Construcción en marmol de Rebeca Belmore en la Colina de las Musas, frente a la Acrópolis

Esta es la primera de las dos entregas del recorrido por la Documenta 14, la gran exposición quinquenal de arte contemporáneo que acaba de abrir sus puertas por primera vez en Atenas.

Respondía Adam Szymczyk a la pregunta de por qué tanto secretismo a la hora de hacer públicos los nombres de los artistas participantes en su Documenta que no quería generar ningún tipo de expectativa antes de visitar la exposición. Algo ingenuo, creo, pues dudo de que alguien saliera de casa sin sus presunciones puestas para visitar estos días el arranque de la exposición más importante del mundo, y más dirigiéndose a Atenas, una de las dos sedes en la que el comisario polaco (1970) ha dividido el proyecto en lo que parecía, en principio, una maniobra audaz y no exenta de riesgo.



Volaba desde Madrid a Atenas con el regusto de Guernica y el camino recorrido por Picasso hasta la presentación del cuadro en el pabellón español de París. Recordaba el relato de Josefina Alix publicado aquí y la terca capacidad de nuestros artistas para levantar semejante monumento en condiciones tan adversas. De Atenas nos han llegado ya las cuatro entregas de una publicación magistralmente titulada South as a State of Mind que ha ido avanzando algunas de las claves del pensamiento de Szymczyk y su equipo. De alguna forma se unieron en mi imaginación el arreón de coraje que impulsó la realización del pabellón de 1937 y un posible proyecto de reivindicación del Sur de Europa como espacio de resistencia, una conjura colectiva para mitigar desde aquí el poder opresor de los mercados, un pretexto para esbozar los contornos de una identidad sureña y de una forma de vivir basada en tradiciones vernáculas que huyeran de la homogeneización global.



¿Querrían Szymczyk y su Documenta restituir el sentido común hurtado por las clases políticas y económicas de ese sueño y esa mentira llamados Europa? ¿Podría hacerlo sin caer en nuevas formas de colonialismo cultural? ¿Cómo respondería la ciudad tras el desgaste de estos años? Y, claro, ¿iba a caer el comisario en disquisiciones relativas exclusivamente a la cuestión europea y dejar fuera todo lo demás, volviendo a la misma historia ombliguista de siempre, o iba, por el contrario, a abrir el campo y preguntarse de qué norte es este sur, de qué nortes, de cuántos nortes? Un poco de todo esto hay en esta rara Documenta ateniense. Y, por supuesto, mucho más.



Vídeo de Ross Birrel en la Biblioteca Gennadius

Documenta salió de Kassel la pasada edición, con sedes en Kabul, El Cairo y Banff (Canadá), pero eso fue algo testimonial al lado de la enorme ambición que implica ahora la dislocación literal de la exposición en dos ciudades, y una de ellas Atenas, con lo que ha llovido. Todos los profesionales y aficionados que visitaran en 2012 la edición pasada, liderada por Carolyn Christov-Bakargiev y Chus Martínez, guardan, a buen seguro, en su recuerdo aquel exuberante homenaje al placer del conocimiento y su traducción a la experiencia del arte, con sus espacios derramados por toda la ciudad más allá de las sedes ya canónicas que siempre habían albergado la mítica cita alemana. La descentralización radical con la que Szymczyk aborda su proyecto implica también, al margen de cuatro sedes principales (el antiguo conservatorio, el Museo Benaki, el Museo de Arte Contemporáneo y la Escuela de Bellas Artes), la activación de instituciones, escuelas, colinas, templos, parques y otros espacios públicos, la radio, la televisión... Pero la exposición es tensa y por momentos áspera. No podía ser de otra manera.



Obsesión por lo público

Conocíamos a un Szymczyk comprometido con la historia y con sus inflexiones en el presente, pero yo le recordaba un cierto sentido del humor y algo de cinismo. A éste no le echo nada en falta en Atenas -sería una gran contradicción- pero tal vez sí a aquél. La exposición es un verdadero monumento a la antiespectacularidad, no hay en ella lugar para tibias diletancias y todo va directo al meollo. Ha sido obsesiva su voluntad de reivindicar lo público, y para contar esto debía impedir que las galerías privadas se implicaran en su proyecto, a pesar de la gran cantidad de ofertas recibidas para producir obra (de la que luego sacan, ya sabemos, extraordinario rédito). A todas dijo no, como le han dicho no a él incesantemente desde esferas de toda índole. Las dificultades han sido enormes. Ni las autoridades alemanas ni la municipalidad ateniense lo tuvieron claro, y Szymczyk, con gran tenacidad, ha logrado sacar adelante un proyecto de escala y calidad notables sin perder la esencia primordial de su discurso. Guste más o menos su exposición, eso es un logro incontestable.



Szymczyk ha trabajado desde el "no" como materia. Desde la negación, construye. Pidió el Guernica y se lo negaron; pidió la colección de arte confiscado por los nazis y le dieron con la puerta en las narices. Como en la carta que Kai Althoff dirigió a Christov-Bakargiev la pasada Documenta esgrimiendo sus razones para no participar, la negación se convierte en motivo. Y también la destrucción, desde la que han de nacer nuevas formas de hacer. En la Biblioteca Gennadius, el escocés Ross Birrel muestra un vídeo en el que un violinista actúa en las salas abrasadas de la mítica Escuela de Arte de Glasgow de Charles R. Mackintosh, devorada hace poco por las llamas. En un parque del céntrico barrio proletario de Omonoia, la artista croata Sanja Ivekovic reconstruye, en un trabajo fantástico, un monumento de Mies van der Rohe a Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, originalmente construido con forma de ladrillos superpuestos. El monumento fue destruido por los nazis poco después de llegar al poder, e Ivekovic volverá a darle otra vez vida en sucesivas entregas. La primera está en esta plaza, una primera base de ladrillo en forma de pódium que será una plataforma para la participación y el intercambio de propuestas constructivas.



Monumento a la Revolución de Sanja Ivekovic en la plaza Avdi

Pero, ¿qué aprendemos de Atenas, como reza el título de la exposición, (un título que -nos dicen- es provisional, como si este proceso fuera a estar siempre ocurriendo)? O, mejor, ¿qué no aprendemos? Parecen contradecirse el título de la exposición y esa idea de "desaprender", que es central en el "Parlamento de los cuerpos", la indispensable sección de Programas Públicos creada por Paul B. Preciado en Parko Eleftherias, el antiguo cuartel general de la policía ateniense durante el llamado Régimen de los Coroneles, un periodo de brutal represión en los años setenta. "Desaprender" para volver a aprender a pensar en una nueva acepción del concepto de democracia, a vislumbrar otros modos de entender el conocimiento como herramienta para perpetuar las libertades, a inventar la forma de que el neoliberalismo pugnaz no acabe de destruir lo que hemos construido como propio y a asumir que lo propio no ha de ser el lugar del que verse forzado a huir. El griego Andreas Angelidakis ha actuado en este espacio despojándolo de los añadidos hasta recuperar la esencia real del lugar para desde ahí empezar de cero. Y ha recreado una arquitectura que quiere parecer primigenia, como un ágora que acoja los nuevos modelos de pensamiento que hagan todo esto posible. ¿Los obstáculos para que esto ocurra? Es fácil imaginarlos: son los nortes de este sur.



Aprendemos caminando

Desaprendemos con ánimo de regeneración, pero aprendemos mucho también. No sé si tanto como han aprendido los alemanes de los griegos, a cuya cultura acudieron para forjar su programa nacionalista, como no se ha cansado de repetir Szymczyk. Aprendemos caminando, como sugería Aristóteles en su teoría peripatética. En las ruinas donde impartía sus clases, una pieza de sonido del colectivo Postcommodity nos habla de las bondades del dinamismo que el pensador tan fervientemente recomendaba. Junto a la ruina, en los jardines del Museo Bizantino y Cristiano, aprendemos que Atenas no fue en su día la ciudad "reseca y rubia" que describía Yourcenar en sus Memorias de Adriano. Por aquí pasaba un río llamado Ilisos, como nos dicen las imágenes de un archivo fotográfico alemán, y en la época clásica la zona era una marisma. La llamaban, de hecho, la Isla de las Ranas, y al cuchicheo de esas ranas acude el norteamericano Benjamin Patterson, un artista fluxus recientemente fallecido en otra lograda obra de sonido.



El Parlamento que dirige Preciado trabaja "en contra de la individualización de los cuerpos, pero también en contra de la transformación de los cuerpos en masa". Lo leía y me parecía difícil de entender, pero me planté en el Museo Arqueológico del Pireo y vi un programa de performance de Pierre Bal-Blanc que me lo aclaró todo. El comisario francés había pedido a un número de artistas que vertieran ideas que pudieran ser ejecutadas por un cuerpo, y el cuerpo se convirtió así en espacio, en escenario, en lienzo, llámenlo como quieran, soporte tal vez, que contuviera ideas divergentes que impidieran su cosificación y, al mismo tiempo, su ninguneo como individuo. Está algo lejos el museo, muchos dicen que no merece la pena el trayecto, pero háganlo, si pueden.



Intervención de Andreas Angelidakis en Parko Eleftherias

La exposición de la que estos programas públicos son origen se dirige a estos y otros asuntos, pero hay algo que no debemos pasar por alto: buena parte de la muestra se dirige, efectivamente, a salvaguardar las múltiples especificidades que configuran lo global y a que sigan manteniendo ese estatus específico. Esto es lo que más me seduce de esta exposición, y hablaremos de ello más adelante. Déjenme sólo contarles que en el Museo Epigráfico hay una intervención primorosa de la artista india Gauri Gill. Son pequeñas fotografías de escuelas de una región remota en Rajastán. Representan formas de enseñanza a partir de inscripciones en las paredes de las aulas. Tradiciones vernáculas al servicio de la pedagogía. Clavado.



Todos estos trabajos que hemos citado hasta ahora pertenecen a espacios satélites que no están ligados a las cuatro grandes sedes que albergan el grueso de la exposición. Szymczyk nos advertía en la rueda de prensa que no nos dejáramos atraer por el concepto de exposición normativo que esperamos ver en los grandes espacios institucionales y que caminemos la ciudad en busca de los pequeños lugares, igual o más importantes. Para desaprender hay que querer perderse para buscar nuevas formas de encontrarse, y eso se da en esta experiencia ateniense, donde muchas veces cuesta llegar a las sedes porque la información es escasa, y uno acaba impregnándose, a veces sin quererlo, del ritmo de la ciudad. No parece que esto se haya dejado al azar, y aunque resulte irritante para quien venga de fuera y tenga poco tiempo, parece muy coherente, si es que esto es de verdad lo que se buscaba.



@Javier_Hontoria