellos. En otras se adivina un clásico del Expresionismo Abstracto en el muro de una casa acomodada, pero la mirada se desliza hacia los muebles antiguos y las cerámicas chinas que la rodean. A Lawler no le interesan las condiciones bajo las que se produce el arte. Prefiere investigar el modo en que éste se consume cuando ya circula en el acervo público e interpretar la realidad cambiante que determina su inscripción en contextos de uno y otro signo.



Obras emblemáticas

Louise Lawler no se muestra mucho, y no es frecuente ver su obra reunida en una exposición monográfica. Situada en la planta baja del Ludwig, esta muestra reúne muchas de sus obras emblemáticas, pero su escala es más bien menor, con un montaje sobrio, cuando no anodino. Philipp Kaiser ha montado la exposición de la artista en paralelo a la nueva presentación de la colección del museo, una de las más poderosas de Europa. Y es en las intervenciones que Lawler ha realizado en zonas específicas de la colección donde su proyecto se muestra exuberante y empático y donde el ejercicio de la apropiación y re-lectura se hace explícito con mayor claridad. La artista se acerca a dos de los motivos señeros de Warhol, su Cow Wallpaper y sus Brillo Box. En el primero, Lawler recupera las fotografías que ella misma presentó en la Bienal del Whitney de 2000, imágenes de cartelas de obras de Warhol que habían formado parte de una exposición sobre la cultura americana organizada por la institución neoyorquina poco antes de dicha Bienal. En las salas del Ludwig, Lawler re-imprime estas mismas imágenes sobre el muro empapelado de vacas moradas de Warhol, un asunto que el artista había tomado prestado de una revista de agricultura y que ya había puesto en circulación en su frenética rueda en 1966. Así, en lo que constituye un feliz reencuentro, Lawler lee a Warhol y se lee a sí misma leyendo a Warhol en una doble pirueta de impecable ejecución.