Irrintzi, 2007

La artista inaugura una lograda exposición que recorre su trayectoria en la Kunsthaus Baselland de Basilea, que vendrá luego a España de la mano del CA2M de Móstoles y Tabakalera de San Sebastián.

Hay algo -o mucho, más bien- que sitúa la actividad performativa de Itziar Okariz en un plano diferente al de la legión de artistas que trabajan hoy en esta reverdecida disciplina, y esta es la ilimitada versatilidad con la que infatigablemente explora el signo, la unidad primaria e indivisible del lenguaje, del movimiento, del tiempo. Una palabra (o ni siquiera eso, un grito), un gesto o un momento son sistemáticamente amplificados a partir de la fragmentación y de la repetición, desbordando sus breves contornos y derramándose fuera de sí, ya sea en el espacio expositivo o abierto al ámbito de lo social. La obra de Itziar Okariz (San Sebastián, 1965), que supera de largo las dos décadas de recorrido, se acoge a una irrenunciable verticalidad: enraíza férreamente con lo vernáculo, con lo propio, con su ser mujer y artista, artista y vasca, y hacerlo tan obstinadamente en modo alguno mitiga su inserción en lo universal; tiene grabado en la mirada el ambiente de sus primeros pasos al abrigo del contexto de escultura vasca al que pertenece -entregado, ya sabemos, a un modo de hacer y a una actitud pertinaces-, un ambiente que ha mantenido un pulso poderoso y vibrante en su obra de todos estos años, y en torno a él reside, para mí, el interés que siempre despiertan las acciones de la donostiarra: el fluir natural con el que el signo deviene forma y esta progresa en el espacio.



La exposición producida por Kunsthaus Baselland -un proyecto al que se han sumado el CA2M de Madrid y Tabakalera de San Sebastián, donde recalará, por ese orden, más tarde- es una rotunda constatación del lugar preeminente que ocupa Okariz en el panorama de la performance actual. Su escala es moderada, pero nada falta. Arranca con el registro en audio de un aplauso (Aplauso, 2009), como también podía arrancar con cualquiera de las otras dos piezas de la primera sala, pero este aplauso situó a la artista por vez primera ante una audiencia, y funciona bien en la exposición como punto de partida. Hay en este trabajo algo de choque, de enfrentamiento, pues durante su desarrollo parte del público comienza a responder con sus palmas al arrítmico aplauso de Okariz, provocando que ese signo inicial se desdoble, desbocándose.



Video Notes, 2017

Muchos de los registros de las performances de Okariz son esencialmente audios que proceden de grandes dispositivos de sonido que tienen un aspecto antropomórfico, como de extraños seres parlantes. Algo hay de escultórico en su situación en el espacio, sí, pero reducir esa naturaleza escultórica implícita en su obra a eso sería peligrosamente impreciso y anularía el legado y la tradición que la artista trae consigo. Vemos con claridad ese potencial escultórico en el ejercicio de aplaudir, que alumbra un binomio silencio-sonido evocador de la oposición entre lo lleno y lo vacío. En los vídeos, más recientes, de la misma sala, filmados con un teléfono móvil en situaciones cotidianas, se entreveran asimismo el fragmento y el todo. Son imágenes a las que Okariz aplica el zoom, un acercamiento a lo específico que en ningún caso puede obviar todo lo que queda fuera.



En una sala anexa puede verse su célebre Mear en espacios públicos o privados, realizada entre 2001 y 2004, quizá uno de los conjuntos de trabajo más reconocibles de la artista. Son cinco de las muchas acciones que Okariz llevó a cabo en muy diferentes localizaciones y en las que, mediante el ejercicio de orinar de pie, subvierte el signo y desautoriza a la convención. La ambigüedad deliberadamente buscada del título ("espacios privados o públicos"), tiene que ver con esa presunción de que la mujer orina en privado y sentada mientras que del hombre se espera que lo haga de pie sin del todo sorprender que también pueda hacerlo en público. La verticalidad en la posición de Okaritz orinando de pie es enfatizada por esa otra acción de una mujer que trepa por las paredes de un edificio en Bilbao (Climbing Buildings, Plaza Circular, Bilbao, 2003).



Diarios de sueños, 2017

En la sala grande, un espacio bonito pero complejo con su lucernario abierto, se ha dispuesto una serie de trabajo más reciente, su diario de sueños, en una extraordinaria solución escenográfica. Mostrados no hace mucho por vez primera en la galería Moisés Pérez de Albéniz de Madrid deben considerarse como uno de los mejores trabajos de la artista. Al despertar, Okariz registra lo soñado y lo transcribe sobre papel siguiendo patrones repetitivos. Algunos días no recuerda lo soñado, y el papel ofrece sólo esa fecha sin sueño. Los textos configuran un lenguaje cuyo sentido crece y decrece mientras nos embarcamos en un elástico tránsito entre el inconsciente y lo consciente, entre el signo y la narración, entre el lenguaje y la imagen. Si Okariz colgaba anteriormente estos papeles directamente en el muro, ahora los monta con una plancha de cristal con la que introduce un perfil más escultórico en el trabajo. En dos grandes altavoces se escucha la voz de la artista. En uno lee los sueños, en otro, las fechas de las noches de ellos, otra forma de acentuar la dualidad entre lo lleno y lo vacío que veíamos anteriormente.



Los sueños nos guían el camino hasta la última sala, ya en penumbra, donde puede verse otro de los clásicos de Okariz, su Irrintzi. Si en los sueños el signo inicial se sitúa en el inconsciente, los irrintzis se alojan en un estadio previo a la palabra, pues son gritos ceremoniales, o formas primarias de comunicación que enraízan en la tradición vasca. Etimológicamente vacío pero poderoso en su significado, el Irrintzi culmina una exposición muy bien armada, con una selección de obra certera que permite un diálogo coherente entre los trabajos y una muy lograda disposición espacial. Un proyecto bien atado y bien traído.



@Javier_Hontoria