Liliana Marisca: de la serie Liliana Marisca con su obra, 1983, en la exposición Radical Women. Hammer museum, Los Ángeles
Pútridos individuos de mano larga como el productor Harvey Weinstein o el editor de Artforum Knight Landesman, a quien, para escándalo de todos, la publicación neoyorquina no acaba de condenar con la debida firmeza, se lo tendrán que pensar dos veces. 2017 se recordará como el año en que la voz reivindicativa de la mujer se escuchó más alta y tajante que nunca. Tronó en Washington en el Women's March de enero y reverberó de nuevo con la carta que un nutrido grupo de mujeres profesionales del arte publicó al hilo de la denuncia por abusos de Landesman y que coincidió en el tiempo con la muerte de Linda Nochlin, la teórica estadounidense que hace cuatro décadas se preguntaba "por qué no había habido grandes mujeres artistas". #notsurprised y #metoo han sido etiquetas trepidantes este año. Ni una más, claman con ira.Inmersa en este ambiente la exposición Radical Women: Latin American Art, 1960-1985, organizada por el Hammer Museum de Los Ángeles, recupera un cuarto de siglo de posiciones femeninas a través de una monumental nomina de artistas (más de cien). Comisariada por Cecilia Fajardo-Hill y Andrea Giunta, la muestra, que viajará en 2018 al Brooklyn Museum de Nueva York, donde a buen seguro tendrá más incidencia que en la liberal California, ha de considerarse uno de los mejores proyectos expositivos de este año y el más ambicioso producido hasta la fecha en torno a este asunto, con aportaciones de mujeres muy poco conocidas que en EE.UU ofrecen un bálsamo ante esa mezcla de incredulidad y bochorno que produce el machismo de Trump y su séquito republicano.
En Europa, una muestra dedicada a la comunidad negra en la Tate Modern, Soul of a Nation -que también se verá en el Brooklyn Museum en 2018-, ha centrado los elogios de la crítica y ha tenido una extraordinaria recepción entre el gran público. Comisariado por Mark Godfrey y Zoe Whitley, el proyecto, integrado por sesenta artistas afroamericanos, tiene su origen en los movimientos sociales producidos en Estados Unidos a principios de los sesenta, muchos de ellos derivados del acoso del Ku Klux Klan. Así, al igual que Radical Women, la muestra de la Tate tiene, tristemente, una pertinencia asombrosa a la luz de comportamientos sistémicos de gobiernos occidentales y actuaciones policiales como la ocurrida en St. Louis.
En un sentido más auto-referencial, dirigido al papel de las instituciones y los museos en nuestro tiempo, la exposición colectiva The Absent Museum, organizada por WIELS, Bruselas, bajo la firma de su director Dirk Snauwaert, ponía el foco en el rol que habrá de tener el museo de arte contemporáneo que no tiene Bruselas, dejando caer, sutilmente, el dislate que supondrá la llegada de una nueva sucursal del Centro Pompidou a la capital belga.
Y como todo año que acaba en 7, Documenta, Münster y Venecia atrajeron, esta vez con desigual fortuna, a aficionados y profesionales de todo el mundo. Si la cita veneciana, dirigida por Christine Macel, produjo una sensación de indiferencia -mal síntoma-, la Documenta, con su doble exposición en Atenas y en Kassel y rodeada de la polémica por su supuesto déficit en la caja de la institución, ofreció una agónica pero rotunda llamada a la resistencia con un tipo de producción alejado de los cauces habituales. Gustara o no, Documenta eludió la tibieza que dominó el Proyecto de Escultura de Münster, que, salvo contadas excepciones, se sostenía más por su historia que por su presente.
@Javier_Hontoria