Vista de la exposición Gerhard Richter. Galería Marian Goodman, Londres, 2014.

Cortesía del artista y de la galería Marian Goodman.

Londres no da tregua. Cuando todavía permanece en el recuerdo la pintura apabullante de Anselm Kiefer en la Royal Academy, irrumpe Sigmar Polke en las salas de la Tate Modern con su heterogénea y no menos avasalladora propuesta, una extraordinaria exposición que viene del MoMA y que ofrece alternativas inagotables para quienes inscriben estrictamente el quehacer del artista en el ámbito de la pintura. Y cuando el público londinense aún está asimilando la ecléctica riqueza del arte de Polke aparece Gerhard Richter, el indiscutible gurú de la pintura de las cinco últimas décadas, con una gran muestra en la galería Marian Goodman, que abre ahora un espacio en Londres siguiendo el camino de otras galerías neoyorquinas como Gagosian o David Zwirner, que han visto en Londres el escenario ideal para fortalecer su negocio.



Ya sabemos que el hecho de ser una galería privada no significa que la exposición sea menor. Marian Goodman es probablemente la galería más poderosa de Nueva York. Tal vez sus números no sean tan abrumadores como los de Gagosian, pero su prestigio es mucho mayor. Goodman, que tiene 86 años, acogió en su día a un número importante de artistas europeos. Mostró en su día el trabajo de Broodthaers, Penone, Richter o Toroni por vez primera en Estados Unidos y representa hoy a muchos de los artistas más importantes del concierto internacional, desde Gabriel Orozco y Pierre Huyghe hasta Tino Sehgal, Danh Vo o Adrián Villar Rojas. Sirva de ejemplo de la importancia que la galería otorga a esta exposición el hecho de que se haya publicado un catálogo con textos nuevos de autores como Benjamin Buchloh o Robert Storr. Este último fue el comisario de Forty years of painting, la retrospectiva que el MoMA dedicó al artista hace ahora trece años.



La exposición que ahora abre su espacio en Londres ha despertado la expectación que suscitaría cualquier exposición institucional dedicada al artista (mañana empieza Frieze y todo el mundo del arte está en la capital británica). Goodman ha optado por la zona del SoHo para abrir su galería, un espacio diseñado por el arquitecto David Adjaye junto a Golden Square, a escasos metros de Regent Street y de Picadilly Circus. Es una antigua nave victoriana de casi 4.000 metros cuadrados divididos en dos pisos y con un gran lucernario por el que se filtran rotundos haces de luz que rivalizan con un juego de contundentes columnas. En ella, Gerhard Richter ha dispuesto un buen conjunto de obra reciente que incluye experimentos digitales, pinturas realizadas sobre diferentes soportes y fotografías.



Vista de la exposición Gerhard Richter. Galería Marian Goodman, Londres, 2014.

Cortesía del artista y de la galería Marian Goodman.

Richter cumplirá pronto 83 años. En su larguísima carrera ha tocado todos los estilos posibles y ha explorado todos los rincones plásticos y conceptuales de la pintura. La exposición que muestra en Londres da buena fe de la libertad con la que el artista se ha aproximado a su trabajo, saltando entre estilos y géneros que requerirían técnicas antitéticas, explorando los diferentes estatus de la imagen, pulsando la tradición y a un mismo tiempo adoptando una posición experimental. Pero esa aparente veleidad estilística no responde a capricho alguno: todos los cuadros y series de trabajo retoman asuntos tratados en el anterior. Las pinturas que presenta en Londres se adhieren con rigor a ese estudio minucioso de la imagen contemporánea, líquida, elusiva, superficial (en su acepción física) e insustancial en tanto que incorpórea. Son adjetivos que no logran en modo alguno ocultar la realidad ineludible que rodea a estas pinturas: son incontestablemente visuales.



Preside el gran espacio de la primera planta un gran cuadro de diez metros, Strip, de 2013, que resume todo lo avanzado anteriormente. Es una gran imagen realizada con herramientas digitales que, sin embargo, no deja de ser una deriva de sus procesos de investigación desarrollados en otras etapas de su carrera. En los años setenta, Richter utilizaba la fotografía para deconstruir sus propios cuadros. Sería algo parecido a doblar una imagen hasta que de ella sólo quede una mancha abstracta e ilegible. Strip es el resultado de una operación similar pero en el ámbito digital, a través del que alude metafóricamente al paso fugaz de las imágenes, que corren como fantasmas inasibles, frente a la simbología que podría derivar del recurso analógico anterior, más relacionado con las propiedades corpóreas de la pintura y con la serialidad de su registro fotográfico. Strip consiste en un trepidante conjunto de líneas horizontales que exploran el desenlace aleatorio con el que nos sorprenden las imágenes cuando miramos su envés.



Con sus diez metros de longitud, Strip es la pieza imponente de la exposición pero no me resulta mucho más rotunda que Scheiben (Kartenhaus), de 2013, una de sus célebres piezas de cristal. Remite esta pieza a su conocidísima 4 Glasscheiben pero su resolución tiene una mayor complejidad y su secuencialidad resulta enconada y confusa. Es tan aristado el conjunto que no podemos sino coincidir con la invocación que Richter hace de Friedrich y de su Naufragio del Esperanza, una de las joyas del Romanticismo alemán. Hay una tensa relación entre interior y exterior, entre el dentro y el afuera, que se abrazan desdibujándose.



Vista de la exposición Gerhard Richter. Galería Marian Goodman, Londres, 2014.

Cortesía del artista y de la galería Marian Goodman.

Más contenidos, aunque también poderosos, son los trabajos de la serie Flow, cuyos procesos nos sitúan ante el carácter experimental del trabajo de Richter. El propio título alude al fluir de la pintura, pero pronto comprobamos que se trata de todo lo contrario, pues lo que vemos es el resultado de la radical interrupción de ese fluir. El pintor alemán trabaja estos cuadros (cuyo soporte es de cristal) en el suelo. Deja caer el esmalte y observa su correr por la superficie horizontal hasta que decide frenar ese proceso poniendo otro cristal sobre la superficie. El movimiento de la pintura queda detenido, como si congelara de repente un río de lava. El clima es denso, poroso, todo lo contrario que su pieza de cristal, tan liviana. Y demuestra al mismo tiempo otro perfil de trabajo con respecto a su serie Strip, tan fría y mecánica, tan ajena a lo tangible, a lo manual.



Un Richter en todas sus manifestaciones es lo que nos propone la galería Marian Goodman en Londres. Otra cosa sería un sinsentido. Restringir una presentación de Richter a un solo estilo sería mutilarlo. El tercer vértice de ese triángulo tremendo de pintores alemanes que forma con Kiefer y Polke no defrauda, y demuestra la capacidad del artista de aferrarse a su tiempo, a una época globalizada que, como ha reconocido en una entrevista reciente, nos aleja sistemática y desinhibidamente de toda tradición. Las tradiciones tal vez le resultan esquivas. El presente, desde luego, no.