El Museum of Arte Útil tiene una estructura más o menos nítida, dividida en diez espacios que exploran otros tantos asuntos en el antiguo edificio de la institución holandesa. Pero hay algo que debemos aclarar desde el principio. Esto no es una exposición. Tal formato chocaría con el espíritu del proyecto que ha puesto en marcha la artista cubana Tania Bruguera, que plantea, por el contrario, la materialización temporal de un archivo formado por decenas de propuestas que amplían el sentido de ese arte que se dice político y que languidece en el ámbito estéril de la representación. Tampoco una exposición convencional encontraría su hábitat idóneo aquí, pues el Van Abbemuseum viene significándose desde hace años como un lugar de experimentación cuya seña de identidad más reconocible es la siempre impredecible especulación sobre posibles alternativas a lo aceptado en términos de programa y de presentación.
Lo que ahora se muestra en Eindhoven tiene su origen en el Arte Útil Lab que desarrolló el neoyorquino Museo de Queens entre febrero y junio del año pasado. Se trataba de un laboratorio en el que se desarrollaron herramientas artísticas con las que enfrentarse a la vidriosa realidad de nuestro tiempo. Las diferentes iniciativas, alumbradas por un conjunto de artistas, activistas, teóricos y otros agentes, se pusieron en funcionamiento en residencias y foros de debate, y empezó a conformarse así un archivo online con un número considerable de entradas que incluían propuestas utilitarias tangibles o intangibles. En el Van Abbemuseum estas iniciativas se hacen físicas físicas, y se invita al público a hacer uso de ellas. Esto es importante. Estamos en un museo en el que la audiencia no contempla sino que adquiere un rol activo y participativo. Aquí ya no hay espectadores sino usuarios.
Las propuestas se organizan en un recorrido circular con arquitecturas de madera diseñadas por constructLab que estructuran cada una de las diez salas. Su aspecto es efímero, lo que ayuda a constatar la naturaleza experimental y el potencial transformador de este Museum of Arte Útil, que se configura como una caja de herramientas acompañadas de sus respectivas fichas. En ellas se ofrece una descripción, se nos informa de sus objetivos potenciales y se evidencia su contrastada viabilidad para ser implementadas en la esfera pública.
El catálogo de proyectos es variadísimo, con propuestas alojadas en climas muy diversos. Hay proyectos vinculados a la reconquista del espacio público -en el que se encuentra el trabajo de Lara Almarcegui-, otros que se dirigen a la posibilidad de cambiar la legislación, otros que apelan a la recontextualización del acervo institucional... En uno de los apartados, titulado “A-Legal”, la ficha 237 corresponde al trabajo de Nuria Güell quien, en su Ayuda Humanitaria, ofrece a varones cubanos la posibilidad de seducir a la artista con una carta de amor, casarse con ella y así obtener la nacionalidad española. La ficha 199 es la de IRWIN, el grupo esloveno que en 1992 creó su ya legendario Estado en el tiempo, con su pasaporte, su himno, su bandera y sus embajadas en diferentes ciudades. Se trata de un estado cuya nacionalidad puede adquirir todo aquél que comulgue con su espíritu utópico.
Usuarios examindo las fichas de los proyectos.
El Museum of Arte Útil (“arte útil” aparece en castellano para subrayar la idea de “utilidad”, más rotunda e incisiva que el más ambiguo “useful art”) es un contexto muy apropiado en el que situar este tipo de propuestas. Al tratarse de un laboratorio de ideas de las que poder hacer uso y no un medio para la producción de obras de arte, se encuentra más cerca de los movimientos ciudadanos que del arte político, y por lo tanto, la relación con el mercado, al que le interesa fundamentalmente la representación, es sólo tangencial. Hace poco oí a Nuria Güell decir que no sabe muy bien si su trabajo puede ser considerado arte o no, y que le importa bien poco ese debate. Aquí se constata la naturalidad con la que la brava artista catalana logra tender puentes con la ciudadanía, pero al mismo tiempo se pone de manifiesto que la inscripción de su trabajo en los circuitos comerciales, donde viene obteniendo muy buenos resultados, es, al menos, delicada.
Aunque no se encuentra en el mismo apartado que Güell y que IRWIN, el español Santiago Cirujeda cuestiona igualmente el concepto mismo de legalidad desde una cierta desobediencia. Buen conocedor de las ordenanzas municipales, se cuela con naturalidad en los limbos legales revelando las fallas del sistema. Sus “recetas urbanas” están a medio camino entre la realidad tangible y los proyectos de arquitectura utópica, y en este sentido encarnan con nitidez mucho de los valores que quiere poner en solfa este Museum of Arte Útil, que no cierra la puerta a la ficción y a reiteradas declinaciones poéticas, herramientas igualmente valiosas en este gran archivo. En la primera sala, bajo la invitación al do-it-yourself, el italiano Luca Puzzi ofrece una guía de viaje titulada Lonely (entrada 477) que tiene el mismo formato que las famosas Lonely Planet. Pero el destino que ofrece la guía no es aquel al que acudimos todos en dócil procesión como exigen los modelos del turismo globalizado, sino un puente en la región de Umbria conocido por su elevado índice de suicidios. Es una guía para turistas solitarios en el último viaje de sus vidas. Una vez muertos, la entrada 471 nos ofrece, de la mano de José Jiménez Ortiz, gestionar de manera póstuma nuestros datos en las redes sociales a través de www.vivireternamente.org.