Model With Entropy, 1984
Lleva desde finales de los noventa apartada del mundo del arte. Deudora de los movimientos pop y minimalista, llega Cady Noland con sus instalaciones al Museum für Moderne Kunst de Frankfurt con su exposición europea más completa de los últimos años.
Cady Noland es, desde una perspectiva formal, claramente deudora de los dos movimientos más emblemáticos de la cultura reciente estadounidense, el pop y el minimalismo. Del primero tomó el interés por los objetos y los hábitos de consumo, que vertió en las formas vacías del segundo, llenándolas de contenido crítico. Corre un frío severo y cortante en las salas del MMK, con piezas aisladas en grandes espacios. No hay mucha obra, dirán algunos, pero, claro, la exposición ocupa todo el museo -verdadera apuesta-, y el ritmo de montaje es sencillamente extraordinario. Brillan en soledad el metal de verjas y barras de aluminio, de candados y de esposas, de catenarias y otros dispositivos para limitar, hostigar, cercenar, de los que se sirve para abordar la violencia implícita en todas las esferas de lo cotidiano. Muchos recordarán, en los días en torno al 15M en Madrid, las verjas acumuladas en los edificios adyacentes al Congreso de los Diputados, listas para ser rápidamente instaladas para contener la libertad de manifestación. Muchos reíamos señalando las nuevas perspectivas que se abrían en torno al escultura pública. Cady Noland lo había visto treinta años antes.
En 1987, Noland escribió un ensayo terrible, Towards a Metalanguage of Evil ("Hacia un metalenguaje del mal") cuyo carácter premonitorio le hiela a uno la sangre. Habla de los psicópatas como de una figura que ya no es marginal, sino un personaje con sus aptitudes sociales bien engrasadas, hábil y afable pero de una perversidad inusitada en su ambición colérica, que proyecta en todos los campos de lo personal y de lo profesional. Asesinos en masa como los que aparecen recurrentemente en las noticias y que reabren cíclica e infructuosamente el debate sobre el acceso a las armas en Estados Unidos no son los que preocupan a Noland, pues quienes de verdad le inquietan son los trepas de verbo fino y colmillos letales que ella llama "entrepeneurial male" ("hombres emprendedores"), que igual no te matan, pero te arruinan la vida. Ahí está el peligro. El crítico cultural alemán Diedrich Diederichsen, que acostumbra a revelar verdades demoledoras, recuerda que la figura a la que idolatraba Patrick Bateman, el célebre personaje de Bret Easton Ellis, era el Donald Trump que triunfaba en Manhattan a principios de los noventa.
Publyck Sculpture, 1994
Estos hombres habitan los complejos financieros que han colonizado nuestras ciudades en décadas recientes, espacios corporativos clonados, vestíbulos primorosos convenientemente decorados con "lobby art". Este corporativismo bunquerizado, protegido del exterior por deslumbrantes paramentos acristalados que ciegan y ahuyentan la mirada parece heredero del minimalismo del que se nutrió Noland. Entonces y ahora, el interior -el contenido- se nos niega, pues funciona siguiendo reglas que nos son ajenas. La primera obra en esta exposición de Frankfurt, Publyck Sculpture, 1994, se encuentra en el patio desde el que se distribuyen las diferentes estancias y niveles, un espacio que, precisamente, bien podría parecer uno de estos vestíbulos citados. Es una estructura que semeja un columpio que tiene por asientos tres neumáticos y mediante la que Noland alega que todo movimiento en el espacio público puede producir una afrenta para la subjetividad, siempre expuesta a embates ideológico-comerciales que pretenden provocar en ella efectos más o menos inmediatos, mientras se practica un ejercicio constante de inclusión y exclusión que ocurre siempre de forma velada, y que ella aspira a hacer visible.La muestra recorre todas las etapas de la obra de Noland, que en ocasiones dialoga también con la de otros artistas como Warhol, Steven Parrino o Bill Bollinger, un ejercicio que recuerda a la participación de Noland en la Documenta de Jan Hoet, en 1992. En un parking subterráneo de Karlsplatz, uno de los centros neurálgicos de la pequeña ciudad alemana, Noland dispuso un escenario entre el acontecimiento y la representación, un espacio que daba visualidad a su texto Towards a Metalanguage of Evil, una visualidad literal pues éste aparecía impreso en grandes soportes de papel entre imágenes e instalaciones de coches volcados que aludían al drama del día a día, siempre proclive a tornarse en catástrofe.
Profundamente deshumanizada, su obra ignora el cuerpo humano pero recurre a prótesis, muletas, andadores y otros objetos que funcionan como el positivo de una ausencia, la de las personas y también la de la arena pública, que se disuelve ante el empuje privatizador. Se hace esto nítidamente explícito en la soberbia Model with Entropy, de 1984, en la que presenta referencias al deporte como un reducto en el que se condensan todos los valores de la sociedad, nos dice, pero también lo peor de las ideologías dominantes. A los cascos y arneses les falta el cuerpo del que se les supone protectores, el que les da su razón de ser, como si Noland vislumbrara una sociedad posthumana en la que no hubiera ya rastro de nosotros.El ritmo del montaje es extraordinario. Brillan en soledad objetos que hablan de la violencia de lo cotidiano
Es una figura controvertida y enigmática la de Noland. Exiliada del mundo del arte desde finales de los noventa, ha tejido en torno a sí una tupida malla que ha hecho de ella una figura inaccesible y opaca. En estos años apenas ha producido obra nueva, o al menos no la ha sacado a la luz, aunque Susanne Pfeffer le adjudica un papel esencial en la concepción y el montaje de esta exposición y proclama, por ello, un papel todavía activo en la práctica artística. Lo cierto es que un mundo del arte que ha tomado un camino que sólo puede producir inquietud, con todos su estamentos volcados en la complicidad con el poder y no en la delación de sus desmanes, tal vez en el silencio haya visto la única opción, y con no decir diga ya suficiente.
@Javier_Hontoria