Jana Winderen: Silencing of the Reefs, 2013. Fotografía: José Alejandro Álvarez

Arte y ciencia. Un ámbito de relación que constituye uno de los focos más luminosos no solo de investigación creativa sino también de inserción social del arte. En Viena, Francesca von Habsburg presenta los resultados de su TBA21-Academy, un proyecto comprometido con la conservación de los océanos que pretende ser motor real de cambio.

Cada vez son más las entidades públicas y privadas que potencian la interacción entre las dos esferas, según varios modelos. El más tradicional es la residencia: estancias en los lugares donde los científicos hacen trabajo de campo o en las sedes de instituciones científicas. Entre los primeros podríamos citar el Antarctic Artists & Writers Program de la National Science Foundation (EE.UU.) o la Bienal de la Antártida, bajo patrocinio de la UNESCO, o las convocatorias para artistas en parques nacionales, santuarios naturales y estaciones biológicas. Entre los segundos cabe destacar la alianza entre la Agencia Espacial Europea y Ars Electronica, el programa Collide, del CERN (Organización Europea para la Investigación Nuclear) o, en un terreno que se escora hacia la ciencia ficción, las residencias artísticas en el SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence Institute) en Carolina del Norte.



Otro modelo es el de los organismos cuyo fin es fomentar y/o financiar los proyectos de colaboración, como Arts Catalyst en Reino Unido, Artists in Labs en Suiza o Synapse en Australia. Universidades de todo el mundo, por otro lado, incentivan estas aproximaciones, con el MIT de Massachusetts y su Center for Art, Science and Technology a la cabeza, pero también hay serios proyectos que parten de iniciativas individuales, como éstas con las que nos vamos ya acercando a la que nos ocupará aquí: Cape Farewell (Reino Unido/Canadá), centrado en el cambio climático, y Schmidt Ocean Institute (California), volcado en la investigación marina.



En todos ellos subyace la idea de que tanto la ciencia como el arte están abiertos a la innovación, al pensamiento creativo, al intercambio, y que ambos se fundamentan en la observación y la experimentación. El científico puede acercarse a través del arte a nuevas perspectivas sobre su objeto de investigación, otras modalidades de conocimiento intuitivo o sensorial y vías de representación de sus conclusiones; el artista descubre pedazos de realidad, metodologías, herramientas de visualización, y vive, especialmente en el trabajo de campo, experiencias transformadoras. Mas, en general, el objetivo último no es tanto el del enriquecimiento mutuo cuanto el de la comunicación, el de la transmisión a la sociedad de retos y avances que deberían ser para ella de la máxima importancia.



Francesca von Habsburg, hija del barón Thyssen, es conocida por poseer una importante colección de arte contemporáneo, TBA21, con unas 700 obras en las que predominan vídeos e instalaciones. Algo se sabía de su TBA21-Academy, que puso en marcha en 2011, consternada ante la vulnerabilidad de la vida marina en el Caribe (tiene casa en Jamaica) y al servicio de la sinergia arte/ciencia, pero hasta ahora no había compartido sus resultados artísticos. Su acción principal es la expedicionaria: dispone de un barco en el que equipos multidisciplinares visitan zonas de especial riesgo ecológico como la Polinesia Francesa, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea o el Golfo de México, aunque Von Habsburg también financia un santuario marino en Alligator Head (Jamaica), donde recalan artistas invitados. Se celebran simposios en los que se difunden experiencias y hallazgos (el más importante, hasta hoy, es el de una tortuga luminiscente antes no descrita) y se publican conclusiones.



Susanne M. Winterling: Glistening Troubles, 2017. Fotografía: Jorit Aust

Van ya 25 expediciones y en este tiempo se ha ido definiendo su estructura: las últimas han estado coordinadas por la comisaria Ute Meta Bauer, elegida por haber sido directora del programa artístico y profesora en el MIT. A diferencia de otras residencias, que funcionan por convocatoria abierta, aquí es la comisaria (de acuerdo con el director de la Academy, Markus Reymann) la que elige a los participantes, lo cual limita las posibilidades de acceso pero también da cierta garantía de calidad.



Las obras producidas tras las expediciones pasan a formar parte de la TBA21, que hace un par de años fijó rumbo hacia los problemas medioambientales pero no acaba de encontrar su lugar. La coleccionista llevaba tiempo amenazando con llevarse sus obras de Viena si las administraciones no le facilitaban la labor y parece que la muestra ahora inaugurada en su sede en el Augarten, Tidalectics, será la última. En marzo se anunció que las piezas "más representativas" de la colección se instalarán durante cinco años en el Palacio Salmovský (Galería Nacional de Praga); y en mayo se confirmó que Venecia le ha cedido la iglesia de San Lorenzo durante diez años para montar un "pabellón de los océanos" que daría continuidad a sus frecuentes contribuciones a la Bienal (como el actual proyecto de Olafur Eliasson), a cambio de que costee su restauración.



Tidalectics, hermoso título prestado por el poeta Kamau Braithwaite, es la puesta de largo de la TBA21-Academy. Incluye trece piezas, la mayoría realizadas por artistas expedicionarios y otras provenientes de la colección. El montaje es algo caótico, con interferencias visuales y sonoras entre las obras, y no todas ellas son del máximo interés, pero la nueva conservadora del proyecto, Stefanie Hessler, ha conseguido transmitir su filosofía y su metodología.



Son en general obras con gran peso sensorial: brilla el apartado sonoro, con sugerentes piezas de Ariel Guzik (comunicación con los cetáceos) y Jana Winderen (sinfonía de sonidos marinos) pero resulta menos convincente el olfativo en Sissel Tolaas; algunos artistas se han centrado en paisajes fluctuantes, como Alexander Lee en su reinterpretación del mito de la isla desierta, o Atif Akin y Julian Charrière, que muestran las heridas provocadas por los ensayos nucleares en los atolones, en el archipiélago Tuamotus y en las islas Marshall; otros reelaboran materiales recuperados de las aguas (Em'kal Eyongakpa), etnográficos y lingüísticos (Newell Harry), o se dejan fascinar por la magia de seres submarinos como las prehistóricas medusas de Tue Greenfort y las algas bioluminiscentes de Susanne M. Winterling quien, como Eduardo Navarro, enriquece su entendimiento del medio natural con ayuda de la población autóctona. El clásico género de la ilustración científica es actualizado por Janaina Tschäpe, y Darren Almond prosigue la tradición romántica de la representación de los grandes hielos.



La inauguración congregó a una familia de promotores y artistas, entusiastas y comprometidos. Pero me parece que no había científicos, o no nos los presentaron.



@ElenaVozmediano