Vista de la exposición con obra de Thomas Hirschorn, Jean-Luc Mouléne y Christopher Williams

Situado en el 50 del Boulevard Waterloo de la capital belga, La Verriére es el espacio expositivo en el que la Fondation d'Entreprise Hermés viene realizando desde el año 2000 un interesante programa dirigido a las artes visuales. En 2013, el comisario francés Guillaume Désanges inició un ciclo de diez exposiciones titulado Des Gestes de la pensée ("Los gestos de la mente"). La primera muestra fue una colectiva homónima y el resto fueron presentaciones individuales de artistas internacionales entre los que destacaban Isabelle Cornaro, Irene Kopelman, Francesco Tropa o Anna Maria Maiolino. El ciclo tenía como trasunto la tensión entre la cosa mentale y la labor artesanal y tenía a Marcel Duchamp como piedra de toque pues, ya se sabe, para el francés tienen tanta relevancia los retruécanos conceptuales a los que abocó el arte de su tiempo como la atenta y privada actividad de carácter manual en la que invirtió buena parte de su vida, como se desprende de su célebre Boîte en valise, que era, como cabía esperar, una de las piezas centrales de la citada colectiva inicial que Désanges presentó en La Verriére.



Tras el extenso ciclo Des Gestes de la pensée, que estuvo 3 años en cartel, Désanges abre ahora un nuevo episodio titulado Poésie balistique, y lo hace también con una exposición colectiva a la que seguirá una sucesión de individuales. Esta muestra podría parecer una prolongación del camino recorrido, pero también un viaje de vuelta. El título procede de un poema del propio comisario, en el que lo poético se proyecta como algo elusivo, abierto, abstracto, esquivo, evanescente o turbador mientras que lo balístico es certero, concreto y preciso. La poesía es la interferencia y la ruptura de la línea recta que propone lo balístico. Si el primer ciclo giraba en torno a la materialización de las ideas y al modo en que el trabajo manual implicaba la respuesta formal a ciertas elucubraciones programáticas, esta "poesía balística" explora los espacios vacíos y el abismo de lo desconocido que se encuentra entre determinadas soluciones formales -radicales en su mayor parte-, enfrentando la precisión analítica a los desmanes del azar y la poesía. Además, la exposición presenta una escritura que se produce no tanto para ser leída como para ser mostrada, una poesía que se toca, un lenguaje que se trenza y se enreda y se hace mancha, como en el El Libro transparente, una pieza clásica del 70 de Isidoro Valcárcel Medina, en el que el lenguaje impreso en páginas de acetato da lugar a una lectura emponzoñada y abstracta, más visible que legible, más cosa que idea. La poesía de las formas, en suma, y las formas de la poesía.



Poema de Christoph Tarkos

La selección de Valcárcel Medina no es casual. Désanges es buen conocedor de la escena española. Realizó en 2003, junto al también francés François Piron, una exposición titulada Intocable. El ideal de la transparencia en el Museo Patio Herreriano, y ha trabajado en profundidad con artistas como Dora García. Hay en su discurso una inclinación hacia cierta opacidad del arte, pues él prefiere moverse entre diversos climas de indefinición. Eso no quiere decir que la exposición sea necesariamente críptica, pues está adecuadamente explicada tanto en hojas de sala como en las cartelas, pero en su papel como comisario dice preferir moverse entre los ecos y los reflejos que vinculan a ciertas posiciones que por lo que estas puedan contar en términos objetivos. Del libro transparente de Isidoro le gusta el modo en que el español encripta el motivo de la lectura en vez de desmadejarlo, y eso podría ser aplicable a todo el discurso de Désanges.



El espacio no es de grandes dimensiones, pero el comisario ha hallado una solución que le otorga gran versatilidad. Un cubo blanco, en cuyo interior se encuentran los Audio poems de Tris Vonna-Michell. El británico, que empezó su carrera como fotógrafo, pronto comprendió que su interés se alejaba del tipo de representación que propiciaba la fotografía, y optó por introducir un matiz vidrioso, perturbador en su forma de contar y enfatizar la ilegibilidad de las narraciones. Sus piezas de audio son reflejo de ese sentir.



Vista de la exposición con obras de Liz Deschenes

En torno al cubo, Désanges propone un diálogo entre las obras de arte y las formas poéticas, hojas que parecen arrancadas directamente de los poemarios y que aparecen pegadas con cinta adhesiva a bancos de aluminio. El montaje es impecable, balístico, y el modo tan pedestre de montar las hojas de poesías y también las cartelas -que parecen seguir toscamente la técnica del recorte- responde a la voluntad de enturbiar la luminosa clarividencia balística a través de sustrato inefable de la poesía.



La selección de artistas es muy acertada. En las obras de Christopher Williams y de Helen Mirra hay un contenido lingüístico alojado en una complejidad y una indefinición que frustran toda posible legibilidad. Un extenso catálogo de geometrías en la exposición. Produce un interesante diálogo el emparejamiento de la estadounidense Channa Horwitz y la húngara Dora Maurer. La aparente severidad reticular de las composiciones de la californiana, íntimamente ligadas a los movimientos de danza en los que trabajó con intensidad, contrastan con ese performativo plegarse y replegarse de la tela de Maurer. Los cristales verticales de Guillaume Leblon parecen de lo más pertinente en el discurso de la exposición. En ellos, el artista tensa las posibilidades formales del material hasta abocarlo a su propio colapso. Y es que el rigor analítico puede devenir catástrofe.



@Javier_Hontoria