Vista de la exposición Gerhard Richter. Galería Marian Goodman, Londres, 2014.
Cortesía del artista y de la galería Marian Goodman.
Ya sabemos que el hecho de ser una galería privada no significa que la exposición sea menor. Marian Goodman es probablemente la galería más poderosa de Nueva York. Tal vez sus números no sean tan abrumadores como los de Gagosian, pero su prestigio es mucho mayor. Goodman, que tiene 86 años, acogió en su día a un número importante de artistas europeos. Mostró en su día el trabajo de Broodthaers, Penone, Richter o Toroni por vez primera en Estados Unidos y representa hoy a muchos de los artistas más importantes del concierto internacional, desde Gabriel Orozco y Pierre Huyghe hasta Tino Sehgal, Danh Vo o Adrián Villar Rojas. Sirva de ejemplo de la importancia que la galería otorga a esta exposición el hecho de que se haya publicado un catálogo con textos nuevos de autores como Benjamin Buchloh o Robert Storr. Este último fue el comisario de Forty years of painting, la retrospectiva que el MoMA dedicó al artista hace ahora trece años.
La exposición que ahora abre su espacio en Londres ha despertado la expectación que suscitaría cualquier exposición institucional dedicada al artista (mañana empieza Frieze y todo el mundo del arte está en la capital británica). Goodman ha optado por la zona del SoHo para abrir su galería, un espacio diseñado por el arquitecto David Adjaye junto a Golden Square, a escasos metros de Regent Street y de Picadilly Circus. Es una antigua nave victoriana de casi 4.000 metros cuadrados divididos en dos pisos y con un gran lucernario por el que se filtran rotundos haces de luz que rivalizan con un juego de contundentes columnas. En ella, Gerhard Richter ha dispuesto un buen conjunto de obra reciente que incluye experimentos digitales, pinturas realizadas sobre diferentes soportes y fotografías.
Vista de la exposición Gerhard Richter. Galería Marian Goodman, Londres, 2014.
Cortesía del artista y de la galería Marian Goodman.
Preside el gran espacio de la primera planta un gran cuadro de diez metros, Strip, de 2013, que resume todo lo avanzado anteriormente. Es una gran imagen realizada con herramientas digitales que, sin embargo, no deja de ser una deriva de sus procesos de investigación desarrollados en otras etapas de su carrera. En los años setenta, Richter utilizaba la fotografía para deconstruir sus propios cuadros. Sería algo parecido a doblar una imagen hasta que de ella sólo quede una mancha abstracta e ilegible. Strip es el resultado de una operación similar pero en el ámbito digital, a través del que alude metafóricamente al paso fugaz de las imágenes, que corren como fantasmas inasibles, frente a la simbología que podría derivar del recurso analógico anterior, más relacionado con las propiedades corpóreas de la pintura y con la serialidad de su registro fotográfico. Strip consiste en un trepidante conjunto de líneas horizontales que exploran el desenlace aleatorio con el que nos sorprenden las imágenes cuando miramos su envés.
Con sus diez metros de longitud, Strip es la pieza imponente de la exposición pero no me resulta mucho más rotunda que Scheiben (Kartenhaus), de 2013, una de sus célebres piezas de cristal. Remite esta pieza a su conocidísima 4 Glasscheiben pero su resolución tiene una mayor complejidad y su secuencialidad resulta enconada y confusa. Es tan aristado el conjunto que no podemos sino coincidir con la invocación que Richter hace de Friedrich y de su Naufragio del Esperanza, una de las joyas del Romanticismo alemán. Hay una tensa relación entre interior y exterior, entre el dentro y el afuera, que se abrazan desdibujándose.
Vista de la exposición Gerhard Richter. Galería Marian Goodman, Londres, 2014.
Cortesía del artista y de la galería Marian Goodman.
Un Richter en todas sus manifestaciones es lo que nos propone la galería Marian Goodman en Londres. Otra cosa sería un sinsentido. Restringir una presentación de Richter a un solo estilo sería mutilarlo. El tercer vértice de ese triángulo tremendo de pintores alemanes que forma con Kiefer y Polke no defrauda, y demuestra la capacidad del artista de aferrarse a su tiempo, a una época globalizada que, como ha reconocido en una entrevista reciente, nos aleja sistemática y desinhibidamente de toda tradición. Las tradiciones tal vez le resultan esquivas. El presente, desde luego, no.