Bill Viola (Nueva York, 1951), pionero y maestro del videoarte contemporáneo, ha fallecido a los 73 años en California. La causa fueron complicaciones de la enfermedad de Alzheimer de inicio precoz, explicó Kira Perov, su esposa, directora del estudio y colaboradora artística.

Junto con Nam June PaikViola fue una gran estrella mundial del videoarte y uno de sus pioneros, con una carrera de 40 años usando la imagen en movimiento con una cualidad casi pictórica y de manera simbólica para reflexionar acerca del paso del tiempo, la muerte, el sentido de la vida y las emociones humanas. 

En sus vídeos, Bill Viola trata los grandes temas de la existencia humana: los ciclos de la vida, el nacimiento, la muerte, la espiritualidad, aproximándose a ellos tanto desde la iconografía cristiana como desde la filosofía budista.

"Su obra es una indagación en la dimensión espiritual del ser humano, a través de símbolos ancestrales como el fuego o el agua, la elevación o el hundimiento", señaló José Parreño, crítico de arte de El Cultural. 

Su obra se nutría del misticismo cristiano, del sufismo y del budismo zen. De hecho, algunas de sus obras han sido encargos de instituciones religiosas, como la londinense catedral de San Pablo. Pero más allá de lo confesional, trabaja desde la convicción de que sagrado y profano se superponen cuando enfocamos las situaciones límites de lo humano.

Nacido el 25 de enero de 1951 en Queens, Nueva York, Viola mostró un interés temprano por las artes visuales y la tecnología. Se graduó con una licenciatura en Bellas Artes de la Universidad de Siracusa en 1973, donde comenzó a experimentar con el video como medio artístico, un campo entonces emergente.

En una entrevista con El Cultural en 2017, el artista reconoció que cuando estudiaba pintura y dibujo en Bellas Artes no le iba muy bien y que se cambió a Estudios Experimentales para trabajar con otros medios. "A mí la imagen en movimiento me encajaba más con lo que quería expresar artísticamente. Y en cuanto empecé a probar con este medio electrónico vivo, me enganchó", aseguró. 



Así entró el vídeo en su vida. Al principio con obras conceptuales y, poco a poco, evolucionando hacia los vídeos high-tec a los que nos tiene hoy acostumbrados: grandes instalaciones, piezas para televisión e incluso escenarios de óperas.

"En mis comienzos, me dediqué a experimentar con ideas conceptuales como la desintegración de la imagen, o la manipulación del tiempo y el espacio. Después, a finales de los 70, cuando comencé a trabajar con Kira Perov en Nueva York, empezamos a coleccionar imágenes y viajamos por EE.UU. y al extranjero grabando lo que necesitábamos, espejismos en los salares de Túnez, o una semana de luz y de cambios meteorológicos en el Monte Rainier cerca de Seattle, en el estado de Washington", relata.

"Luego llegaron las instalaciones que ocupaban una sala entera, y el uso de películas de 35mm de gran velocidad para conseguir slow motion. Después introdujimos pequeñas pantallas planas que permitían presentar retratos íntimos con los que estudiar las emociones. Y, muy pronto, ya estábamos haciendo escenarios y volcados en producciones de vídeo en gran escala. Lo importante es que mis obras permitan al público reflexionar sobre temas universales y pasar un tiempo con ellos mismos", explicó el propio artista.

Entre sus obras más icónicas se encuentran The Reflecting Pool (1977-79), The Passing (1991), y The Greeting (1995). Su serie Martyrs (2014) y Mary (2016), realizadas en colaboración con su esposa y compañera artística, Kira Perov, son testimonios de su habilidad para fusionar lo antiguo y lo contemporáneo, lo tecnológico y lo humano.

Viola se inspiró a menudo en grandes maestros de la pintura de otras épocas, como la Edad Media y el Renacimiento. "En mi trabajo han sido importantes muchos artistas de distintos períodos de la Historia del arte, desde las pinturas rupestres del Paleolítico hasta la profundidad de las obras de Mark Rothko", aseguró entonces. 

Influencia más que palpable en piezas como Study of Emergence (2002), y su inquietud artística le ha llevado a crear rupturistas escenografías para ópera, como el Tristán e Isolda que presentó junto a Peter Sellars en el Teatro Real en 2014, durante la era Mortier. Más allá de referencias artísticas, el tiempo que Viola pasó en Japón estudiando el budismo zen y visitando museos y templos, también marcó profundamente su obra. 

Algunas de las exposiciones más destacadas de Viola en España fue su colaboración con el Museo del Prado en Madrid. La muestra, titulada Bill Viola: Vía Mística, se llevó a cabo en la sala dedicada a los grandes maestros del Renacimiento y del Barroco, presentando un diálogo entre las obras de Viola y las de artistas como El Bosco, Zurbarán y Goya, que subrayó las profundas conexiones temáticas entre su obra y el arte clásico español.

En 2014, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando acogió la exposición Bill Viola [en diálogo] y en 2017, el Museo Guggenheim de Bilbao presentó la primera gran retrospectiva de Viola en España.

A lo largo de su vida, Viola recibió numerosos reconocimientos, incluidos premios de la Fundación John D. y Catherine T. MacArthur, y la Medalla Nacional de las Artes de Estados Unidos, entre otros. Desde hace años vivía en Long Beach (Los Ángeles) rodeado de amigos del mundo de la música y el teatro, lejos de otros artistas visuales.