Vista de sala
Pronto se supo, cuando Wolfgang Tillmans iniciaba su carrera a principios de los años noventa y movía sus bártulos desde su Alemania natal a Londres, donde vive desde entonces, que el joven artista no sería heredero de la tradición alemana que con tanta fuerza había impregnado el ambiente de la fotografía europea desde las aulas de la academia de arte de Dusseldorf. A las frías imágenes de límpida textura objetiva que caracterizaron el legado de los Becher, Tillmans (1968) contrapuso el valor de la experiencia a través de imágenes centradas en la cultura popular, en la música de baile, en la sublimación de la intimidad y en el mágico y poderoso aura que con tan apabullante naturalidad logró extraer de los pequeños momentos de la vida, una vida que efectivamente ocurre, una vida que indefectiblemente pasa.Weed, de 2014, es una fotografía de cuatro metros de altura de una mala hierba de su jardín londinense, la bellísima oda a una gozosa irrelevancia. Acuérdense ahora de la conocida imagen de un garito abarrotado de Andreas Gursky, uno de esos artistas de la tradición alemana. Apenas dice más que lo que muestra. No hay doblez ni pliegues que ofrezcan una alternativa a lo que tan nítidamente representa. En sus fotografías, Tillmans quiso explorar esos pliegues, y su fotografía se aferró con decisión más a lo vivido que a lo pensado, alojada no tanto en el análisis de la representación como en la constatación de una idea que recorre toda su obra: en este mundo más o menos feliz, más o menos cruel, vivimos todos juntos. Es cuestión de piel. De universalidad. La frenética circulación de las imágenes que propone en sus exposiciones, con sus características instalaciones que ocupan rítmicamente la totalidad del espacio, no es sino el espejo de la simultaneidad de la experiencia.
Se le echó mucho en cara a Tillmans una supuesta ligereza en sus iconografías, un componente fortuito y algo complaciente, abierto y tal vez indulgente, como desarraigado y en exceso hedonista. Y lo cierto es que, como confirma esta maravillosa exposición en la Tate Modern londinense, pocos artistas contemporáneos han dedicado su actividad de forma tan vehemente a combatir lo que ha de considerarse una de las grandes lacras de nuestro tiempo: la indiferencia. Este es el Tillmans más político, pero lo político anida tanto en su forma de estar en el mundo como en el modo en que quiere que lo miremos a través de sus imágenes.
Juan Pablo & Karl, 2012
En la zona de exposiciones temporales y a lo largo de 14 salas, la obra fotográfica de Tillmans se despliega con colosal exuberancia. Un pequeño panfleto las divide en esquemas narrativos que no tienen demasiada entidad, pues es difícil acotar en temas el grueso de su obra, por más que haya reunido sus imágenes bajo diferentes cuerpos de trabajo. Fotografías de los más variados formatos, fijadas con celofán, pinzas o enmarcadas en el sentido más tradicional se deslizan por los muros imbricándose unas con otras.
La cuarta sala muestra trabajos de su Truth Study Center, que inició en 2005. Son fotografías, recortes de periódicos y revistas e impresiones de webs dispuestos en mesas de diferentes alturas que recogen información heterogénea de asuntos candentes, entre los que destaca el cuestionamiento de la verdad en el ámbito político (un recorte del New York Times pregunta "¿Por qué a nadie le importa si nuestro presidente (Trump) miente?"). Llama la atención que estas mesas compartan espacio con las imágenes de la serie Silver, papeles fotográficos monocromos que incorporan en su superficie la suciedad y los residuos químicos de los sistemas analógicos. Es la verdad más tangible del proceso fotográfico frente a la inquietante opacidad de nuestro tiempo, la que Tillmans invita a mitigar a través de la belleza real de nuestras vivencias. Macro o micro. Tanto da.
@Javier_Hontoria