Vista de (Chin up) First Fitting, 2016

Considerada como una de las grandes exponentes de la escultura contemporánea, Nairy Baghramian es objeto de una exhaustiva revisión en el SMAK de Gante hasta el 19 de febrero, en la que da la vuelta a todo su trabajo anterior. La muestra viajará después al prestigioso Walker Art Center.

Quería empezar este texto enumerando los asuntos que aborda la artista en su trabajo escultórico y resignadamente acabo cediendo a una pregunta: ¿De qué no habla Nairy Baghramian? Nacida en Irán en 1971 y residente desde hace ya años en Berlín, es una de las escultoras que con mayor fortuna viene reformulando el lenguaje escultórico en las últimas dos décadas. No resulta fácil encontrar un cuerpo de obra que sea capaz de asumir con tanta naturalidad el tránsito entre la escultura moderna y lacontemporánea, que aborde la cuestión del cuerpo con su inaudita mordacidad y frescura, que domine con semejante rigor el espacio desde la perspectiva física y también desde el interés por las circunstancias institucionales que lo definen como tal. Baghramian acude a la historia del arte, y en su elección de los materiales y en la connivencia de estos con otros de naturaleza opuesta, se detiene ante cuestiones de orden filosófico, como la relación entre el pensar y el hacer y la tensión entre la mente y el cuerpo. Son asuntos que la artista hace visibles con literalidad. Están ahí. No hay que ir a buscarlos a ninguna otra parte.



El S.M.A.K. de Gante ha organizado, en coproducción con el Walker Art Center de Minneapolis, una de las exposiciones más amplias que se han montado en torno a la obra de Baghramian hasta la fecha. Ocupa la muestra toda la planta superior del museo y se nos presenta bajo una interesante aproximación curatorial. Si miramos cada una de las cartelas se nos informa de que todas las piezas son de 2016. Yo iba a Gante atraído por una supuesta exposición retrospectiva, y no salía de mi asombro cuando vi que todas las obras eran revisiones de otras anteriores, que la artista había vertido con astucia la escultura de dos décadas en una sola cápsula de tiempo, que había recuperado negativos de anteriores positivos y les había dado forma autónoma y plena, restituidos elementos que un día fueron retales y rechazados otros entonces preeminentes.



La primera sala, que es tal vez el espacio más singular del museo, se presenta totalmente vacía. Únicamente vemos, en su entrada, una suerte de fino y larguísimo puntal que une los dos muros cortos a diferente altura. Es asombroso el modo en que con un gesto tan leve puede la artista desmontar nuestras convenciones perceptivas, pues la sala está vacía, sí, pero nos perdemos totalmente en una perspectiva incómoda. Lejos de permitirnos asumir visualmente sus contornos, Baghramian nos los niega astutamente, alejándonos de un lugar que deberíamos interpretar fácilmente como nuestro, y lo hace a partir de un dispositivo que muchas veces ni siquiera vemos. Las resonancias al minimalismo son evidentes, pero la artista desliza sutilmente un argumento desestabilizador hacia la institución, reblandeciendo metafóricamente el poder legitimador del museo, que ha sido aquí volteado como si fuera un calcetín.



En la siguiente sala, unas fotografías muestran humo procedente de chimeneas de fábricas. Evocan la intangibilidad de las ideas y son un buen vehículo para traernos desde el vacío de la sala anterior a una poderosa escultura de suelo que, nos cuentan, representa una columna vertebral que ha sido abierta en canal, como en un ejercicio de disección quirúrgica. En ella se enredan lo orgánico y lo industrial, con resinas recubiertas de aluminio como tuétanos de llameante color naranja. El montaje de esta sala, rotundo, es una iniciación a los citados vínculos que la obra de Baghramian trenza entre mente y cuerpo.



Relativo al volumen, la masa y la superficie, pero también ligado a una fuerte impronta escenográfica, el conjunto de trabajos agrupados bajo el título Stay Downers, se presentan como formas embrionarias. Mediante la transformación a las que las somete Baghramian, que desgaja algunas de estas piezas de conjuntos anteriores y las inserta en otros inéditos, alude a su propio movimiento silencioso, a un lento crecimiento tal vez inconsciente, animado por las resonancias a la tradición surrealista que reverberan en la sala.



Siguiendo con esta línea de las formas embrionarias, el gran muro de la sala muestra otras que remiten a hígados, riñones o fragmentos intestinales, por lógica encerradas en un cuerpo que los hace invisible. Se trata de (Chin Up) First Fitting, 2016, que alude a la dialéctica entre interior y exterior, tan central en el trabajo de Baghramian, cuyos roles la artista acostumbra a invertir. Así, el esqueleto no es ya lo que da soporte sino que es apuntalado por lo orgánico. Junto a ella, una soberbia pieza de suelo, Egg Caul, 2016, acude a esa tan reiterada en su obra que es la tensión entre lo lleno y lo vacío. El título trae referencias al huevo, que proyecta ideas en torno a la superficie, a la cáscara que protege algo en su interior, una idea enfatizada aquí por su rugosidad, como membranosa, tan viva, porque parece mentira que esta escultura no vaya a echar a andar cualquier momento.



Es desde el piso de arriba, ya cuando acabamos la exposición, cuando nos damos cuenta de la dimensión de una pieza que se encuentra en el vestíbulo de entrada y cuya escala, inmensa, se nos hace inabordable al entrar. Headgear, 2016, mezcla elementos de aluminio punzantes (y algo inquietantes) con otros más blandos, como cintas y tejidos. Los aluminios tienen el potencial de transformar las formas. Son como bisturís, o como los instrumentos de un dentista. Entendemos así que Baghramian haya llamado a su exposición Deformación profesional, como asociando la escultura a otros registros y actividades profesionales.