Entre las exposiciones programadas en Venecia en coincidencia con la Bienal de arte, la dedicada a Marlene Dumas (Ciudad del Cabo, 1953) es sin duda una de las más relevantes. Sudafricana de nacimiento, pero establecida en Holanda, en Ámsterdam, desde 1976, su trabajo ha adquirido el más alto grado de reconocimiento internacional. El núcleo del mismo es la pintura, pero desplegada en todo momento en un diálogo de recepción y reelaboración con las imágenes técnicamente producidas en el mundo de hoy: fotografías, soportes fílmicos y redes digitales.
El título elegido por la misma Marlene Dumas para la muestra, open-end (final abierto), nos da una clave central de lo que ella busca con sus obras. Según explica, con ello alude a lo que se expone abiertamente en las salas: “El espectador ve en mis obras lo que yo he pintado, pero todavía no conoce su significado. Donde la obra empieza no es donde termina”.
Con esa idea de significados no cerrados, que fluyen, Dumas nos sitúa ante el carácter dinámico de sus pinturas, abiertas en todo momento al contacto con la gran variedad de imágenes que hoy experimentamos y con ello también a su diversidad de significados y alusiones.
[Marlene Dumas, fantasmas y cuerpos]
En la exposición, organizada por Caroline Bourgeois (comisaria de la Fundación Pinault en París) con la colaboración directa de Marlene Dumas, se muestran 102 obras datadas de 1984 a 2021, distribuidas en dos pisos: primero y segundo del Palazzo Grassi, lo que permite un intenso recorrido de toda su trayectoria en el que podemos apreciar su fuerza e intensidad: la pintura de Dumas respira y se mantiene viva en el tiempo de la masificación técnica de las imágenes. Siempre con un sentido crítico, de introspección, de interrogación acerca de lo que vemos.
La pintura de Dumas respira y se mantiene viva en el tiempo de la masificación técnica de las imágenes
Además de las obras expuestas está también disponible sin coste una publicación de formato medio de 39 páginas, con pequeñas reproducciones de todas las obras expuestas y textos sobre las mismas, bastantes de ellos escritos por Marlene Dumas. Todas las piezas tienen el mismo registro: la pintura sobre lienzo y la tinta sobre papel, oscilando eso sí entre formatos grandes y pequeños.
Los dos pisos se articulan como secciones. El primer piso, según se indica, “es el reino de Mitos y Mortales”, y en él se sitúan nueve apartados: “1. Introducción: Deseo”, “2. Partes traseras”, “3. Decepción”, “4. Presencia particular”, “5. Ausencia”, “6. Extraños”, “7. Tabú y Vudú”, “8. Venus y Adonis” y “9. Intoxicación”.
En continuidad con el primero, el segundo piso “está dedicado a Dobles Tomas”, organizadas en diez apartados: “10. Parejas”, “11. Colaboraciones (entre madre e hija)”, “12. Niños y mal”, “13. Spleen [Bazo]”, “14. Máscaras y Luto”, “15. Deidades”, “16. Historias de amor”, “17. Juventud y Guerra - Contra la pared”, “18. Historias de Arte”, y “19. Yendo”.
Los dos pisos del Palazzo Grassi ofrecen un intenso recorrido de toda su trayectoria en el que podemos apreciar su fuerza e intensidad
Es importante esa organización, porque en ella podemos percibir la gran variedad temática de motivos que fluyen en el trabajo artístico de Marlene Dumas, y cómo su expresionismo pictórico, que para mí es el concepto que mejor lo define, se establece siempre a través de un diálogo con el pensamiento interior y la poesía, lo que da una gran profundidad a cada una de sus obras.
Con ese mapa de términos trazado conceptualmente, vamos viendo las formas y las cuestiones con las que Dumas despliega su trabajo artístico. Desde un punto de vista formal, lo que predomina son los cuerpos, fundamentalmente los cuerpos humanos, aunque hay también algunas figuraciones de cuerpos animales que transmiten relación directa con nosotros y nuestras historias. Por ejemplo, una rana crucificada, o también una cabeza de caballo y dos cabezas de jabalíes.
Nuestros cuerpos se sitúan también en comunicación con los objetos, mostrando por ejemplo cómo manipulamos los teléfonos móviles, en concreto el iPhone. E igualmente con las imágenes fotográficas, fílmicas, y digitales, siempre en diálogo desde el dibujo y la pintura.
Los rostros humanos, con la modulación de las caras, se configuran como una especie de puerta de entrada para llegar a conocer quiénes somos. Y a partir de ahí, Dumas nos sitúa en un universo de mezclas: interraciales o intersexos, con una voluntad explícita de reivindicar con un planteamiento feminista la importancia de las mujeres. Así como también la igualdad de los grupos humanos y la crítica de todas las posiciones racistas.
Junto a todo esto, es también central la relación de lo humano con las artes y el pensamiento. Algo que se concreta con la representación explícita de los rostros de toda una serie de personajes referenciales en las letras y las artes, con homenajes pictóricos a artistas, y con la interrogación sobre el origen y la práctica de la pintura. En definitiva, ahí nos lleva Marlene Dumas: a la necesidad de saber ver, de abrir la visión.