Vista de la exposición en el MUMOK de Viena
Pocas producciones individuales residen en un clima tan marginal y elusivo como la del artista eslovaco Július Koller, a quien el MUMOK de Viena dedica ahora una magnífica exposición retrospectiva. Su obra es hoy una de las más influyentes del arte europeo de las últimas cinco décadas.
Koller se alineó contra las facciones más ortodoxas del comunismo primero y del neoliberalismo después. Lo hizo a través de un lenguaje siempre entre la mofa y un aparente desdén hacia la gravedad discursiva. Cultivó el signo como dardo, la ficción como método, la utopía como bandera y el "no" como antídoto contra la complacencia. Le situaríamos en corrientes más convencionales si alabáramos su talante performativo, pues más que explorar el cuerpo como vehículo expresivo se definió como un estimable y singular productor de situaciones. Estas tenían un carácter lúdico, pues en el juego encontró su mejor arma de expresión.
Buena parte del arte de Koller se concentra en "llamar la atención" sobre estas situaciones, que trascendían el espacio y el tiempo comunes a todos y que, si bien se imbricaban en la fecunda sinergia entre el arte y la vida, se hallaban muchas veces en el ámbito de la ficción. Para ello utilizó textos estampados sobre papel, tal vez el recurso formal más reconocible de un artista ajeno a toda sofisticación que se consideró a sí mismo un modesto proletario. A algunas las llamó Anti-happenings, que eran constataciones de su propia posición ante diferentes cuestiones sociales, vitales o artísticas. A otras las denominó UFO, que no son ovnis sino "operaciones futurológicas universales", con las que proponía alternativas a una realidad dominada por la falta de libertad de expresión y la coacción de los estamentos oficiales, ya fuera en la vida o en el arte. Una de estas situaciones fue la creación de una galería de arte ficticia en las montañas más remotas de su país. Se llamó Gáleria Ganku, y, a pesar de la edición de dípticos, del envío de invitaciones y de la discusión, dilatada durante veinte años, entre Koller y sus acólitos sobre el estado de esa ficción, ahí no expuso nadie ni pasó nada, o paso de todo, según se mire.Koller cultivó el signo como dardo, la ficción como método, la utopía como bandera
Vista de la exposición
One Man Anti-Show es la muestra retrospectiva que el MUMOK de Viena dedica ahora al artista eslovaco, en una coproducción con el Museo de Arte Moderno de Varsovia. Es una exposición sensacional. La firma el equipo curatorial formado por Kathrin Rhomberg, Georg Schöllhammer y Daniel Grún, que ha realizado una exhaustiva investigación en el archivo del artista y han organizado un display que asombra por su rigor y su valentía. Han contado con la colaboración del arquitecto suizo Hermann Czech para acercarse al tipo de montaje que Koller hubiera realizado, teniendo en cuenta que el artista fue siempre reacio a la musealización de su obra. Podremos verla hasta el 17 de abril.Las pinturas de primera época cuelgan de finos alambres, igual que los retratos fotográficos del artista que se encuentran en la primera sala (en la cuarta planta, a la que siguen otras dos en sentido descendente). Estos fueron tomados durante toda su vida por Kveta Fulierova, su compañera, y en ellos se ve a Koller casi siempre en la terraza de su casa en situaciones jocosas que evidencian una cáustica efectividad crítica. La terraza es el lugar en el que ocurre buena parte de su actividad, en un desafío explícito al férreo control del poder. En uno de los muchísimos aciertos curatoriales que tiene la exposición, las fotografías han sido ampliadas a tamaño natural, y aciertan a visibilizar, con extraordinaria precisión, la inclinación de Koller a la auto-representación.
Junto a estos retratos pueden verse tres mesas de ping-pong. El tenis de mesa, y el deporte en general, fue una herramienta desde la que enfrentarse al poder. No sólo era una respuesta insólita al fervor del formalismo moderno profesado por la ortodoxia más canónica, también fue un espacio de libertad en el que las reglas fluían sin trabas. Alusiones gráficas a esta práctica se derraman aquí y allá en diferentes espacios, montadas sobre planchas de pladur reutilizadas que no se levantan formando nuevos muros sino que se apilan en una extravagante y lograda solución escenográfica. Nada cuelga de los muros. Aquí nada se contempla, pues es un espacio de acción colectiva.
La faceta archivística de Koller, bien podría considerarse el eje central de la exposición pues la labor de acopio y clasificación de tan inmenso y variado material a lo largo de cuatro décadas fue descomunal. El enorme interés que suscita reside en los dispositivos utilizados para mostrar un archivo en el que los motivos artísticos, las referencias a su tiempo histórico en forma de recortes de periódicos y de revistas y los múltiples registros de sus experiencias vitales podrían parecer una misma cosa. Los comisarios han acertado al plantear este archivo como un organismo vivo que se abre y se repliega, en el que lo mismo vale una traducción de los textos de Kosuth que la más banal imagen de una revista juvenil, y en el que se insiste en el fértil instinto del artista para acogerse a su propia cronología y a su propia historización.
@Javier_Hontoria