Image: La modernidad según Thannhauser

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Exposiciones

La modernidad según Thannhauser

17 octubre, 2001 02:00

Georges Braque: Paisaje cerca de Amberes, 1906

Museo Guggenheim Bilbao. Abandoibarra, 2. Bilbao. Hasta el 17 de febrero

Se presenta en Bilbao como "un hito en el panorama artístico europeo" una selección de obras del legado que en 1978 hizo el marchante y coleccionista alemán Justin Thannhauser al Museo Guggenheim de Nueva York. Efectivamente, la exposición constituye un acontecimiento por la naturaleza de las obras reunidas, por la significación de la familia Thannhauser en el mercado del arte y por ser la primera vez que esta colección vuelve a Europa desde que saliera, con su propietario, en el último barco que partió de Lisboa a Norteamérica en vísperas de la segunda guerra mundial.

La ocasión creo que invita a recordar un episodio todavía mal conocido sobre el éxito que Picasso, el cubismo y las firmas del inicio de la modernidad tuvieron puntualmente en Alemania. Me refiero a la estrategia de Ostpolitik que puso en marcha desde París el marchante Kahnweiler, hacia 1910, conectando con tres primeras firmas del marchandismo alemán: las de los judíos Flechtheim de Dösseldorf, Perls de Berlín, y Heinrich y su hijo Justin Thannhauser de Munich, quienes organizaron exposiciones importantes y crearon el primer mercado fuera de Francia para los artistas innovadores de París. Por motivos bélicos, gran parte de la documentación de aquella "conexión alemana" -considerada por muchos políticamente peligrosa- se perdió o ha permanecido oculta. A su vez, las colecciones alemanas formadas al hilo de aquella Ostpolitik se deshicieron a raíz de la condena nazi del arte moderno como "degenerado". De esa manera no han llegado a nosotros conjuntos que sirvan de testimonio del gusto e intereses del marchandismo y coleccionismo alemán de entreguerras. Hay, pues, que subrayar la representatividad de la colección de la familia Thannhauser, cuyo legado contrapesa el hecho -recientemente destacado por Richardson- de haber sido unos galeristas, activos en Munich, Lucerna, Berlín y Nueva York, "interesados primordialmente por los beneficios derivados de la promoción del arte", frente al entusiasmo generoso que sintieron por la pintura moderna sus correligionarios Flechtheim y Perls.

En la selección presentada en Bilbao brilla, el primero, Picasso, por número y excelencia de obras. El conjunto correspondiente a los períodos azul y rosa (1901-1906) -los más solicitados por el coleccionismo alemán- resulta aquí conmovedor: el dibujo Mujer y niño, tan intenso de técnica y cargado de sentimentalismo; el lienzo memorable de La planchadora, con sus formas grequianas, o la patética acuarela de El loco, referente velazqueño incluido. Hay también piezas mayores de su etapa clasicista (1920-1925): Mujer en una butaca, de formas rotundas, concepto monumental y composición maciza y ruda, sobre fondo simplificado. Y una pieza extraordinaria de la serie dedicada a Marie-Thérèse Walter como musa dormida, La mujer del pelo amarillo (1931), figura en abandono sensual, expresión intensa de un ámbito interior, técnica de aparente simplicidad y ejemplo de trabajo reductivo. Cézanne fue otro preferido de "la conexión alemana", y aquí sobresale con cuatro pinturas "de museo": dos naturalezas muertas, un retrato de su madre y un paisaje de Jas de Bouffan, ejemplo de equilibrio intelectual, sentido del orden y sensación de aislamiento. Tercero en preferencia aparece Braque. Aquí está con un paisaje fauve, Cerca de Amberes, inolvidable, combinando el color naturalístico (tríada de verdes, rojos y amarillos, casi "complementarios") y la brusquedad expresiva del toque impresionista; y con un bodegón cubista, en que el espacio ("visual" en el paisaje) se torna "táctil", casi manual, en la naturaleza muerta. Junto a esos tres emblemas, encontramos a Claude Monet con una de sus vistas de Venecia, de color saturado y plasmación cálida de atmósfera, aire y bruma; a Edouart Manet, con dos composiciones de figura, debatiéndose en la tensión entre plano y volumen; a Van Gogh, en el tormento y ritmo musical de sus dibujos finales. Y un exquisito dibujo a línea de Matisse. Y dos bailarinas "serpenteantes", en bronce, de Degas. Y, junto a la salida, Jules Pascin, con un retrato del propio coleccionista, Thannhauser con Rudolf Levy jugando a las cartas (1911), detenido para siempre, por obra de la línea, en la memoria de su juventud.