Landcape with Mountains, 2014 (detalle)
Mientras Etel Adnan ve la pintura como una expresión de la joie de vivre, la escritura es su campo de meditación. Su montaña sagrada. Ahora el Museum der Moderne de Salzburgo le dedica una amplia exposición.
Etel Adnan es una figura de prestigio en el campo de las letras desde hace muchas décadas. Esto no implica que su pintura, sus tapices y sus maravillosas obras sobre alabastro sean menores, pues no pueden desligarse de su poesía, su prosa y sus incursiones en la filosofía. Son un conjunto indivisible y tienen una misma altura. Comenzó a pintar en los 50, cuando ya vivía en California. En sus primeros cuadros concentraba zonas geométricas de pintura recién salida del tubo que aplicaba con una espátula. Era una pintura directa y sin rémora aparente. Parecería como forjada primero en la mente y luego trasladada al lienzo de manera mecánica, como si fuera sólo un trámite, casi como por instinto. En esta primera fase se le asocia con el Nicolas de Stäel más geométrico y abstracto, y se encuentra próxima a Paul Klee en la mística asimilación de la naturaleza. Y cuando en su paleta predominaban ocres y amarillos cansados nos recuerda a los mortecinos paisajes castellanos de Díaz-Caneja.
San Gimignano 2, 2013
Adnan vivió durante décadas en Sausalito, a las afueras de San Francisco, en una casita desde cuya ventana veía todos los días el monte Tamalpaïs. Esta gran exposición que ahora le dedica el Museum der Moderne de Salzburgo resume la enorme importancia que esta montaña ha tenido para la artista. Como Cézanne y su montaña de Saint-Victoire, la ha representado en sus múltiples manifestaciones de un modo que podría parecer obsesivo si no fuera por la ausencia absoluta de tensión dramática en su percepción y en su ejecución.Adnan pinta igual que escribe, sentada, junto a una mesa desde la que divisa el exterior. La extensa serie dedicada al Tamalpaïs reúne pinturas de pequeño formato, de un tamaño algo mayor que el de una cuartilla; su orografía se torna cada vez más esencial y su color permanece plano, sin mezcla. Son también esenciales y afiladas las palabras que brotan paralelas a las pinturas, como las que dan forma a su penetrante Journey to Mount Tamalpaïs, uno de sus textos más conocidos. También sus leporellos, sus cuadernos que se abren como un acordeón (muy bien representados en esta exposición austriaca), subrayan la naturalidad con la que palabra e imagen habitan un mismo lugar en un tiempo idéntico.
La exposición se titula Writing Mountains, pero uno no sabe si quien escribe es la autora o si es la montaña misma la que empuña el verbo, si es éste el que dice de la montaña o si es la montaña quien discretamente se dice. En una obra sin apenas variación en casi siete décadas, el medio es Tamalpaïs. En ciertos momentos del metraje de un montaje de películas realizadas en Super 8 vemos la cima de la montaña imponerse sobre las nubes que todas las tardes se ciernen invariablemente sobre la bahía de San Francisco. Llegado el momento, la bruma oculta las imágenes y han de aflorar las palabras, en un ejercicio que es sucesivo, diario. Sobre la célebre y repentina oscuridad vespertina ha escrito Adnan una colosal pieza literaria, Sea and Fog.
Ya al final de la exposición, recortados frente al ventanal sobre el que se proyecta la ciudad de Salzburgo (cubierta totalmente por la nieve cuando la visité), paisajes realizados sobre planchas de alabastro ofrecen una mirada de blancos de temperaturas diversas. Son sucintas interpretaciones de un paisaje toscano, la verticalidad de las torres erguidas sobre el paisaje ondulante de San Gimigiano. Las planchas forman un biombo que recuerda al leporello y a la elástica plasticidad bajo la que se alterna lo que se lee y lo que se mira.