Vista de la instalación de Camille Henrot correspondiente al 'Lunes'

Desde que la multinacional británico-holandesa Unilever retirara en 2012 su patrocinio a la producción de trabajos específicos para la Sala de las Turbinas de la Tate Modern, el Palais de Tokyo se ha convertido en el centro de referencia para los grandes proyectos de intervención, a los que la institución parisina llama "Carte Blanche" y que son, como reza el nombre del ciclo, más una invitación a hacer lo que a uno le venga en gana que una imposición a adecuarse a las cualidades físicas del lugar. El proyecto es de órdago. El de la institución parisina no goza aún de la popularidad que tuvo entonces el de la Tate pero tiene una escala mucho mayor: son muchos miles de metros cuadrados.



Tras las dos primeras ediciones, de Philippe Parreno y de Tino Sehgal, es el turno ahora de Camille Henrot, figura rutilante del arte francés, nacida en París en 1978 y residente desde 2010 en Nueva York. Su proyecto lleva por título Days are dogs, y a su propio trabajo suma el de otros artistas invitados como Avery Singer, David Horwitz, Samara Scott, Nancy Lupo, Maria Loboda y Jacob Bromberg, cuyas obras acompañan a las de la artista francesa en momentos puntuales del larguísimo recorrido. Henrot se ha dado, efectivamente, carta blanca a sí misma, pero ha concebido su proyecto no como una intervención específica sino como una lectura de su propia carrera, con muchos trabajos anteriores que son aquí recontextualizados.



Portrait de l'artiste en jeune homme, J. Joyce, 2017

Henrot saltó a la fama en la Bienal de Venecia de 2013 con Grosse Fatigue, un vídeo que realizó durante una residencia en el Smithsonian Museum de Washington. En él se acumulan muchas de sus inquietudes, fundadas en un interés por la ambición enciclopédica impulsada por el acceso a la información en la era digital y aderezado con lecturas múltiples que fluctuan entre la literatura, la ciencia, la mitología o la religión. La horizontalidad de nuestro tiempo enhebra todos sus argumentos, que tienden a someterse a ejercicios de clasificación pero que nunca eleva a jerarquías ni rango alguno, pues no hay disciplina que no pueda fundirse en una afín u otra contraria. Days are Dogs es un espejo nítido de la carrera de Henrot, pero llega a ser extenuante seguir el flujo de información sobre la que se sustenta, y a uno le embarga una mezcla de melancolía y frustración por no poder aprehender la totalidad de todo lo que se nos oferta. Ella lo sabe, porque esa frustración y esa melancolía ante el abismo digital son sentimientos estructurales en su propia obra.



Henrot divide el recorrido en siete tramos, correspondientes a los días de la semana. Nos cuenta que las semanas, al contrario que los días o los meses, son una construcción nuestra que no obedece a la relación de la tierra con el cosmos, pues las diferentes latitudes de la geografía global han levantado su armazón adecuándolo a sus intereses religiosos, políticos o de cualquier otro orden. Como construcción que es, la semana de Henrot empieza en sábado. Así se titula el trabajo con el que arranca la exposición, que sí ha sido realizado para esta muestra, un vídeo de 20 minutos que mezcla imágenes rodadas por la artista con material encontrado procedente del programa Let's pray, que emite la cadena The Hope Channel, auspiciada por la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Esta es una organización religiosa que, entre sus muchas extravagancias, anima a rezar en comunidad. Se avanzan así algunos de los asuntos centrales en el libreto de Henrot, como el sentido de pertenencia y la aprehensión que muestra la vida contemporánea hacia la vida solitaria, cuando, como sabemos, lo que producen los sistemas que rigen hoy el mundo no es sino es un alienado y patético desfile de soledades.



The Pale Fox, 2014-2015

Avanzamos en el recorrido, que es en todo momento lineal, y celebramos que la artista no haya caído en la cansina retórica que sublima la poderosa arquitectura del Palais de Tokyo. Henrot ficcionaliza con acierto el espacio, con muros que parecen cubiertos de mármol al inicio y que, más tarde, a medida que avanza la exposición, favorecen, en su intenso cromatismo, una relación empática entre espectador y obra. No es exactamente una escala 1:1, pero es razonable. Nos adentramos así en el Domingo, en el que comparten protagonismo las piezas de ikebana que realizó la artista al llegar a Estados Unidos y que tituló Is it possible to be a revolutionary and like flowers? y la reciente The Pale Fox. Se habían quedado sus libros en la aduana y Henrot estaba en Nueva York sin su material de trabajo, y estos arreglos florales japoneses sirvieron, nos dice, para paliar su ausencia. Cada uno de ellos está realizado a partir de libros de sus autores de cabecera como D.H. Lawrence o Joyce, y en su producción se toma todas licencias posibles, como retando a una tradición conocida por lo contrario, pues el rigor y la férrea adscripción a sus propias leyes es la característica esencial de este arte japonés.



Están muy bien instaladas estas piezas de ikebana, en un espacio equilibrado y contenido, en oposición a lo que nos encontramos al doblar la esquina, la vorágine y el caos de referencias a diferentes formas de conocimiento de la gran instalación The Pale Fox, un trabajo que toma su título de un tratado antropológico de los dogones africanos cuya cultura se basa en la apropiación de otras muchas culturas en una práctica canibalística y voraz como la de la propia artista. A la luz de esta estrafalaria práctica africana no es de extrañar que la instalación sea una suerte de cacofonía de la sabiduría, porque The Pale Fox es la viva imagen de la acumulación, una sucesión embarullada de formas e imágenes alineadas en la cultura con mayúsculas y en el acervo popular, un cajón de sastre en el que la experiencia personal se entrevera con lo religioso, con lo científico, con lo universal. Es un follón fenomenal, un exceso de lo visible que alcanza tal magnitud que termina por devenir opaco. La desejerarquización a la que somete a todo acaba por aplanar el espacio.



Pasan los días y comprobamos que esto de los días de la semana acaba pareciendo un pretexto algo endeble. Los sucesivos trabajos interesan más por cómo se relacionan con nuestro estar en el mundo -un estar desnortado en la obsesión por comprenderlo todo- que con el día de la semana al que dicen referirse. Si The Pale Fox ya fue mostrada en Chisenhale Gallery, sin ningún ánimo de identificarse con el domingo, tampoco parece que Grosse Fatigue, el excelente vídeo que catapultó su carrera en la Bienal de Venecia de 2013, tuviera entonces mucho que ver con los sentimientos que suscitan los jueves. Por eso da la impresión que las obras están ligadas al asunto de la exposición de una manera algo forzada, y no sé bien si aciertan a ilustrar con la nitidez necesaria el concepto sobre el que se alza su proyecto.



Vista de la instalación de Camille Henrot correspondiente al 'Miércoles', con obras de Henrot y de Nancy Lupo

Tal vez sea el Lunes el día (o el espacio) más logrado, tanto en el fondo como en la forma. El año pasado, en su exposición en la Fondazione Memmo, que se encuentra a pocos pasos de la Piazza di Spagna en Roma, planteó un proyecto titulado Monday, en el que avanzaba las grandes esculturas de bronce que pueden verse aquí en la gran sala curva del primer piso. Tendían, y tienden también aquí, a un sentimiento lacónico de pereza, las esculturas silenciosamente encerradas en sí mismas, absortas en su propia desidia, y los frescos evocadores de un universo de extrañeza y soledad. Las esculturas tienen algo de los suaves contornos de la escultura moderna europea, un poco a lo Henry Moore. Una de ellas, no sabemos si masculina o femenina, humana o animal, sostiene un Ipad. Su confusión es parecida a nuestra ansiedad cuando nos quedamos sin batería y perdemos momentáneamente nuestro vínculo con el mundo.



Más adelante, se suceden trabajos ya conocidos como Bad Dad, presentada en Metro Pictures, su galería neoyorquina, en 2015 y Office of Unreplied Emails, que vimos en la última Bienal de Berlin (ambas pertenecientes al Miércoles). Las dos se mueven en la crítica a un mundo digital que todo lo abraza con sus herramientas que seducen y alienan a un mismo tiempo. La exposición empieza a hacerse larga llegado este punto y languidece en la representación del Jueves y el Viernes. Todo, en el fondo, acaba pareciéndose bastante. A la luz de la naturaleza de su trabajo, Camille Henrot debe saber que las economías neoliberales y las dinámicas del trabajo contemporáneo no entienden de días laborables, días de descanso, o días festivos. Como suele decirse, el tradicional 9 to 5 ha sido sustituido por un horrendo 24/7 que lo integra todo, el trabajo y el ocio, la risa y el miedo. Vista en su conjunto, la obra de Camille Henrot, esta estupenda etnógrafa digital, como la denomina uno de los autores del catálogo, revela un universo de una versatilidad plástica extraordinaria, pero no sé si ha acertado en el formato de su exposición. Quizá debería ceñirse a contextos más reducidos en los que aproximarse a la ingente tarea de descifrar la inmensa acumulación de fuentes de la que se sirve su obra sea algo factible, porque una propuesta narrativa en el descomunal proyecto que es Carte Blanche es sencillamente inabordable.



@Javier_Hontoria