La gran instalación de Emmanuelle Lainé

La Bienal de Lyon, una de las más populares de Europa, estrena una nueva trilogía temática de la mano de Ralph Rugoff con sus dos emblemáticas sedes, La Sucriére y el Museo de Arte Contemporáneo, y con 70 artistas trabajando en torno a lo "moderno".

Ralph Rugoff, responsable de la Hayward Gallery de Londres, ha sido el comisario elegido por el patrón de la Bienal de Lyon, Thierry Raspail, para poner en marcha un nuevo ciclo temático que se desarrollará en esta decimotercera edición y en las sucesivas de 2017 y 2019. Se trata de una exploración del término "moderne", liberado, en francés, de la distinción de género, que huye de los artículos y que abraza un colosal inventario de acepciones ligadas a la historia del arte de los últimos ciento cincuenta años. No es fácil hallar consenso en el gran fresco historiográfico que se inicia con el "Hay que ser absolutamente moderno" de Rimbaud y el "Nunca fuimos modernos" de Bruno Latour, y, por lo tanto, el proyecto que ahora arranca es tan ambicioso como propenso a la disensión.



Al plantear este término, quiere huir Raspail de ataduras previas que lastren la libre disquisición, y a ello se ha debido atener Ralph Rugoff, que en su exposición ha optado por un título, La vida moderna, que, si bien está ampliamente connotado, rehúye el debate. Creyó oportuno el comisario dejarse arrastrar por la ambigüedad, apuntar las derivaciones obvias de lo "moderno" como algo plenamente actual o novedoso, y a un mismo tiempo deslizar las resonancias que trae consigo desde una perspectiva historiográfica. Su discurso se cifra en la certeza de que nuestro presente se nutre de los sedimentos arrastrados por un conjunto ecléctico de pasados, lo cual, a estas alturas, no es nada que no nos hubieran contado ya.



Dos trabajos encarnan con nitidez esta idea. En el espacio que se le ha asignado en La Sucriére, una antigua fábrica azucarera reconvertida en sala de exposiciones, el francés Kader Attia ha hallado unas llamativas grietas en el suelo que ha grapado literalmente, como queriendo coser una herida que se mantiene indefectiblemente visible. Es un ejercicio sencillo pero muy certero. Como sabemos (recorrimos su trabajo no hace mucho en estas páginas), Attia explora el concepto de "reparación", mediante el que trata de restituir una memoria no siempre asumida en el marco de la etapa colonial.



El tándem que forman Fabien Giraud y Raphaël Sibony presenta en el Musée d'Art Contemporain un trabajo en vídeo que recupera un episodio histórico, las protestas que se originaron en Lyon en 1834 como consecuencia de la consolidación del telar de Jacquard y de las profundas transformaciones que ésta produjo en las clases trabajadoras. El vídeo muestra, con grandes alardes técnicos, una manifestación en la que las carreras derivan en un fenomenal embotellamiento. Todo está paralizado. El tiempo ha dejado de correr, como la propia historia, tal vez.



Obras de Simon Denny

La Bienal tiene lugar en las dos sedes citadas, La Sucriére y el MAC. Salvo alguna excepción en la que se han utilizado otros espacios, siempre ha sido así. Esto le da un sesgo muy institucional, poco proclive a la sorpresa. A excepción de la realizada por Jerôme Sans y Nicolas Bourriaud en torno a "la duración" en 2005 y algunos tramos de la de Hou Hanru en 2009, la Bienal de Lyon ha sido y es un evento marcado por una indisimulada sobriedad. Esta es su identidad y en la ciudad están encantados con que así sea. Esto no quiere decir gran cosa. La Bienal que hizo Victoria Noorthoorn en 2011, Une terrible beauté est née, era una deliciosa y contenida inflexión poética, y esta que ha alumbrado Ralph Rugoff, con sus bien definidos espacios y su rítmica secuencia de presentaciones individuales es un trabajo acertado que sólo cabe aplaudir.



Se me dirá que incurro en una contradicción, y tal vez así lo parezca, pues Rugoff no le ha dado a su Bienal la estatura que requería la complejidad de su enunciado. Como exploración de algo tan vidrioso como lo "moderno" no aporta nuevas claves, pero su exposición es una excelente radiografía de nuestro presente. Es modesta, pero es equilibrada y muy completa, aunque en un espacio como La Sucriére hubiese sido deseable un montaje más atrevido.



Las tensiones del presente se expanden hacia todas las esquinas del planeta. Hay referencias a los excesos del motor económico chino en las obras de Liu Wei, un laberinto en la entrada de La Sucriére que evoca, a partir de volúmenes y esferas, el ritmo enajenado de construcción de las ciudades chinas. Muy cerca, la pieza de Simon Denny desvela un catálogo con los artículos confiscados a Kim Dotcom al ser detenido en su casa de Nueva Zelanda, por un lado cuestiona los límites a los flujos de información y por otro plantea una mirada mordaz a su grotesca ostentación. La instalación es excesiva, como su propio protagonista. La exposición en La Sucriére mejora a medida que se suben los pisos. Tiene una cierta melancolía la pieza de Tatiana Trouvé, una suerte de inventario de todo lo que no ha podido hacer todavía, y es especialmente acertado el montaje de Nina Canell, con una sublimación (e institucionalización) de lo invisible, como el cableado conductor de electricidad e información.



Entre la experiencia personal y los asuntos globales, discurre pausadamente la exposición. En el MAC, Emmanuelle Lainé refleja la delirante profusión de imágenes de nuestro tiempo, y consigue que dudemos de nuestra propia situación en el espacio. Me gusta ver cerca las incursiones pseudo artísticas de los fontaneros de Marruecos, un planteamiento narrativo muy específico y local, junto al delirante universo de Katja Novitskova y su milagrosa formalización del líquido imaginario de internet.



@Javier_Hontoria